Historias cotidianas.

Hacía días que Javi arrastraba agobio, hastío. Mala leche. Y no sabía muy bien el porqué. A media mañana le dijo a Ana que iba a dar una vuelta. Tenía que ir a la ferretería un momento. Ella asintió con la cabeza. Pensaba que no les faltaba nada. No entendió y a la vez lo entendía todo. Y le vio irse inquieto con prisas.

  • Javi, trae pan del bueno. Alguna cosa rica que encuentres. ¿Vale?

Él asintió sin mirarla. Ella leyó en él esa necesidad de coger aire, de marcharse. Esa necesidad de salir. Y volvió a entrar en casa.

Javi entró en la cafetería del día anterior, buscó con la mirada a la camarera. Se miraron y sonrieron. Él ya sabía. Empezó a contar. “1, 2, 3 … 7.”

  • ¿Qué deseas?
  • Un cortado, por favor. – se quedaron mirando. Sonriendo. Dejando fluir los segundos. A ella le gustaba. Pensó Javi. –

Intercambiaron tres frases, tópicas. Incluso sus nombres en un diálogo previsible pero divertido. Él quería comprobar que le atraía. La camarera se marchó a servir a otro cliente. Él se quedó mirándola. Y en ese instante en que Javi empezó a imaginársela desnuda. En ese segundo en el que su mente le desabrochaba el sujetador y la colocaba en la cama… su mente le trajo a Ana. Su mirada se fue al infinito. Se quedó en blanco y su hambre despertó de Ana, le vinieron a la mente sus tórridos momentos compartidos, su complicidad, ese deseo hambriento el uno del otro al acercarse, ese erizarse al sentirse rozado por ella. Esa mirada pícara de su muñeca. Ese anticipar lo que él deseaba incluso antes que sí mismo. Ese deseo. Sencillo. Limpio y suyo.

Volvió a la tierra, endulzó su cortado, buscó a la camarera y la miró. Ana no tenía nada que envidiarle. Y la camarera se le antojaba previsible y vacía. Ana era un mundo llena de recovecos que aún tenía que explorar. Y sintió hambre. Hambre de ella, ganas de besarla. Y contarle… el qué. Nada. Que la deseaba. Como el primer día.

Volvió a casa un par de horas más tarde. Con las manos en los bolsillos.

Ana le vio entrar, ni rastro de la ferretería. Ni rastro del pan. Le miró y leyó en su mirada las ganas, la alegría de encontrarla, el ansia de comérsela. Se le revolvió el alma. Se le llenó el estómago de felicidad.

Silenció el “¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?” y soltó:

  • ¿Sabes qué he estado pensando, cariño? He pensado que podríamos abrir un agujero en el techo de nuestra habitación, poner un vidrio y así de noche veríamos las estrellas. Y con suerte veríamos la Luna. ¿a qué es una gran idea?

Y ¿sabes qué?

  • Te cuento algo.- empezó él.-
  • ¡No! – suplicó Ana. Temiéndose alguna reflexión trascendental.- lo mío es más interesante.
  • ¡Ah! ¿Sí!? ¿Estás segura?- ¿cómo es que esa niñata le seguía pareciendo adorable. Con todo su descaro? Se la quedó mirando como gesticulaba con las manos, los brazos, señalando las supuestas estrellas, repartiendo el espacio. Llevaba unos shorts y una camiseta holgada de tirantes. No llevaba sujetador. Y el pelo alborotado en una coleta.
  • Sí, es más interesante lo mío. Si conseguimos… – seguía ella-

Él dejó de escucharla. A pesar de saber ella que esa mañana se había marchado de casa con agobio, de su vida, incluso de ella. Había vuelto con ganas de comérsela. Y esa manera de ser, que conseguía leerle el pensamiento sin destaparlo. La convertía en “su niña”.

¿Cómo había podido pensar siquiera en fallarle?

Mientras, ella seguía hablando. Se acercó él mirando la tira de la camiseta. Con un dedo lo metió debajo y la deslizó por su hombro, dejó al descubierto su pezón. Ella se lo miró traviesa, divertida pero sin parar de hablar. Gesticulaba, pero no movió el brazo, para no subir la camiseta. Él la miró a los ojos y sus miradas se entendieron.

Se aproximó al pezón, lo besó, lo chupó y lo apretó firmemente con los labios. Con toda la fuerza que pudo hacer. Sabía lo que generaba en ella. Le excitaba directamente el clítoris, cual corriente nerviosa con comunicación directa con ese crucial e íntima parte de su cuerpo. Ella calló, levantó la cabeza al techo. Soltó un gemido y se cogió al cuello de Javi. Él siguió masajeando fuertemente el pezón. Sabía lo que estaba provocando y ella se lo estaba permitiendo. La giró ligeramente sin dejar de chuparle el pezón y con su mano derecha le acarició la tripa, el ombligo y bajó. Le acarició dulcemente la pelvis y siguió bajando. Con un dedo notó su cálida humedad. Su disposición y su calor.

Él estaba. Pero ella estaba más. Molestaba la ropa, temblaban las piernas. Pararon y se miraron ansiosos de placer. Sonrieron con la más gamberra de las miradas. Él la levantó en brazos y la sentó en la mesa, le abrió las piernas. La cogió de debajo de las rodillas y se la acercó con fuerza, con rabia. Con ganas. Muchas ganas. Ella se tumbó, se dejó hacer, alargó los brazos. Era suya. Enteramente. Y la penetró. Al principio muy despacio. La miró a los ojos. En cada embestida, la corriente de placer le arqueaba la espalda. La traía y llevaba. Las mentes en blanco. Puro éxtasis. Levantó sus piernas, se las apoyó en sus hombros. Y masajeó su clítoris. Ella se dejaba hacer en sus sabias manos.

Y paró. Silencio. Una mirada. Ya sabían. La cogió en volandas y la llevó a la cama. Se colocaron de la manera más tierna que sabían, sin mediar palabra y el orgasmo se los llevó de la mano en un subir y bajar paralelo e intenso. El grito ahogado del otro en la esquina de la oreja. Jadearon, el aliento descolocaba su melena, se abrazaron y llegó el silencio. El dulce silencio. Qué parada deliciosa. Se acurrucaron ella de lado y él por detrás la abrazó, le besó el cuello. Le apartó el pelo. Y quiso que ese momento no se acabara nunca. No se desdibujara. No se difuminara.

Las cosas se acaban, pero no por ello dejan de existir. Los sentimientos evolucionarán, pero este ahora. Era suyo.

¡Qué a gusto se estaba entre esos brazos!

 

Imaginativa.

La Suelta.

50 sombras… a secas.

Me planto en el cine a ver la archiconocida y publicitada mundialmente 50 sombras de Grey. Y hay algo que, definitivamente, no entiendo: que el nuevo ídolo sexual tenga un ojo más grande que el otro, que tenga la boca rara, de pajarito, y que pienses que no te pone…. ¿Esto es normal? ¿No había más tíos buenos en el mundo? La directora de casting estaba muy mal. Creo.

Voy a verla, simplemente porque hay que verla. Ver de qué habla la gente. El libro no he podido leerlo: imposible superar la página 50. Infumable. Pero hay que verla.

Pero que en toda la película haya dos frases buenas, dos y localizadas. Después os las cito a las que no hayáis visto la película y así os ahorráis el esfuerzo, los 7€ de cine y la vergüenza ajena de ver tal cúmulo de idioteces y artificialidades. De prejuicios para nuestras chicas vírgenes. Y al fin y al cabo tal grado de tontería en una película que pretende ser la versión cinematográfica del libro porno de culto por excelencia y a lo máximo que llega es a bajarle las bragas. No, creo que no me cuela. No acepto a Grey como chico cañón, me quedo con el Mickey Rourke de 9 semanas y media.

Hay algo malentendido. Será la censura. El afán de recaudación o una campaña de marketing brutal. Pero no me puedes poner a un tío que no soporta su cara un primer plano. Que no sabes qué ojo mirar y que no hay química entre sus personajes. No hay diálogo, historia, no hay argumento. No hay nada. Bueno sí: una inmensa colección de inservibles látigos.

Yo no sabía muchas cosas del sexo, me declaro una ignorante. No sabía que debía coger un helicóptero para ponerme cachonda, no sabía que me tenían que llevar en ultraligero ni firmar un contrato sin luz. Porque el momento en que firman el contrato no hay luz. No deben poder leer ni una letra. Pero eso sí: con copa de cava. Imprescindible para la firma de cualquier contrato. Absurdo. Claro. Todo: la copa +la falta de luz + intento de revisión de puntos de contrato. Todo.

Por otra parte propaganda a saco del sado, el maltrato. La habitación roja… pero ella no parece sufrir hasta cuando lo pide, después se enfada y se larga, sin dejarle a él ni darle un beso. Actitud de niñata. Tú lo has pedido. Pues ahora te quedas y le haces algo…. Nada. ¿Esto es porno? En todas las escenas, mucha esposa, corbata y más tonterías, pero no sufre. En una quizás, tal vez, probablemente, a lo mejor, se le eriza la piel, pero si usas un hielo y te tapan los ojos. Vamos que es de cajón que algo te retuerzas o te cagues en su puta madre.

La única parte realista de toda la película es que me pareció que en algún momento se ponía un condón… que muchos Greys actuales ni eso. Me parece correcto y oportuno. Pero eso es un tema que a muchas las desentona. Así que en una película que no paran de montar prejuicio encima de prejuicio éste se lo podían ahorrar.

El vestuario de la chica deja un poquito que desear. Vamos que esos zapatos… esas camisas de florecitas… no te diré que te enfundes un mono animal print. Ni ir todo el rato con tacón de aguja, pero entre que la pintan vírgen, sumisa y tonta. Sólo sabe morderse el labio inferior (a partir de ahora veré a muchas chiquillas mirando al chico que les mola mordiéndose el labio inferior… ellos no entenderán una mierda y ellas se sentirán erróneamente enormes. Bien). Es su manera tímida y comedida de decirle a Grey que la está… inquietanto. Diría poniendo cachonda, pero es que en la película no usan estos términos. De hecho no usan ningún término. Porque por no haber no hay ni diálogo.

Y la escena que me parte en dos es cuando se la tumba encima de las piernas y le da cuatro azotes en el culo, “¡¡porque ha sido mala!!”, le suelta!!. Vamos que mi chico me da cuatro azotes en el culo porque me he portado mal y del guantazo que le planto en la cara le dejo los cinco dedos marcados. Y de cachonda nada. Más bien me pondría de una mala hostia que para qué!

En fin que salimos del cine echando humo, yo riéndome a carcajada limpia y pensando que tal vez deberé pintar mi habitación de rojo… pero sólo de pensarlo… ¡¡qué estrés!!!

¡Ah! No me acordaba de citaros las dos frases buenas de la película, al inicio de todo cuando ella parece querer saber de él. Él le dice: “no soy bueno para ti, aléjate de mí”

Vamos que es la mejor frase para que no se te desenganche la chica de tu culo, será tu espía, tu sombra. Ahí consigue su propósito: que ella se muerda el labio inferior.

Y la otra frase medio buena es: “pero qué me has hecho, yo no hago esto con ninguna mujer.”

Ahí le has dado, porque pensar que eres diferente, única, que consigues algo más que toooodas las anteriores. Esto pone. Directamente. Más que cualquier látigo.

Espero con este post. Que una de vosotras, sólo una, consiga repensarse el ir al cine a ver esta pantomima de lo  que es el apetito sexual, la líbido, de una historia de química y de atracción entre dos personas. Porque eso no te lo da un helicóptero, una copa de cava, ni un piano. Te lo da la mirada, la complicidad, el amante, que te lean el pensamiento. El apetito sexual es hambre. Son ganas. Y eso no se fabrica. Existe o no existe. Ni se crea ni se destruye. Se transforma. Y depende de la composición de dos personas. Así de simple.

Pero crear estereotipos absurdos me parece una manipulación a gran escala. Y el sentirse sometida, dominada, está guay. Puede poner. Pero dentro de unas formas. De un permitir. De un juego. Pero siempre con contenido. Me parece hueca la historia, vacía, sin contenido.

Simplemente.

 

Alucinada.

La Suelta.

Contradicciones

Estoy esperando religiosa, obediente y pacíficamente en la cola del supermercado, cuando sin quererlo ni pretenderlo, mis ojos caen sobre esa mujer mulatona, negra, exótica, tremenda, lo sabe bien.

Se ha maqueado como si fuera a un casting para el club eclipse… ¡Dios mío de mi vida! Tiene unas curvas que volvería loco a un compás. Un culo y unas tetas que ni la … lleva un vestido ceñido en estampado tigre. Labios rojos carmín. Zapatos de aguja. Melena con mechas que juraría por mi blog que venía de la peluquería. Melena leona. Y se contonea bordeando lo erótico sacando la leche y el arroz del carrito del súper.

Efectivamente el mundo lo formamos diversidades culturales con multitud de inquietudes. Distintos pudores. Y diametralmente opuestos gustos.

Pero ella no para de sonreír. Parece hasta divertirse.

Y no puedo dejar de mirarla.

Me pregunto qué hará y cómo vestirá, pues, para ir a la discoteca…

Quito la mirada y en la cola de al lado un chico embobado se la mira con total descaro. Con literalmente la boca abierta. Lengua seca y con la novia al lado. Modosita. Discreta de formas. Melenita. Mocasines y pinta de no haber roto en la vida un plato. Empezar las frase con perdón y acabar con por favor. Se lo mira disimulando. Como sin mirarle. Pero sin quitarle ojo.

Y la mulatona repara en el descaro del “niño”, en los celos de su chica y en el poder de su curva. Y se lo mira descaradísimamente a la cara y le sonríe juguetona. Le guiña un ojito. Le pone morritos y se carcajea en su cara.

La novia no da crédito. Se gira indignada.

Pero el chico ya nada ve: ojos en blanco intentando poner en funcionamiento el cerebro superior.

Que la chica que le conviene es la que está en su cola.

Se queda mirando al suelo…

Miro el reloj: 12:00.

En el súper

Bueno, al menos la espera está siendo divertida. Pero me pregunto si hay cámara oculta. Fijo.

El mundo no es el que conocía. He cambiado de planeta o me salté alguna clase.

La mulatona se va con su carrito para el parking.

Contoneándose a más no poder.

El chico la mira cruelmente descarado alejarse.

Y en un instante se acuerda que vino con su chica. La mira, está dolida. Se lee en sus ojos: la cagué. Sorry. Pero estaba buena. Casi justificado…

 

Me voy hacia el parking, dándole más vueltas a mis pensamientos.

La encuentro en el baño de mujeres en esos que tienen el bajo de la puerta alto y ves los pies… se mete en uno.

Me quedo flipando al verle los pies como se colocan los hombres de pie y mirando al wc…

No puedo soportarlo, me agacho y miro debajo de la puerta: EFECTIVAMENTE. Es un tío.

Hubiera salido corriendo a decírselo al pobre chico dudoso mentalmente infiel.

 

O mejor no.

Mejor no saberse engañado por otro hombre…

 

 

Inquieta

 

La suelta

La vida. Cabrona.

La vida continúa. No para. No tiene pausa. No hay anuncios. No descansa. No da respiro. Continua. Pase lo que pase. Te guste o te disguste. A veces parece ir más lenta. Óptica caprichosa.
Pues la vida sigue. Aunque a veces te de un zarpazo y te deje inconsciente, vapuleado, sin ganas o deprimido. A lo suyo.
Ya puedes estar tu triste, sin energías, sediento, sin ánimo. Ella rueda. Camina, sin paradas.

No hay fuerzas, no hay motivo, no hay risa compartida.

No hay alegría al final del día.

La tristeza inunda, moja, embriaga. No la querrías. Pero allí está.

No la llamaste, llegó sin previo aviso.
El banco no llama: «no sufra amigo, este mes no cobramos»
La vida… tan amiga. O Tan poco.
Te impone. Te ordena. No pares tu sigue.
Cada día amanece. Sin tregua.
Y te vence.
A impulsos te dejas: «lo dejo. No sigo. No quiero. No puedo. Que paren, me apeo»
Pasa de ti. Altiva, distante.
Apartas la locura: «¿Qué digo? ¡loca!»

O no. ¿Para qué, a veces, la vida?
Nadie responde, si es que hay alguien que escucha.
Sin respuestas. Pero preguntas… tantas.
Injusticia, presente.
Y a ratos cuestionas «¿será esto una broma de mal gusto? Simplemente…»
La vida, otra vez, te exige. Te pide.
Llora, te grita.
No te conoce. O te sabe tanto.
Y te cae un periódico. Un titular, sabiamente hilado. Un corrupto. Un crack.

Una noticia que sabe a ultracosmos. Lejana. Injusta. Ajena.
La vida, dispar. Desequilibrada. Suya. Impuesta.
Cierras el periódico por el peligro real de convertirte en terrorista, sicario, poseída.
El tortazo de la injusticia. ¡qué amargo!. Cruel. Impuesto.
Consejos. Guías de instrucciones. Recomendaciones. No valen para nada.

Llevadme, que no puedo.
La vida me vence. Me ha vencido, ya no soy.

Como el cenicero atiborrado de colillas, de ceniza y porquería en el último rincón del bar.
Sucia. Pringosa. Miserable. Olvidada.

Tu vida. O la mía.

Hoy triste, ¿por qué no?

 

La Suelta.

La Maldad.

El niño se quedó observando aquella mirada vacía, fría y penetrante. Y no supo por qué salió corriendo, cogió la mano de su madre. Como si aquel gesto le fuera a salvar de no sabía qué.

 

-Mamá, ¿qué es ser malo?

-Cariño. El mal es algo que no nos gusta porque hace daño, que es oscuro y frío, que nos da repelús, pero todos llevamos un poquito dentro.

Todos tenemos un cachito bueno y un poco de malo. De nosotros depende qué parte hacemos crecer, alimentamos, desarrollamos.

-Y ¿qué es hacer el mal?

Hacer el mal es pisar las bondades del otro, sacudiendo sus miserias, es aprovecharse del otro, no valorarlo, menospreciarlo.

Utilizar sus sentimientos para tu conveniencia, no con honestidad.

A veces simple y llanamente hacerle sentir mal, por pura diversión.

Para demostrar su “poder”, su superioridad, su control.

Malo es causar dolor por el placer misterioso y nauseabundo de causar dolor.

Es socavar la dignidad, es inspirar miedo.

La maldad está presente cuando alguien no puede sentir ni un gramo de empatía.

Es burlarse del ajeno convirtiéndolo en pequeño. Ridiculizándolo.

Es tergiversar la realidad para darle al otro un ostión de culpabilidad innecesaria en pos de su propio lucimiento.

Es ver sufrir a un niño y no sentir lástima.

Es nunca sentir pena.

 

El mal está presente, suele tener causa. Más no justificación.

Es más frecuente de lo que nos gustaría y más común de lo que a veces creemos.

Pero el mal se siente, enfría. No calienta. No abriga.

Te hiela. Te enmudece. Te eriza.

 

Cuando el mal está presente lo sentirás: querrás salir, huir, desaparecer.

No es buen compañero.

 

Y a veces hasta los malos pueden tener principios.

El mal es una elección.

A mi modo de verlo.

 

-Pues creo que le he visto, mamá.

 

 

Observadora.

 

La Suelta.

 

¿Y tú? ¿Qué opción escoges para salir a la calle?

¿tu lado bueno o tu lado malo?

Te preguntas…

Yo la veo cada mañana llegar radiante, sonriente, tremenda y divertida haya dormido o no. Le haya cundido la noche o no. Y cada mañana consigue sorprenderme mientras yo sigo con mi cara de pan mañanera. Llega al curro fresca como una rosa.

Y hasta huele a miel.

Se giran los tíos a su paso y se la miran embelesados. No pueden remediarlo. Y le sueltan su devastado y vencido Buenos días y ella les devuelve divertida la mirada entre juguetona y traviesa. Casi como diciendo: ocupada. Claro que sí: a veces la vida tiene eso. No se achanta, no retrae. Saca pecho. Aunque sin esfuerzo pues la generosa naturaleza a ella le ha dado unos generosísimos pectorales y se olvidó de ponerle culo.

Tócate…

Y entonces te preguntas porque la vida es tan injusta y se equivoca de esta manera: sobredimensionándole a ella las tetas y a ti tu trasero. Generoso, generoso culo. Por poner un adjetivo liviano.

Y en ese momento te vuelves a preguntar porque ella rezuma dulzura y tú mala leche cualquier mañana que a la cafeína, la regla, el sueño, la autoestima o el mal rollo te hacen travetas en tus carreras matutinas y diarias.

 

Porqué ella encuentra el estilismo adecuado, la combinación perfecta, el punto, el tono, la gracia. Y tú dudes cada mañana acabando en tus más que sobados vaqueros y camiseta… tantas veces negra.

La vida se equivoca y hay a personas que le da una combinación de genes en armonía que flipas.

Y a ti este anodino adn.

 

Y a pesar de todo esto, material suficiente para casi casi odiar a una persona por el desequilibrio patente y palpable, yo la adoro. Por su ternura, cercanía y cariño. Me río con ella, de ella y de nosotras. De la vida. De sus miserias y sus sorpresas…

 

Porque cuando la naturaleza se equivoca tanto, a veces pienso que tiene su porqué. La naturaleza es sabia.

Y yo no sabría qué hacer con tanto cuerpo. ¡Qué presión!.

¿Infinito cariño o insoportable envidia?

 

Cariñosa.

 

La Suelta.

 

 

Esa señora fría. Tan fría …

¡Qué frágil la vida! ¡Qué tajante, la muerte!

Sin piedad. Fría, presente.

Todos somos señalados.

 

Aún veo su mirada. De niño asustado.

De repente. Sin aviso. Cercana.

Te corroe la conciencia. Te asusta.

Te acaricia. Mas no te lleva todavía.

 

La muerte. Tan negra. Impasible. Contundente.

 

Prefiero mirarla de frente. Sin miedo. Valiente.

Será que no la veo. Ni oigo. ¿Acaso se siente?

 

Le veo irse sin tiempo.

Sin tiempo de un “adiós

De un “hasta luego”.

De un “te quiero”.

Sincero. Sin adornos.

Es tan poca la vida y

tan fugaz el pensamiento.

 

Sus ojos ya sin alma.

Me miraban sin verme.

Me querían en pasado.

Carcoma del cuerpo.

De vida. De alma.

 

Quería decirle. Pensé en gritarle.

Mas no dió ni tiempo.

Llegó la muerte.

De golpe.

De frente.

Abriendo la puerta,

sin tocar al timbre:

«Hola. Soy la muerte. Vengo a llevarte.»

¡Qué poca sensibilidad!

¡Qué crueldad la tuya!

¡Qué intolerante!

Pareces la nieve en primavera.

El suspenso del niño.

Los reyes magos sin regalos.

Me quedo escueta. Escasa.

Eres el fin de mi hoy.

Eres el no hay mañana.

 

Y ¿qué te diré cuando a por mí vengas?

¿Qué no habré dicho?

Se me agolpan fotogramas de sueños imposibles.

Deseos no cumplidos.

Vocaciones precintadas.

 

¡Ay! Muerte. Amiga mía.

Me caes bien. Pero ven tarde.

A mi déjame la última. No hay prisa…

Me acabo el Gin Tonic y ya vengo.

Quedamos después de las 12.

Después de mi último sueño.

Después del último abrazo intenso.

¿te parece?

 

Ya conduzco yo.

Si quieres ya vengo.

Pero tócame el timbre.

Dame tiempo a peinarme…

A dar el último beso…

Necesario.

De cierre a esta corta vida.

Mísera y bonita.

Rosa y gris,

como mis sueños.

 

Pues ahí te espero.

En el porche, peinada.

Ya sin nada.

 

Funesta.

La Suelta.

Me voy a correr.

Hace tiempo que no estoy en forma. Subo cuatro escalones y acabo jadeando, y sin ningún cariz sexual. Me siento foca marina.

Además últimamente cada vez que quedamos las amigas sólo hablan de las nuevas bambas hipergalácticas última tecnología, tejidos ultrasónicos, aplicaciones de móvil que te miden los km, las calorías, la velocidad y hasta la estupidez (¡aix! ¿lo he dicho yo?) mientras corres.
Correr es lo más.
Es in. Es fashion. Te pone en forma, dicen. Es fácil. Y en principio era barato. Pero claro tanto i+d al servicio del deporte más ancestral del mundo. La cosa coge otro cauce.
Además si no costara dinero no creo que molara tanto.
Las cosas si no son carísimas no molan.
En fin que he decidido que voy a ir a correr. Yo también.

Siempre me ha parecido algo aburridísimo. Pero quizás se me escapa algo…
Me hago con unas bambas. No galácticas pero sí de primera. No tenía bambas con cámara de aire y eso es casi como un sacrilegio. Cuentan.
Me descargo la súper aplicación. Me mide mi evolución en cada salida. Lo más.
Me voy al paseo marítimo… y empiezo a correr. Paso de estirar. No creo que en mi primer día haga falta: Serán 10 minutos.

Pasa un eterno minuto.
Se me salen los auriculares de sitio.
Me cruzo con un tiarrón que también corre, el llevara como 40 minutos por la sudada que lleva, me sonríe… pero a esta velocidad y circunstancias a ver quién es la lista que osa pendonear o pedir un número de teléfono… ¡no hay huevos!

3 minutos. ¡Uf, qué aburrido!. Y duro. Yo no sé si llego a los 10minutos.
La canción que suena no me gusta quiero cambiarla.

Busco una pero no la encuentro. Bajo… más… el ritmo.
Por fin. Ya está. Ahora me lanzo.
Me encanta esta canción. Subo el ritmo. Lo doy todo.
Miro el cronómetro, aplicación o súper software que mide lo galáctica que puedo llegar a ser: 5″32′
Me empiezo a aburrir. Me noto cansada. El aire no llega al pulmón. Me noto roja como un tomate. Mi cara va a reventar.
Voy a bajar el ritmo.
Intento despacito.
Las bambas no me ayudan. Me canso igual.
Esto no es divertido.

 

Pienso en aquel soldado que murió corriendo en tiempos de maricastaña…

esto no debe de ser bueno.
Me noto un pinchazo en el corazón. ¡me asusto!… me va a dar un infarto.

En la plenitud de mi felicidad.
No puedo morir tan joven.
7″43′ decido parar. Camino. La cara me arde.

El corazón me duele y parece que vaya a salir desbocado.

Respiro acaloradamente. Esto no puede ser sano por Dios.
Aburrido no te digo cuánto.
Miro mis bambas… directas al segundamano… o algo tendré que pensar.

La aplicación me dice que he recorrido 550m que he quemado 176kcal y he corrido durante la friolera de 7″43’… ¡¡esta tarde puedo comer chocolate fijo!!
Me cruzo con el tiarrón. Le veo, me ve. Y… miro al suelo. Que no me reconozca que me muero. “Cara tomate, dígame”.
Se sonríe a mi paso… ¡será cabrón!.

Va… me voy a tomar el sol.
¿Qué más rico que unos rayitos de sol??
Mañana será otro día.

Al día siguiente solo tenía unas agujetas que no puedo describir.
Me dolía todo el cuerpo. Y yo sin haber estirado. ¡Ya me vale!

 

Maratoniana

La suelta

 

p.d. malpensadas las que hayáis dado un sexual significado a mi título… ¿en qué estaréis pensando…?

Voy a adorarme.

He decidido adorar mi cuerpo. He optado por subirlo al Top One de mis ideales físicos. Mimarlo. Porque voy a estar aquí dentro hasta que me muera. Por feo, banal y mundano que suene.

Voy a pasar de mi culo XL y de mis tetas XS de esta equivocación en el reparto de volúmenes. No lo voy a tener en cuenta y hasta le voy a encontrar el puntito. No voy a ver mi nariz aguileña más imperfecta que la de la Letizia previa a su “necesaria” cirugía. Yo no soy reina consorte. Voy a pensar que toda belleza más mágica cuando es imperfecta.
Y me voy a seguir adulando.
No voy a tener en cuenta la falta de personalidad de mi pelo que no es ni rizo exótico ni liso japonés… más bien diría indefinición latina. Ni chicha ni limonaa…
No hay forma de dominarlo en modo liso ni darle volumen. Él a lo suyo. Pero la gracia le encontraré…
Pues soy la primera cara que veo por la mañana y la última del día.
Porque quererse no viene mal.
Pero adorarse debe ser la bomba.
Y al final mi belleza será imperfecta pero la magia correrá por dentro. Que lo sé.

Porque por mucho que desee otro cuerpo no me lo van a cambiar.
Y ya ni deseo ser la Bundchen ni quiero esos labios suculentos de la Jolie. No voy a pensar que cada noche besan a Brad Pitt…. eso no me importa. No siento nada.
Tampoco tengo lunar indiscreto en la comisura de mis labios a lo Mendes (ésta besa a Ryan Gosling) o como la Crawford icono de décadas pasadas. Yo sigo con mis anodinas formas.
Pero voy a encontrar la manera de adorarme. ¡Hasta de desearme a mí misma!
Porque por mucho que me las mire no me transformo en ellas.
En este caso la visualización, el deseo firme, el objetivo y el trabajo duro no cambia personalidad ni me transforma en una it girl… no hay nada que hacer. Creo…

Así que mañana mismo voy a empezar a quererme con locura.
Ahora mismito voy a cogerme la última Vogue a ver si en un despiste del destino me cambia por Eva Mendes y puedo besar a ese hombre.
¿Quién dice envidia?
A lo mejor el destino se equivocó. Y ando yo aquí en personalidades equivocadas.

Pero si no funciona. Mañana soy mi propio ídolo…

Convincente  ¿O no?

La suelta