Siempre hay una primera vez para todo, podemos recordarla o no, está guardada a fuego en nuestra memoria o la hemos olvidado por completo; por bonita, memorable, atrevida, romántica, decepcionante o gamberra, pero siempre hay una primera vez.
Hay un primer coche, nuestra primera vuelta en moto, nuestro primer café, aquel primer cubata, el primer novio, aquel primer beso (que no tiene por qué ser con el primer novio), la primera nit-seca, la primera y siempre recordada borrachera, nuestro primer amor. La inolvidable primera vez que hiciste el amor. Porque la primera vez se intenta que no sea un polvo rápido, ni lento. Se pretende que haya sentimiento. Casi siempre decepciona, nunca es lo que la imaginación nos prometía. Pero la primera vez, haces el amor no echas un polvo.
Y hoy vivo la primera vez que escribí en mi blog. Para todo hay una primera vez.
En la películas rosas el hombre caballeroso, guapo, interminable, se fija en ella, o ella se fija en él. Existen unos diálogos medidos escrupulosamente, una negociación sútil y muy delicadamente acaban en la cama, nadie tropieza, no aparece ni se nombra el condón, no chocan los cuerpos sino que en armoniosa coreografía sucumben en un, ahora me pregunto cómo, orgasmo simultáneo. ¡En el primer acto sexual de la chica!
Y todas albergamos la inocente esperanza que nuestra primera vez será de película rosa, sea como sea el tipo, que los diálogos y las frases quedarán por siempre en nuestra memoria, por gloriosas, por bonitas.
Después la realidad es otra, radicalmente opuesta. Se puede negociar el sitio, comentar el cómo, la hora… pero atropelladamente llega el momento de la verdad, te encuentras sin manual de instrucciones ante tu compinche sin más experiencia que la visualización de esas películas rosas. Para nada deberías haberte enfundado tus gloriosas botas Dr. Martens (tantos cordones! Por Dios!) la mini falda y las medias no son lo más indicado para este momento, ninguno de los dos sabe abrir, colocar, ni desplegar el maldito condón, cuando creéis haberlo conseguido la líbido se ha escurrido por el sumidero aunque recuperable. Conseguís una postura aceptable y creéis haberlo conseguido. El acto se da por concluido cuando él ha acabado.
¿y tu? Pues también, supones, crees, piensas, deduces. Estás bien, será que ha terminado, no los sabes. ¿he tenido un orgasmo? Ni lo sabes. ¿tendría que haber gritado? Acabas confundida, contenta, no vuelas, levitas ni tocas el cielo, simplemente dudas de ti misma. El chico está contento. Pues será que debemos estarlo. ¿es normal que me duela?
Más adelante (encuentros, años, chicos, tropiezos, orgasmos verdaderos) descubrirás que quizá sí fue esa tu primera vez, pero que eso no fue un orgasmo, que los verdaderos orgasmos pueden dejarte temblando, te cuesta recuperar el habla y por supuesto que vuelves levitando, te duermes con una sonrisa en los labios y si articulas algo simplemente es: ¡qué polvazo, por Dios!
Porque las primeras veces nunca son las mejores, para todo se necesita práctica, para perfeccionar hemos de errar, equivocarnos, tropezar, lamentar y caer. Para encontrar el clímax habremos de subir muchas montañas y dejarnos llevar.
Porque los buenos orgasmos no pasan ante nosotras tímidamente, disimuladamente, en silencio o sin hacer ruido.
Los orgasmos increíbles hacen ruido, se dejan sentir, recorren tu cuerpo te arrancan el habla y te graban una sonrisa. Pero nunca aparecen en la primera vez. Eso es un fallo de memoria.
Así como los primeros escritos nunca fueron los mejores. Las primeras entradas no son las más gloriosas.
Pero lo difícil se hace y lo imposible se intenta. Decía aquel.
Hoy es la primera vez que escribo en mi blog. Y lo recordaré dulcemente cuan torpe puedo llegar a ser.
E intentaré liberarme para las siguientes.
Primeriza.
La Suelta.
Publicada: 11. nov.2013