Mi Super Plus Premium Inox.

Me encargan un trabajo urgente para entregar en dos días, pillo la gripe, me baja la regla y en ese justo, preciso y oportuno día. Se muere la nevera. Certifico que existen las manos negras. La vida a veces se vuelve mierdosa. Simplemente.

Le pido a mi chico que vaya él. Que elija él una nevera, que no me haga perder el tiempo. Que no me encuentro bien y encima no quiero perder toda una tarde en ir a buscar un electrodoméstico.

Además de que tenemos la peculiar diferencia que yo compraría el objeto más caro y chulo de la lista, sin mirar el precio y él el más económico, práctico y funcional. Él sí consultando precios. Por suerte somos complementarios. Porque dos como yo seríamos la bomba, no sé en qué sentido…

En fin. Que siendo tan diferentes me dice que he de ir, que no compra una nevera sin mi opinión… ok. Voy. A regañadientes. Lo reconozco.

Estamos en la sección de frigoríficos y la chica, muy amable, solícita y encantadora, nos explica las bonanzas de los diferentes modelos, marcas… yo ya voy con una idea fija, he visto la Súper Plus Premium Inox… la he visto y no le quito ojo. Mi chico empieza por lo obvio: el AA+ más barato, «¿Qué te parece?»  “no me gusta nada!” respondo seca.

He de reconocer que una nevera es una nevera, cuadrada, con un asa, mayoritariamente blanca y que refrigera la comida. Pero cuando te llevan en contra de tu voluntad a comprar aunque sea un elemento indispensable para el día a día… tus prioridades suben enteros exponencialmente.

Y ahí estoy yo delante de la Super Plus Premium… accede, solícito, consultamos el precio: “no, princesa, esta no toca. Por nada del mundo toca esta.”

Hago morros, me enfurruño, casi me cruzo de brazos, cual niñata consentida. Y me dice que ok al super plus Premium, pero no el inox. Lo compramos en blanco.

Le digo: – ¡si compramos el inox, me haces feliz!

  • No, no toca. – aquí mi mente vuela: ¿qué es lo que no toca? ¿hacerme feliz?-
  • Pues entonces tendrás 15 años de morros de la niña.
  • No toca y punto.

Mi interior dice: “¡AH! OK!…………..”

Acabamos comprando el blanco. Lo encarga, nos lo entregan en dos días.

Me voy a casa, no contenta, mucho menos satisfecha, con la inmensa sensación de haber perdido mi valioso tiempo para comprar una nevera blanca que va a estar en la cocina de casa todo su tiempo útil recordándome que no era a ella a quien quise. Que me enamoré de su hermana no de ella. No sé si podré soportarlo. Es que es mucho tiempo…

Para eso, yo me pregunto. ¿No podría haber ido él?

Birrita con amigas, para airear. ¡¡No podría haber cogido la inox… no!!!

Y una suelta: «pues vas y la cambias.»

La idea suena en tu cabeza, como una locura, como un “me va a matar” en el fondo me da igual. Y ¿qué si se enfada? ¿Qué pasa? La próxima vez irá él. ¿No?

Al día siguiente. Cojo la factura y me planto en la tienda de neveras. Busco a la chica, me ve llegar. Me pone cara de alucinada, de flipada. De ¿qué pasó?

  • Vengo a cambiar la nevera. Quiero la Inox. Él no sabe que estoy aquí. – su cara es un poema, se queda parada, dubitativa, temerosa. ¡¡Es buenísima, la situación!!!
  • ¿No se enfadará?
  • Y ¿qué pasa si enfada? – sus ojos se abren más si cabe. Está realmente flipando conmigo. ¿Qué pasa que nadie se repiensa la compra de un electrodoméstico y del grado de felicidad, frustración que la compra de un bien material tan voluminoso puede retornarle a lo largo de su vida útil? ¿Por qué pensamos que Apple vende tanto? No es porque sus ordenadores hagan cosas diferentes o estratosféricamente diversas que los pc’s. es simplemente porque son CHULOS. PUNTO. Hay veces que compras cosas porque te gustan. Punto. Porque. No lo sabes. Pero te gustan. Es la esencia última del consumismo.

Me lo cambia. Y se asegura muy mucho de cogerse, apuntarse y marcar cual es de los dos teléfonos el mío. Porque por nada del mundo quiere llamarle a él. Y antes de irme y pagar la diferencia. No tanta. Creo yo. Para mi chico es muchísima.

Me vuelve a preguntar: “¿no se enfadará?”  “no lo sé”

Llego a casa y le digo: «¡Ah! La nevera tardará una semana en llegar, el Inox tardan más en entregarlo.»

Mi chico se me queda mirando:

  • ¿la has cambiado? – abre los ojos-
  • Sí. No me gustaba en blanco.

Creo que hasta no le extraña. Me conoce demasiado.

La nevera queda chulísima en la cocina.

 

Consumista

La Suelta.

Las fiestas…

los eventos, los conciertos, las bodas, pero sobre todo las fiestas pretendidamente-fashion donde se palpa más el estar y desencanto de la gente… deberían organizarse en un día tal que ninguna de las que pudieran asistir al evento estuviera o pudiese estar hormonada, depre, de bajón o triste.

Voy a hablar claro: que ninguna de las que fuéramos (a este evento me considero invitada, es guay, cool, pincha 242… no puedo faltar. Y esto se mide por el grado de rabia que te entra al saberte no invitada. Vuelvo al tema que tengo la gran virtud de irme por las ramas). Que ninguna de las asistentes tenga o vaya a tener en el plazo máximo de una semana nuestra amiga del alma la p.regla. Porque el tema cambia…
Tienes marcado en el calendario una fecha en pleno verano. Fiestón. Meses antes estás pensando qué te vas a poner. A quien vas a conocer… el lujo de ser invitada. Zapato plano o de tacón para o por si te arrancas a bailar esos temazos. (Mi oído es de madera así que me es imposible reproducir lo que Dj.242 pincha…)
Y se acerca el mes, semanas antes y entonces una semana antes caes: ese día estarás a puntito a puntito de regla.
Vaya lo que en mi idioma se le dice estar deliciosa: odias hasta la hierba que crece en el jardín. Ya da igual si el vestido te queda como un guante. Si sabes que asiste x… ya qué más da todo. Tú arrastras este nivel de hormonas que ni el Ben Johnson… pareces un Pit Bull en versión femenina. Solo puede hacerte gracia una cosa. Encontrar a otra persona, mujer por supuesto en este caso, que esté igual que tú y aliviar el tema riéndoos vosotras y sólo vosotras de la situación. Pero eso es como encontrar una aguja en un pajar. Si, puedes coger el micro y preguntar… pero pasando de hacer el numerito para esto.
Te plantas en la fiesta vestida de feminidad sexy en estado puro. En tonos azul klein. Tan… evidente: el look lo llevas estudiando meses. Pero con una cara de perro que ¡aix!
Te pides un Gin Tonic 21:30. Y otro 22:00.
Parece que todo se arregla con alcohol… pues no. Se estropea. Pero es tan traicionero que nos hace creer que la curva es recta.
La fiesta lo más. La gente asquerosamente guapa. Sientes un odio visceral hacia todo ser viviente…
Te dices: nena pon la mente en off. Pero esto, estoy empezando a pensar que es genéticamente imposible.
Y te sientas. Y se sienta al lado tuyo una princesita perfectamente cincelada. Buscas el fallo y no lo encuentras. Lo que faltaba.
– Uf. Suspira. Está a punto de venirme la regla y estoy que muerdo…
– Oh! Ya somos dos.
Sonríes.

Lo dicho: en estas fiestas identifiquémonos para agruparnos. Estoy de subidón.- Voy de tranqui.- Estoy que muerdo.- Estoy depre. Y cada uno se acerca al que más le convenga.
Y ojito: no vale con este post decir, asentir o asegurar que la regla nos pone insop… eso sólo tenemos pleno derecho a decirlo o sugerirlo nosotras mismas.
Y tampoco siempre afecta igual a la misma mujer todos los meses…
Era necesario puntualizar. Paso de críticas por malentendidos.

Con sentido del humor.

La suelta

 

Mi visita al especialista.

Me duele aquí, ay no, me duele aquí. Pero a veces pienso que debe haberse pasado al otro lado. Y cuando noto un quemazón en la espalda… Pienso que será… lo peor.

Me planto en consulta del especialista. Lo reconozco: tengo un puntito de hipocondríaca. Me he sacado la tarjetita de la mutua y es lo más. Pido hora cada semana con algún especialista. Y hoy estoy convencida de tener algo muy chungo. Mucho. Me siento en su consulta. La miro:

Tía borde, altiva, perfecta, bella, colocada. Seguramente conocedora del tema. Eminencia. Lumbreras. Empollona de pequeña. Fijo. Con la barbilla ligeramente levantada. Una ceja más levantada de la cuenta. ¿O es mi sensación? Ay ya no sé. Las tías tan perfectas me tiran para atrás. Deberían saberlo e intentar ser más amables… así la sensación de inalcanzable no sabe a desagradable.

Tono sabelotodo… vamos mal.

Me mira y escucha con condescendencia.

–          Pues como le decía, Doctora, cuando me duele estoy segura que tiene que ver con la medula, porque noto…

–          Sabré yo lo que le pasa, señorita.

–          Es que me duele y creo que debe ser.

–          Aquí la que cree soy yo…

Silencio incómodo.

Vuelvo a intentar un par de veces más explicarme, siempre con mi suposición de coletilla, y tantas veces me ha ninguneado. O no ha dicho nada, literalmente feo, denunciable. Pero sí: estoy sensible y asustada. Pero a la tercera ha apretado el botón de cabreada… y por ahí no paso:

–          Mire bien, señorita, yo aquí soy la que no sé. Por eso vengo a Usted. Aquí a mi es a quien me duele, me molesta y sí, me asusta, ligeramente, el tema. Que ¿quizá sea un pedo o una almorrana? Puede. Pero usted, en vez de preocuparse si su melena está bien colocada o de que esta pobre ignorante le dé tanto la tabarra, le alargue la consulta o le invada su tiempo, debería preocuparse de encontrar el tono de voz justo que me haga sentir a gusto, en buenas manos, sensiblemente atendida y aplacando mis miedos sin hacerme sentir un gusanito con monstruos en mi cabeza. Porque no sé si recuerda que al fin y al cabo aquí la paciente soy yo. Su tiempo, poco o mucho, mientras esté en su consulta es mío. Y hacerme esperar, por gusto, es simplemente un gesto de mala educación. Y no es Usted un ejemplo representativo, porque he ido a otras consultas donde me han tratado con infinita más delicadeza, donde han comprendido mis tontos miedos. Y los han apartado con una sabia y honesta explicación. Con delicadeza y sin toda la soberbia que a usted le sobra. Espero que cuando salga de esta consulta su timbre, color y alegría varíen. Porque si no, la compadezco a Usted y a los que tienen el gusto de rodearla. Buenos días.

–          No, disculpe, creo que no nos hemos entendido. Si me permite, volveremos a empezar: buenos días, encantada de atenderla. Las molestias de las que me hablaba… ¿podría relatármelas para que pueda hacerme una idea a lo que podría ser debido?

Podría decir que está basada en hechos reales, pero… ya me gustaría.

Porque ninguna de las veces que me he sentido subestimada o ninguneada, he tenido la claridad de ideas para responder al momento. Lo veo 24 horas más tarde, fuera de situación. Ya tarde. Y la oyente ya no está.

Pero todo esto es lo que me dejé por decir y ahora puedo escribir.

Airosa

La suelta.

LA IRA.

machismo

Ella agachó la cabeza, miro al suelo sin ver y esbozó un ahogado: “es que… creo que no estoy enamorada…”

Él se giró con violencia, la miró con los ojos inyectados en rabia, en ira, en inseguridad desmedida. Se plantó ante ella, la agarró del cuello la embistió contra la pared y a un centímetro de su cara gruñó: «¿con quién te crees que estás hablando?»

El deseo de días atrás se escurrió por el sumidero, el miedo inundó su cuerpo, unas suaves cosquillitas recorrieron su espina dorsal, pero… ¿qué curioso? Estas cosquillas no le hicieron reír, relajarse… era pánico. No osó moverse, le miró aturdida, ¡a qué ogro había dejado paso! Notaba la fuerza de sus dedos en su garganta, en su nuez, apretar con fuerza, no quiso respirar siquiera. Contuvo. Aguantó la mirada.

Pasaron unos segundos que se tiñeron de eternidad.

Él la sacudió con fuerza contra la pared, le golpeó la cabeza y la soltó con desdén. Ella no notó el golpe. Afuera existirían las leyes, la protección a la mujer, los derechos, la justicia. Pero entre aquellas paredes sólo se oían dos alientos. Uno fiero, otro apenas un hilo.

–          No he querido decir eso. – Sugirió ella. –

–          Pues ¿qué has dicho? Mi niña. Porque las palabras las he oído bien claritas.

–          Que todavía no estoy. ¡Pero lo estaré! ¡Por supuesto! ¡Te lo prometo!

–          Tú eres la que haces que me ponga así. Tú tienes la culpa. Si me dejas, te lo digo: te busco y te encuentro. Lo sabes. No juegues.

Distrajeron la tarde, despistaron el atardecer, pero nada pudieron hacer con la noche. Su lecho era el mismo. Sus sábanas cubrían ambos cuerpos. Ella deseó no sentir sueño. Deseó cambiar de nombre, de apellido y hasta de edad. Deseó dejar de existir. No quería sentir, para no poder sufrir.

Se apagó la luz. Se cerró la puerta. Entró la noche. No había caído el sueño. Ella estaba inmóvil. De cara a la pared, inmóvil para hacerle creer que dormía. Y él hurgó bajo las sábanas. La atrajo hacia sí. No le importaba si dormía. No quería su amor, su respeto. Necesitaba su inferioridad, su dependencia que nunca había conseguido. A él la inseguridad le mataba. Sin que ella pudiera hacer nada.

Le bajó las bragas y la empujó, la embistió y la contuvo. Se la puso de frente. Ella le besó. Todo lo amorosa que pudo fingir. Así lo calmaba. Lo abrazó y le permitió hacer. Él acabó. Ella no sintió. Se quedó dormido en la esquina del alba. Ella espero a sentir sus ronquidos inconfundibles.

Se arrastró por debajo de las sábanas. Cogió sus cosas. Oyó un gemido, él soñaba. Le dejó una escueta nota en la mesita de la cocina:

“cuídate, cariño, te deseo lo mejor!”

Y salió a la frescura de aquella callejuela, llena de aire fresco, cogió el primer bus a ninguna parte y nunca jamás miró atrás. Llegó tan lejos como pudo.

Reescribió su nombre. Ocultó su apellido. Reinventó su edad. Redefinió la palabra felicidad. Pero en el retrovisor nunca pudo borrar la palabra angustia.

 

Rabiosa

La Suelta.

 

Le he escrito el final que ella siempre quiso. El que nunca tuvo.

Todos sabemos el final de esta historia. Triste. Macabra. Injusta. Porque no puede cambiar su nombre, ocultar un apellido, ni reinventar su edad. Pero desde aquí le diría: sí que puedes reescribir tu felicidad, conseguirla, luchar por ella, reinventar tu persona. Cuidar tu valor. Hacerte valer.

Y a él le diría que se mire al espejo, que su gallardía está teñida de inseguridad, de miedo, de inferioridad. Que su bravura está sobredimensionada. Que los excesos se convierten en defectos. Y que descubra el significado del respeto. Porque su machismo adornado de celos, sus desprecios, sus insultos, sus hostias, sólo llevan a destrozar a las personas que le aprecian. Incluso a sí mismo. Triste.

Hoy me emborracho

Has tenido un día horrible de trabajo, el día no acababa nunca, lo que habías hecho no servía para nada ni para nadie(que es diferente) el cielo sigue gris, aunque no haya ni una nubecita, quieres desaparecer de la faz de la tierra.

Viernes, 19.30h.  llegas a casa y le sueltas a tu novio nada más verle: ¡hoy me emborracho!. Nunca es la solución, pero sí la salida de emergencia.

Y él contesta: yo me apunto.

Vaya, resulta que vivías con un alcohólico y tú sin saberlo. Pues venga: Llamas a otra pareja, montas un plan P.R. Pizzas Rápidas y a beber se ha dicho, empezáis en casa, con las primeras birritas os sacudís la tensión cervical que te produce el jefe, con las segundas birritas empiezas a despotricar de tu compañera de oficina, aquella que lo sabe todo pero no hace nada. Si trabajara e hiciera todo lo que dice que sabe hacer, se acababa como mínimo el hambre en el mundo. Ya no quedan pizzas, ni compañeras que despellejar, ni birras… queda la calle. Son las 22.30.

En el bar del barrio habéis quedado con unos amigos del grupo, uno de ellos homosexual, el cual es un encanto, de día y de noche, en cualquier momento y situación, le adoras. Pero son las 22.45 y ya vais en ese puntito inmejorable, donde todo te parece genial, cualquier plan es el mejor del mundo y te sientes grandiosa, elevada, tremenda, gigante. ¡Hoy vas a merendarte el mundo! Y te pasas al cubata, hoy no pasa nada si mezclamos y no pasa nada si nos dan garrafón y menos pasa si tu novio no lleva un punto lleva un puntazo y le toca en gesto de afecto, aprecio, colegueo el culo a tu amigo homosexual, todo es guay. El camarero te parece tu amigo del alma, guasón y simpático. Le invitarías a comer a tu casa ¡guapos todos!

Sientes que tu puntito se ha convertido en punto cebollón, ese en que no acabas de conseguir pronunciar las palabras que acuden en tropel a tu cabeza, a tu lengua no le da tiempo a pronunciarlas, joder, qué velocidad el cerebro, levantas la mano, pidiendo al otro borracho que te escucha que se espere, la música está tan alta que es imposible físicamente que la onda del sonido de tu palabra llegue a su oído con una capacidad de audición ínfima a la profundidad del tema. Y las palabras siguen acudiendo a tu lengua.

Y tú: “te decía que, creo que eres ese amigo que siempre he querido tener, porque la vida es inconmensurable… y eso…” por el rabillo del ojo tu novio le da un beso en la mejilla a tu amigo homosexual, tu puntito hace raaato que paso a la siguiente estación y te das cuenta en ese preciso momento que en toda la noche, no te ha hecho p.caso, que no eres tú quien para que pasen de ti. Te levantas sin mediar palabra y dejas a tu amigo del alma con la palabra en la boca, con el sonido de tus balbuceos en su oreja o procesándolas en su cerebelo inundado.

Siguiente imagen: tú histérica cantándole las cuarenta, tu novio con cara de no entender qué había hecho mal, sin saber qué hacer, tambaleándose sobre su eje vertical y siguiéndote a la salida del bar llevando tu chaqueta en la mano.

Es curioso: los pedos pedísimos nunca tienen frío. En pleno invierno y podemos ir todas descocadas, con taconazos, medias finas y el abrigo en ese momento “no es necesario”. Perdonad la curiosidad.

Lo que quieres es una explicación, pero tu novio no está borracho, está… lo siguiente. Y te sigue en modo serpiente=arrastrándose y haciendo S’s. Tú delante airosa, cabreada como una mona, orgullosa, tropezándote con los bordes de las aceras, pero muuuuy enfadada.

Llegáis a casa deja tu chaqueta en la silla pero la vertical de la chaqueta coincide con el suelo. Va al baño a “hacer un pipi interminable” y… (piensas: vendrá a hablar conmigo) tú estás arrebujada en el sofá esperando el consuelo del hombre que la ha cagado mucho.

Piensas: no recuerdas porqué te enfadaste, te duele mucho la cabeza, el sofá está duro y sólo son la 1.40!! Esto ha sido una borrachera express. Y ves cómo del baño, sin atisbo de duda, se lanza en horizontal en la cama, vestido, sobado y k.o. absoluto. Pasa de ti.  La cabeza te da vueltas.

Y te quedas pensando ¿qué puedes hacer? Vas hacia la habitación, abres la puerta con estruendo innecesario, coges la colcha y le espetas: yo no puedo dormir aquí: ¡¡con un borracho!!! Y te largas tooooda tu, orgullo irracional al sofá, a ese tan duro y fashion del salón… y porqué no decirlo: ebria.

No consigues pegar ojo en toda la noche.

6.15. abre la puerta de la habitación y viene al salón, te ve despierta y con los ojos como platos te pregunta:

– ¿qué haces aquí, princesa? ¿Cómo es que no has dormido conmigo?.

– No sé muy bien porqué…

– ¿Vienes a la cama conmigo?

– Sí. He dormido muy mal.

Os acurrucáis en la cama y te preguntas quién te mandó beber ayer, mezclar y volver a beber. ¡Dios! ¡Qué dolor de cabeza!.

Buen comienzo de finde: resacosa, habiéndote enfadado sin conocer cierto el motivo, durmiendo en un sofá duro-duro pero fashion, cabreo de pareja. Se puede empezar mejor pero es difícil.

¡Qué duro sienta ser orgullosa!

Resacosa

La Suelta

 

Plan de domingo.

Nunca te han gustado los domingos. Pero si son lluviosos menos. Y si no hay plan y ni un duro. Directamente deberían estar prohibidos. Son una tortura mental. No fomentan, no aportan. Chupan energía positiva. La tarde de domingo se convierte en una lucha mental contra todo lo que hay que hacer en lunes. Deberían teletransportarnos después del vermutito del domingo a las 12:00 del lunes, como mínimo.

¿A quién se le ocurrió semejante día?

Y además este domingo estás especialmente de mala hostia. No sabes por qué. Habéis decidido poner en marcha una campaña de “mierdas las justas” en casa, se va todo fuera lo que no necesitáis. Quizá habéis escogido un mal día de la semana. Pero ahí va.

Cada objeto que coges es: «esto no lo uso… pero… ay! Qué penita! Jolines. Lo guardo. Quizá más adelante, lo necesite. Para… dejar, reciclar, guardar, escribir. No puedo tirarlo. Es muy valioso. Este artilugio me recuerda a cuando… este pañuelo hortero a rabiar me lo regalo… no puedo tirarlo.» Y te vas cargando tú. Las cosas del otro las quemarías todas. No sirve ninguna. Todas son cagamandurrias.

Te sientes rellena de mala leche, como un bollito. Todo está mal. Nada te parece bien.

A la media hora de empezar, paras. ¡Qué hambre por Dios! Cariño, tengo hambre he de parar… le dejas a él sepultado en cajas, trastos y viejos tesoros.

Vuelves… al cabo de una hora, cafetito, bocata, revista y seguimos.

Empiezan las desaprobaciones, todas hacia él:

– Eso ahí no, rey.  Que no ves que eso así no se hace.  ¡De verdad! Cariñito, Que es que no te das cuenta que así no funciona!. ¡por dios, amor, que la cabeza está para algo…!

– Me voy a hacer un pipi.- Vuelves… quizá peor.-

El chico pone voluntad. Su rendimiento es casi el doble al tuyo, lleva todo el trastero limpio. Tú miras, opinas, dudas y vuelves a dudar… y esta mala leche interior que te inunda… vuelves a increparle. Sin venir a cuento y lo sabes… te escuchas y te odias, internamente, en silencio. Hay una vocecita interna, amiga, que te dice: «cuca, ¡así no!. Cambia el registro.»

Él suspira. Y tú respondes:

– ¿suspiras????

– déjame al menos suspirar. – responde él-

Se hace el silencio.

Él te mira:

– ¿cariño?… – se piensa la pregunta, te mira como pidiendo perdón, te busca la mirada.-

Tú te lo quedas mirando, piensas que qué debe ser eso que le cuesta tanto pronunciar estás a una coma de enfadarte… por… por… si acaso!!

– Cariñito, ¿te ha de venir la regla?

Pregunta nefasta, mazazo al domingo, crash matutino, te sientes ofendidísima, ¿cómo se atreve?, será insensible… pedazo de ….

– Me ha de venir…

Piensas en qué semana estás y caes en la cuenta que estás a puntito a puntito…

– Me ha de venir… ya. Mañana o pasado. – Lo dices en susurro, en voz débil. Pasan ante ti todos los apelativos destructores que le has dedicado en esta mañana de domingo. Quieres rebobinar la cinta, volver a empezar, cerrar el pico, sufrirte tú a solas. Te sabe mal por él. También por ti: tú eres la hormonada. Y no te has visto venir.-

Se hace el silencio…

Empiezas a reírte. La verdad, visto desde fuera tiene su gracia. No sabes si te ríes de ti, de él o de los dos.

A quien se le ocurre encerrarse en un trastero un domingo en estas condiciones.

Te lo miras, tiernamente, no sabes porqué, pero esa carita de pena al preguntar, ese aguantar y no decirte claramente: “¡vete a la mierda, histérica!»

Decidís largaros a tomar el aire, tocar la lluvia, pisar los charcos, desvestir el domingo y arrancarle minutos. Habéis decidido reíros de vosotros y de lo raro que es este mundo.

Hoy es domingo, lluvioso, tedioso, sin plan, sin un duro y a puntito de regla. No puede haber mejor plan.

La tarde de domingo sólo acepta un plan: películas. A ver si te deja escoger a ti una romántica que acabe en besito, en te quiero y eres lo mejor que me ha pasado.

Pasando de dramas existenciales.

 

Hormonada.

La suelta.