SATISFYER…

Teníamos que probarlo. Estaba claro. El puuuuuto satisfyer de las narices.

A ver…

¿Por dónde empiezo?

Puntos malos o puntos…

Los buenos.

Pues sí: te masajea el clítoris como si el mejor amante que hayas tenido estuviera literal y físicamente ahí abajo…

Cierras los ojos, o no… y te dejas llevar y sí, lo hace súper bien el aparatejo.

No voy a escatimar: te proporciona uno de esos orgasmos eléctricos que los mejores amantes te pueden conseguir, o incluso mejor, dejándote con las piernas temblando y con espasmos después de haberte corrido. LITERAL: EL ORGASMO ES BRUTAL.

Encuentra ese puntito que a veces cuesta tanto para correrse cuando te lo comen.

Y ese puntazo eléctrico que algunos orgasmos te han proporcionado y te has quedado diciendo uuuuu-a-uh!

Pero me váis a perdonar y aquí vienen los puntos malos:

El sexo, la excitación, el juego y el orgasmo, para mi (este escrito es subjetivo) no ha de ser una opinión global, mundial, ni siquiera general.

Todo aquello es mental:

Lo guay y cachondo que es que te lo coman… bien… agarrarle de la cabeza, fuerte, para que lo acabe, pero llegado el momento, pedirle que suba y te la meta…

Y correrte mientras te agarras a su espalda. O te subes encima.

O simplemente cogerle de la cabeza y notar su respiración ahogada allí abajo.

Eso no lo hace el satisfyer.

No hay piel, no hay olor de otra persona, no hay calor, abrazos o mimos.

Al satisfyer no le vuelves loco, no consigues que se corra, no te dice: ¡Qué buena estás, leona!. O ¡Cómo me pones, por Dios!

El satisfyer no es un hombre que te levanta en volandas, te lleva a la mesa del comedor y te lo hace ferozmente.

Ni cuando te está masajeando perfectamente el clítoris, levanta la cabeza y dice como un león hambriento: ¡qué bueno está por Dios! Me sabe a caramelo.

Anda ya!

Para el satisfyer ya has de estar… ahí. El satisfyer no es lo que te pone cachonda.

Pero he de reconocer, que si cierras los ojos y le dejas hacer, ¡coño!, como el mejor orgasmo que hayas tenido. Sí, señor.

Y lo mejor de lo mejor:

Te corres y te puedes dar media vuelta y ponerte a dormir.

Sí, lo mejor.

Experimentando.

La Suelta.

Pd.

A todo esto he de decir que no me gusta hacia donde va el mundo. Caminamos hacia el individualismo. Autosfuficiencia. Es triste si lo pensamos bien.

Pd.2.

Pero… tengo una amiga que lo ha usado complementario a su pareja… «brutal, dice» queda un plano por explorar…

Historias cotidianas.

Hacía días que Javi arrastraba agobio, hastío. Mala leche. Y no sabía muy bien el porqué. A media mañana le dijo a Ana que iba a dar una vuelta. Tenía que ir a la ferretería un momento. Ella asintió con la cabeza. Pensaba que no les faltaba nada. No entendió y a la vez lo entendía todo. Y le vio irse inquieto con prisas.

  • Javi, trae pan del bueno. Alguna cosa rica que encuentres. ¿Vale?

Él asintió sin mirarla. Ella leyó en él esa necesidad de coger aire, de marcharse. Esa necesidad de salir. Y volvió a entrar en casa.

Javi entró en la cafetería del día anterior, buscó con la mirada a la camarera. Se miraron y sonrieron. Él ya sabía. Empezó a contar. “1, 2, 3 … 7.”

  • ¿Qué deseas?
  • Un cortado, por favor. – se quedaron mirando. Sonriendo. Dejando fluir los segundos. A ella le gustaba. Pensó Javi. –

Intercambiaron tres frases, tópicas. Incluso sus nombres en un diálogo previsible pero divertido. Él quería comprobar que le atraía. La camarera se marchó a servir a otro cliente. Él se quedó mirándola. Y en ese instante en que Javi empezó a imaginársela desnuda. En ese segundo en el que su mente le desabrochaba el sujetador y la colocaba en la cama… su mente le trajo a Ana. Su mirada se fue al infinito. Se quedó en blanco y su hambre despertó de Ana, le vinieron a la mente sus tórridos momentos compartidos, su complicidad, ese deseo hambriento el uno del otro al acercarse, ese erizarse al sentirse rozado por ella. Esa mirada pícara de su muñeca. Ese anticipar lo que él deseaba incluso antes que sí mismo. Ese deseo. Sencillo. Limpio y suyo.

Volvió a la tierra, endulzó su cortado, buscó a la camarera y la miró. Ana no tenía nada que envidiarle. Y la camarera se le antojaba previsible y vacía. Ana era un mundo llena de recovecos que aún tenía que explorar. Y sintió hambre. Hambre de ella, ganas de besarla. Y contarle… el qué. Nada. Que la deseaba. Como el primer día.

Volvió a casa un par de horas más tarde. Con las manos en los bolsillos.

Ana le vio entrar, ni rastro de la ferretería. Ni rastro del pan. Le miró y leyó en su mirada las ganas, la alegría de encontrarla, el ansia de comérsela. Se le revolvió el alma. Se le llenó el estómago de felicidad.

Silenció el “¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?” y soltó:

  • ¿Sabes qué he estado pensando, cariño? He pensado que podríamos abrir un agujero en el techo de nuestra habitación, poner un vidrio y así de noche veríamos las estrellas. Y con suerte veríamos la Luna. ¿a qué es una gran idea?

Y ¿sabes qué?

  • Te cuento algo.- empezó él.-
  • ¡No! – suplicó Ana. Temiéndose alguna reflexión trascendental.- lo mío es más interesante.
  • ¡Ah! ¿Sí!? ¿Estás segura?- ¿cómo es que esa niñata le seguía pareciendo adorable. Con todo su descaro? Se la quedó mirando como gesticulaba con las manos, los brazos, señalando las supuestas estrellas, repartiendo el espacio. Llevaba unos shorts y una camiseta holgada de tirantes. No llevaba sujetador. Y el pelo alborotado en una coleta.
  • Sí, es más interesante lo mío. Si conseguimos… – seguía ella-

Él dejó de escucharla. A pesar de saber ella que esa mañana se había marchado de casa con agobio, de su vida, incluso de ella. Había vuelto con ganas de comérsela. Y esa manera de ser, que conseguía leerle el pensamiento sin destaparlo. La convertía en “su niña”.

¿Cómo había podido pensar siquiera en fallarle?

Mientras, ella seguía hablando. Se acercó él mirando la tira de la camiseta. Con un dedo lo metió debajo y la deslizó por su hombro, dejó al descubierto su pezón. Ella se lo miró traviesa, divertida pero sin parar de hablar. Gesticulaba, pero no movió el brazo, para no subir la camiseta. Él la miró a los ojos y sus miradas se entendieron.

Se aproximó al pezón, lo besó, lo chupó y lo apretó firmemente con los labios. Con toda la fuerza que pudo hacer. Sabía lo que generaba en ella. Le excitaba directamente el clítoris, cual corriente nerviosa con comunicación directa con ese crucial e íntima parte de su cuerpo. Ella calló, levantó la cabeza al techo. Soltó un gemido y se cogió al cuello de Javi. Él siguió masajeando fuertemente el pezón. Sabía lo que estaba provocando y ella se lo estaba permitiendo. La giró ligeramente sin dejar de chuparle el pezón y con su mano derecha le acarició la tripa, el ombligo y bajó. Le acarició dulcemente la pelvis y siguió bajando. Con un dedo notó su cálida humedad. Su disposición y su calor.

Él estaba. Pero ella estaba más. Molestaba la ropa, temblaban las piernas. Pararon y se miraron ansiosos de placer. Sonrieron con la más gamberra de las miradas. Él la levantó en brazos y la sentó en la mesa, le abrió las piernas. La cogió de debajo de las rodillas y se la acercó con fuerza, con rabia. Con ganas. Muchas ganas. Ella se tumbó, se dejó hacer, alargó los brazos. Era suya. Enteramente. Y la penetró. Al principio muy despacio. La miró a los ojos. En cada embestida, la corriente de placer le arqueaba la espalda. La traía y llevaba. Las mentes en blanco. Puro éxtasis. Levantó sus piernas, se las apoyó en sus hombros. Y masajeó su clítoris. Ella se dejaba hacer en sus sabias manos.

Y paró. Silencio. Una mirada. Ya sabían. La cogió en volandas y la llevó a la cama. Se colocaron de la manera más tierna que sabían, sin mediar palabra y el orgasmo se los llevó de la mano en un subir y bajar paralelo e intenso. El grito ahogado del otro en la esquina de la oreja. Jadearon, el aliento descolocaba su melena, se abrazaron y llegó el silencio. El dulce silencio. Qué parada deliciosa. Se acurrucaron ella de lado y él por detrás la abrazó, le besó el cuello. Le apartó el pelo. Y quiso que ese momento no se acabara nunca. No se desdibujara. No se difuminara.

Las cosas se acaban, pero no por ello dejan de existir. Los sentimientos evolucionarán, pero este ahora. Era suyo.

¡Qué a gusto se estaba entre esos brazos!

 

Imaginativa.

La Suelta.

Sabroso despertar.

Se oyen allí fuera las últimas gotas de lluvia, las que cierran la noche y descorren el alba. Lloran en la ventana. Se acerca el viernes.

Se anticipa la luz, caen los minutos, se acerca el sonido del despertador, apenas 30minutos, me giro y le busco, ronroneo, me hago un ovillo, le molesto y consigo despertarle, gruñe, se acurruca, cariñoso me mete su mano debajo de la tela, recorre mi piel que se eriza y se alegra de encontrarle a esas horas. Tibio, suave, delicado, mío.

Algo se acelera, el ritmo, la causa, la cercanía de la agenda laboral. Me besa, se despierta, se acelera al ritmo, busco su boca, su lengua.

En un cálculo rápido del tiempo y de las posibilidades que nos brindan las hormonas y esos últimos 30 minutos de “noche”, de cama…

Caen los pijamas al suelo, el edredón aún nos cubre, el alba se acerca. El sol despunta.

Él se sumerge entre el edredón y mi cuerpo, bucea y baja… y baja… mmm.

Yo no he abierto ni los ojos.  Pero mi cuerpo está despierto, diría que deseoso. Hasta se me antoja hambriento. Qué delicia el tenerte…

En un gesto de sana curiosidad, aparto el edredón, levanto mi cabeza y miro:

Se ha adentrado en ese pequeño gran universo que esconden mis dos piernas, que abrazan mis ingles, que se intuye pero no se abarca.

Ha metido su cabeza entre mis piernas, masajea mi clítoris con su lengua, de manera aventajada, sabia, sin dudar. Cambia de ritmo. Suaviza. Se separa, me mira rabioso y voraz.

Con su dedo índice me toca la esquina de mis labios, los inferiores, mientras me mira.

Yo subo, subo y subo. Sigo subiendo. Irremediablemente.

Se para. Y me indigno, suplico, pido: ¡más! ¡No pares ahora!

Sonríe. Lo sabía. Pone sus manos en mis rodillas y acaricia mis muslos, se acerca a mi entrepierna. Vuelve a lamerme, chuparme, elevarme. Sin dejar de hacerlo mete un dedo con la yema hacia arriba, lo mete hasta el fondo y presiona, acaricia, a la vez que su lengua baila con mi clítoris. Puro éxtasis.

Subo y subo. Y sigo subiendo.

Me levanta, me sostiene, me mueve, me oye jadear.

Y en ese mismo punto de placer sublime, acelera, cambia el ritmo, cual baile ardiente, rítmico y armónico y sin parar ni un instante, consigue que me alcance el orgasmo en mayúsculas, intenso, largo, profundo. Me recorre el cuerpo se arquea mi espalda. Me sacude.

Se separa, dejándome el dedo. Me sonríe y me besa en la tripa. Lentamente saca el dedo, cuidadoso, sensible, delicado.  Ni me muevo, apenas una sonrisa, aspiro, expiro. Me tapa. Me besa. Me deja. Se aleja.

Silencio. Sueño profundo. ¿Qué más pedirle al amanecer?

Dormida.

La suelta.

¡Buenos días de Viernes!