Mi tesoro.

Eres mi tesoro, mi mundo, mi vida…

Me abriste en canal las entrañas,

asomándote al mundo en mí.

Me llenaste de vida.

Experiencia brutal.

Me abraza la magia.

Te comería a besos. Eternamente.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Tu olor a ternura me embriaga.

Tu suavidad me derrite.

Me subyace.

Tu indefensión me alerta.

Me despierta.

Tu llanto me desarma.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Tocar tu carita de ángel.

Coger tus minúsculos dedos.

Que se pare el tiempo.

Esto es la eternidad.

Mi éxtasis. El cielo.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

El dolor ya no duele.

La angustia se borró cual tiza de la pizarra.

Se recuerda, mas ya no duele.

Quedas tú. Ser indefenso.

Ternura indescriptible con olor a paz.

Dependiente de mi piel.

Orgasmo de sentimientos.

Emborrachada como estoy.

Que apaguen las luces.

Por mi la vida ya es.

Concentrada en un segundo.

Y no puedo dejar de mirarte

 

Que nadie ose acercarse. Llevarte.

Que muero. Mato. No soy.

Aparto la imaginación. El miedo.

Se me encoge el alma.

Y te abrazo. Te miro.

Te beso. Te beso.

Y el tiempo no tiene medida.

Quizá inmensidad.

Sólo tú, yo y el alba.

Acariciando tu rostro.

Tu piel de melocotón.

Te molesta la luz.

Abres un ojo, me miras sin ver.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Me deshago. Me fundo. No existe el tiempo.

Líquido insalvable.

Sólo tú. Y quizás yo.

¿Qué más da mi vida si tú no estás en ella?

 

Te necesito. Qué osadía. Qué miedo.

Cuanta ternura. Qué palabra.

Y me quedaré aquí mirándote.

 

Tuya

La Suelta.

 

Mi pequeño homenaje a la maternidad.

Por el día de la Madre.

Sabroso despertar.

Se oyen allí fuera las últimas gotas de lluvia, las que cierran la noche y descorren el alba. Lloran en la ventana. Se acerca el viernes.

Se anticipa la luz, caen los minutos, se acerca el sonido del despertador, apenas 30minutos, me giro y le busco, ronroneo, me hago un ovillo, le molesto y consigo despertarle, gruñe, se acurruca, cariñoso me mete su mano debajo de la tela, recorre mi piel que se eriza y se alegra de encontrarle a esas horas. Tibio, suave, delicado, mío.

Algo se acelera, el ritmo, la causa, la cercanía de la agenda laboral. Me besa, se despierta, se acelera al ritmo, busco su boca, su lengua.

En un cálculo rápido del tiempo y de las posibilidades que nos brindan las hormonas y esos últimos 30 minutos de “noche”, de cama…

Caen los pijamas al suelo, el edredón aún nos cubre, el alba se acerca. El sol despunta.

Él se sumerge entre el edredón y mi cuerpo, bucea y baja… y baja… mmm.

Yo no he abierto ni los ojos.  Pero mi cuerpo está despierto, diría que deseoso. Hasta se me antoja hambriento. Qué delicia el tenerte…

En un gesto de sana curiosidad, aparto el edredón, levanto mi cabeza y miro:

Se ha adentrado en ese pequeño gran universo que esconden mis dos piernas, que abrazan mis ingles, que se intuye pero no se abarca.

Ha metido su cabeza entre mis piernas, masajea mi clítoris con su lengua, de manera aventajada, sabia, sin dudar. Cambia de ritmo. Suaviza. Se separa, me mira rabioso y voraz.

Con su dedo índice me toca la esquina de mis labios, los inferiores, mientras me mira.

Yo subo, subo y subo. Sigo subiendo. Irremediablemente.

Se para. Y me indigno, suplico, pido: ¡más! ¡No pares ahora!

Sonríe. Lo sabía. Pone sus manos en mis rodillas y acaricia mis muslos, se acerca a mi entrepierna. Vuelve a lamerme, chuparme, elevarme. Sin dejar de hacerlo mete un dedo con la yema hacia arriba, lo mete hasta el fondo y presiona, acaricia, a la vez que su lengua baila con mi clítoris. Puro éxtasis.

Subo y subo. Y sigo subiendo.

Me levanta, me sostiene, me mueve, me oye jadear.

Y en ese mismo punto de placer sublime, acelera, cambia el ritmo, cual baile ardiente, rítmico y armónico y sin parar ni un instante, consigue que me alcance el orgasmo en mayúsculas, intenso, largo, profundo. Me recorre el cuerpo se arquea mi espalda. Me sacude.

Se separa, dejándome el dedo. Me sonríe y me besa en la tripa. Lentamente saca el dedo, cuidadoso, sensible, delicado.  Ni me muevo, apenas una sonrisa, aspiro, expiro. Me tapa. Me besa. Me deja. Se aleja.

Silencio. Sueño profundo. ¿Qué más pedirle al amanecer?

Dormida.

La suelta.

¡Buenos días de Viernes!

Momento de mujer.

Tarde anodina. Momento sin importancia. Haciendo zaping en el sofá. Por vaguear, por zarandear un poco los canales, algo que te entretenga, que te divierta. No quieres pensar, te da palo todo. Pereza innombrable siquiera el verbo levantarse.

Y en éstas estás cuando te tropiezas con un documental dedicado a la más atemporal, a la única, según dicen, que la Sala Christie a dedicado un “homenaje”, un mito viviente. El documental está lleno de declaraciones, versiones, entrevistas de conocidos, de sus comienzos, anécdotas. Es curioso que siempre sale el primero que la encontró que ya pensó que sería alguien… Y entre personaje y personaje, ella, en imágenes, en vídeos. Ella en mil versiones, vestida, desnuda, maqueada, descarada. La ponen en negro, en colores, de cualquier manera está increíble. Es Exhuberante, felina, delicada, auténtica. Pequeña. Es la sensualidad hecha mujer, misteriosa, voluptuosa y rabiosamente divina. En términos físicos insignificante. No puedes seguir zapeando entre canales, te tiene capturada, secuestrada. No puedes quitar la mirada de la pantalla.

Simplemente perfecta. Agresiva. Demoníacamente erótica. Sexual y a la vez aniñada.

Sabes que no hay photoshop. Y sigue estando Fantástica.

Viendo una mujer así, hasta podría hacerme bisexual…

Un icono. Vivo. Y “de moda” desde hace más de 20años… superará a la coca cola. Beberemos el sustituto de la coca cola y Kate Moss seguirá dando caña.

Porque de la coca cola se han hecho imitaciones, pero Kate Moss sólo hay una.

Y dan datos:

Mide 1,62. Como yo. Ojos castaños. Como yo. Apenas 50kilos, no llega.

Y piensas: “vaya, como yo. Bueno peso 5kilos más, pero están bien repartidos, fijo. “

 

Y la miras y se rellena tu cuerpo de cochina envidia. La ves moverse con esa chupa de cuero negro, igualita a la tuya, al son de la música. Y piensas honestamente: ¡qué jodidamente injusta es la vida! ¿A ver qué combinación de genes hace que una salga así y la otra asá?… IN-JUS-TICIA!

 

¿Quién me ha jodido!? ¡Yo también puedo!.

Apagas la tele en un arrebato de hacer justicia, te sueltas la melena y te quitas la atemporal, pero poco glamurosa coleta de caballo. Te maquillas con acierto y picardía. Te pintas los labios de rojo pasión. Te enfundas unos vaqueros, tu top más in, tu chupa de cuero y pones a toda leche Tormenta de Arena de Dorian, cada una tendrá la suya, pero a ti te ha dado por ahí…

Y pones el vídeo a grabar. Te olvidas de la cámara y la emulas, te pierdes en la música. Y le envías los mejores besos eróticos a la cámara… y bailas, saltas y posas. Cual sirena exótica y sensual en que te has convertido. Piensas tú. Cara así, careto asá.

Se para la música.

Silencio.

Paras la grabadora. Rebobinas y le das al play.

Te miras… el horror es poco comparado con lo que sientes. Si querías ser una sirena te pareces más a un elefante marino. Si querías parecerte a la Kate Moss más bien tienes un aire a la Belén Esteban… Asumes que Kate sólo hay una con su 1,62. Y que tus 5kilos no deben estar tan bien repartiditos. Debe fallar la grabadora. O el número de color del pinta labios debía ser otro. Algún pequeño error de cálculo.

La injusticia existe.

Pero te lo has pasado pipa.

Eso sí le das a borrar al vídeo. Importante. No se acumularan dos errores de cálculo…

 

Envidiosa

La Suelta.

Hacían P.4… continuación.

Volvió a casa llorando, las lágrimas brotaban de sus ojos, recorrían sus mejillas y caían. La tristeza más honda, más pesada, más gris, inundó su cuerpo. No tenía fuerzas. Sólo quería que el mundo apagara las luces. Pero sobre todo quería no sentirse colgada de aquel chico que no la deseaba. Que no se fijaba en ella.

Y pasaron las novias, ella aprendió a mirar y callar, a escuchar las historias de él, a darle consejo incluso, mientras el corazón se le encogía. Le seguía preparando la copia de los apuntes, nada podía hacer. Su amor era mucho más grande que su dolor y resentimiento. Él nunca le prometió nada, nunca le mintió, ¿por qué debería odiarlo? No podía odiarlo. Sólo tenía un sentimiento de querer cuidarle, quería que él fuera feliz. Lo demás le importaba poco. Ella le seguía teniendo presente en cada uno de sus actos. Sin poderlo evitar él ocupaba todos sus pensamientos, sus intenciones. Se sentía vencida y dependiente. Pero ya no luchaba contra ello.

Y llegó la fiesta de final de curso. De COU.

 

Después de bailar, beber, reír y hacer el burro, juntos. Él no se separó de ella en toda la noche, estuvo pendiente y la miraba cuando reía, embelesado. Ella iba muy guapa, con aquel vestido, con el pelo suelto y un no sabía qué que le tenía flipado, no podía dejar de mirarla, aquella risa le hacía sentir bien.

Ella pensó que si la felicidad existía era lo más parecido a esa sensación.

Y una esquina antes de cerrar la fiesta, encender las luces, irse todos a desayunar… él la miró a los ojos y después detuvo su mirada en aquellos labios, que se le antojaron sexys. Deseó besarla. Y la volvió a mirar a los ojos. Ella lo miraba expectante, con los ojos abiertos como platos, las mejillas hirviendo y las pupilas dilatadas. El corazón sintió que se le iba a salir del pecho. Se quedó quieta y le vio lentamente acercarse a sus labios. Él se detuvo un centímetro antes de tocarla. Con sus dos manos la cogió tiernamente del cuello, levantó su barbilla hacia él. Y acto seguido la besó. Tan delicada y suavemente. Con tal elegancia. Que ella supo que no besaría a nadie más en su vida. La certeza se convirtió en mayúsculas, cerró los ojos y se dejó llevar.

Sus lenguas se conocieron, al principio lentamente, después la premura, el deseo, las hormonas y el descubrirse hicieron el resto.

El la cogió de la mano y se la llevó de la fiesta, se la llevó para quedársela, para nunca más separarse de ella, para seguir mirándola y mimándola toda su vida. Para conseguir su felicidad. Y ella con su risa hacía el resto.

Empezaron a caminar juntos en aquella fiesta de COU. Y nunca más se soltaron de la mano.

No comieron perdices, pero tuvieron dos hijos. Hoy los puedes ver serenos y tranquilos, con el sosiego que te da haber encontrado el amor de tu vida, haberlo reconocido y poderlo abrazar hasta que la vida se reescriba.

Ella siempre podrá decir que se dejó besar por la felicidad. Que su niña saboreó el cielo. Y allí se quedó.

 

Con cariño.

La suelta.

La vida. Cabrona.

La vida continúa. No para. No tiene pausa. No hay anuncios. No descansa. No da respiro. Continua. Pase lo que pase. Te guste o te disguste. A veces parece ir más lenta. Óptica caprichosa.
Pues la vida sigue. Aunque a veces te de un zarpazo y te deje inconsciente, vapuleado, sin ganas o deprimido. A lo suyo.
Ya puedes estar tu triste, sin energías, sediento, sin ánimo. Ella rueda. Camina, sin paradas.

No hay fuerzas, no hay motivo, no hay risa compartida.

No hay alegría al final del día.

La tristeza inunda, moja, embriaga. No la querrías. Pero allí está.

No la llamaste, llegó sin previo aviso.
El banco no llama: «no sufra amigo, este mes no cobramos»
La vida… tan amiga. O Tan poco.
Te impone. Te ordena. No pares tu sigue.
Cada día amanece. Sin tregua.
Y te vence.
A impulsos te dejas: «lo dejo. No sigo. No quiero. No puedo. Que paren, me apeo»
Pasa de ti. Altiva, distante.
Apartas la locura: «¿Qué digo? ¡loca!»

O no. ¿Para qué, a veces, la vida?
Nadie responde, si es que hay alguien que escucha.
Sin respuestas. Pero preguntas… tantas.
Injusticia, presente.
Y a ratos cuestionas «¿será esto una broma de mal gusto? Simplemente…»
La vida, otra vez, te exige. Te pide.
Llora, te grita.
No te conoce. O te sabe tanto.
Y te cae un periódico. Un titular, sabiamente hilado. Un corrupto. Un crack.

Una noticia que sabe a ultracosmos. Lejana. Injusta. Ajena.
La vida, dispar. Desequilibrada. Suya. Impuesta.
Cierras el periódico por el peligro real de convertirte en terrorista, sicario, poseída.
El tortazo de la injusticia. ¡qué amargo!. Cruel. Impuesto.
Consejos. Guías de instrucciones. Recomendaciones. No valen para nada.

Llevadme, que no puedo.
La vida me vence. Me ha vencido, ya no soy.

Como el cenicero atiborrado de colillas, de ceniza y porquería en el último rincón del bar.
Sucia. Pringosa. Miserable. Olvidada.

Tu vida. O la mía.

Hoy triste, ¿por qué no?

 

La Suelta.

Queridos Reyes Magos de Oriente.

Os escribo mi carta de reyes ya digo que sin ninguna esperanza…

Pero si ni la escribo. Siempre podréis decir que no os lo pedí.

Y a mí me cuesta un suspiro escribir.

 

Os adelanto que intenté portarme todo lo bien que la teoría me decía…

Pero llevarlo a la práctica se me ha hecho directamente imposible.

Intenté enfadarme menos, es mi punto negativo. Lo confieso.

Intenté no gritar, que no se me llevaran los demonios, intenté dejar el tabaco, adelgazar algo, ponerme en forma, aprender algo. Todo fueron meros pensamientos.

Quizás intentos el 1 de enero. Pero he acabado el año catalogada como mala-mujer.

Pues no he logrado acostarme sólo con conocidos, amigos o alguien con nombre.

El término “desconocido” me pone.

Otra confesión.

Pero para que no sea esto un confesionario

¡¡Voy al grano!!

 

Voy a concentrar mis energías, y las vuestras, en ello:

os pido una relación seria, formal, educada.

Con un hombre que me inspire, me enamore, me reconforte.

Me suba y me haga sentir bien. Que con él sea mi versión más auténtica. Más pura.

Que me entienda, que no intente resolver mis conflictos, problemas en los que me meto yo solita. Sólo que sepa escucharme.

Que me deje solita cuando necesite.

Que domine mi carácter. Sin sentirme sumisa.

Saber que soy su todo independientemente del resto.

Que me haga reír, como no río con otros. Reírme de todo hasta de mi misma. Vital.

Que en sus besos me funda y en la esquina de un suspiro me deshaga.

Pero sobre todo: que no me aburra con egocentrismos desmedidos. Que el “yo he hecho, yo soy. Yo...” Me cansa, no puedo evitarlo.

¿Seré mala?

 

Quiero un hombre entero. Y para eso deberá entenderme…

Y como Reyes Magos, muy magos pero hombres, al fin y al cabo, que sois.

(No se lea esto como una misandria encubierta. ¡¡Nada de eso!!)

Os voy a transcribir en poquitas palabras que significa eso…

 

Quiero un hombre que sea suficientemente bueno para llevarme al altar, pero sabrosamente golfo como para dominarme en la cama.

 

¿es tan difícil mi deseo?

 

Quizás debería habéroslo pedido antes. Para que os diera tiempo a buscarlo.

O tal vez, probablemente, en realidad no quiero que lo encontréis.

Por algo soy La Suelta.

 

Dispuesta.

 

La Suelta.

La Maldad.

El niño se quedó observando aquella mirada vacía, fría y penetrante. Y no supo por qué salió corriendo, cogió la mano de su madre. Como si aquel gesto le fuera a salvar de no sabía qué.

 

-Mamá, ¿qué es ser malo?

-Cariño. El mal es algo que no nos gusta porque hace daño, que es oscuro y frío, que nos da repelús, pero todos llevamos un poquito dentro.

Todos tenemos un cachito bueno y un poco de malo. De nosotros depende qué parte hacemos crecer, alimentamos, desarrollamos.

-Y ¿qué es hacer el mal?

Hacer el mal es pisar las bondades del otro, sacudiendo sus miserias, es aprovecharse del otro, no valorarlo, menospreciarlo.

Utilizar sus sentimientos para tu conveniencia, no con honestidad.

A veces simple y llanamente hacerle sentir mal, por pura diversión.

Para demostrar su “poder”, su superioridad, su control.

Malo es causar dolor por el placer misterioso y nauseabundo de causar dolor.

Es socavar la dignidad, es inspirar miedo.

La maldad está presente cuando alguien no puede sentir ni un gramo de empatía.

Es burlarse del ajeno convirtiéndolo en pequeño. Ridiculizándolo.

Es tergiversar la realidad para darle al otro un ostión de culpabilidad innecesaria en pos de su propio lucimiento.

Es ver sufrir a un niño y no sentir lástima.

Es nunca sentir pena.

 

El mal está presente, suele tener causa. Más no justificación.

Es más frecuente de lo que nos gustaría y más común de lo que a veces creemos.

Pero el mal se siente, enfría. No calienta. No abriga.

Te hiela. Te enmudece. Te eriza.

 

Cuando el mal está presente lo sentirás: querrás salir, huir, desaparecer.

No es buen compañero.

 

Y a veces hasta los malos pueden tener principios.

El mal es una elección.

A mi modo de verlo.

 

-Pues creo que le he visto, mamá.

 

 

Observadora.

 

La Suelta.

 

¿Y tú? ¿Qué opción escoges para salir a la calle?

¿tu lado bueno o tu lado malo?

¿qué es un beso?

A veces me pides un beso.

Sin nombrarlo. Con tus ojos.

Me lo pides o lo suplicas, en silencio.

Y yo me acerco a regalártelo, ofrecértelo,

brindártelo, embriagarte o cubrirte con él.

 

Otras veces simplemente los espero,

los anhelo,

los deseo como miel de dulzura,

código de un deseo indomable.

Necesidad animal.

Te miro cuando no miras.

Te hago ojitos en la penumbra.

Tú me adivinas, o no.

Me besas, o no.

Yo sigo anhelando.

 

Y en un mágico instante

se encuentran las miradas.

Se entienden, sonreímos.

Y suena un beso.

Largo, intenso y nuestro.

 

Porque… al fin y al cabo…

¿qué es un beso?

Es el simple chasquido de unos labios.

De mis labios con los tuyos.

Es el deseo no escrito.

El encuentro de dos anhelos.

El ansia calmada.

El sosiego del alma.

Es el punto de unión de las dignidades.

Donde se impone el silencio y se corroe la lujuria.

Es el sorbo de un Gin Tonic. Compartido.

Nada puede decir un beso

y todo lo dice el beso.

Es la esencia de la expresión.

 

Es la mejor manera de iniciar un encuentro

y la inmejorable para sellarlo.

Es la paz. El cariño concentrado. Honesto.

El “¡te sigo queriendo!”. El “¡qué ganas de verte!”.

 

Nada puedo hacer con mis besos

más que dejártelos, delicados,

en la esquina de tu boca.

Para descifrarlos. Leerlos. Quedártelos.

Usarlos o tirarlos. Son tuyos.

 

O quizás, probablemente, a lo mejor…

Cumpliendo mi deseo:

Devolvérmelos, con pasión o ternura;

con delicadeza o bravura,

con lengua o sin lengua.

¡Qué más me da!.

Pero ¡devuelve! ¡Respóndeme!

 

¡Bésame!

Por lo que más quieras.

O vete al diablo, amor mío.

 

Zalamera.

La Suelta.

Se había puesto verde…

Habéis quedado para cenar. Para tomar algo en un coqueto bar del centro. Las luces de la noche empiezan a encenderse. Es ese punto del día en que el atardecer cede paso a la noche. Le pasa el testigo. Se reparten la luz. El color tenue del cielo se salpica de curiosas farolas.

Y aparece él… descamisado, con su pelo largo, mojado, olor a limpio, tez tostada, barba de dos días, se acerca con ímpetu te besa lentamente en la esquina de tu boca. Despacio. Te mira a los ojos:
-¡Cuánto tiempo! ¡Qué ganas tenía de verte! ¡Estás igual… tremenda! -te sonrojas y lo sabes, miras al suelo, ¿por qué los golfos nunca dejan de serlo?-
– Gracias. –qué tímida, hasta lo pareces.

El atardecer desliza y cae, se abre la noche, se cierra la cena. Has venido caminando, él ha venido en coche. Y deja caer: “si quieres te acerco”. “vale” se te cae, impaciente.

En el coche se apagan las risas, invade el silencio y rompe una risa tonta.

Él te mira, sonríe. Deseas. Y él lo intuye.

Acerca su mano a tu rodilla, la abraza, la coge y baja la mano decidido sin titubeos hacia tu ingle. Autoritario. Sensible. Tú le sonríes, traviesa, gamberra. Te lee y lo sabes.

¡Cuánto dicen dos miradas! ¡Que no pueden decir las palabras!

Te hurga con la mano por debajo de tu falda, con la punta de sus dedos se desliza debajo de tus braguitas, indaga y baja entre las ingles y baja… encuentra tu sexo, húmedo, caliente, dispuesto. Toca con autoridad, con ganas, con deseo, con ansia.
Tu educación te dicta cerrar las piernas, te dice que aquello está mal, que saque la mano, que pare, no siga.
Tu instinto animal te pide abrir las piernas, cogerle tú la mano, bajársela, asirla y no soltarla.
Sus dedos apretan. Sus ojos te miran de soslayo entre la conducción. Está serio, con el ceño fruncido. Busca tu placer.
No ceja con sus dedos. La corriente de placer recorre tus piernas. Arquea tu espalda. Miras al techo. Cierras los ojos. Te vence el éxtasis. Cual lava brota de ti. Te eleva. Sus dedos no han parado ni un instante. Te apreta con fuerza. Los introduce. Te contraes. No eres.

Inmenso. Divino.

Lo miras incrédula. No aciertas a pronunciar una letra. Sonríe. Cariñoso y sexy.
Semáforo en rojo. Se acerca a ti, te besa en la frente. Te acaricia la cara. Se queda mirándote como si hubiera sido él… embelesado.
Os pitan: se había puesto verde.

Traviesa.

La suelta.

Voy a adorarme.

He decidido adorar mi cuerpo. He optado por subirlo al Top One de mis ideales físicos. Mimarlo. Porque voy a estar aquí dentro hasta que me muera. Por feo, banal y mundano que suene.

Voy a pasar de mi culo XL y de mis tetas XS de esta equivocación en el reparto de volúmenes. No lo voy a tener en cuenta y hasta le voy a encontrar el puntito. No voy a ver mi nariz aguileña más imperfecta que la de la Letizia previa a su “necesaria” cirugía. Yo no soy reina consorte. Voy a pensar que toda belleza más mágica cuando es imperfecta.
Y me voy a seguir adulando.
No voy a tener en cuenta la falta de personalidad de mi pelo que no es ni rizo exótico ni liso japonés… más bien diría indefinición latina. Ni chicha ni limonaa…
No hay forma de dominarlo en modo liso ni darle volumen. Él a lo suyo. Pero la gracia le encontraré…
Pues soy la primera cara que veo por la mañana y la última del día.
Porque quererse no viene mal.
Pero adorarse debe ser la bomba.
Y al final mi belleza será imperfecta pero la magia correrá por dentro. Que lo sé.

Porque por mucho que desee otro cuerpo no me lo van a cambiar.
Y ya ni deseo ser la Bundchen ni quiero esos labios suculentos de la Jolie. No voy a pensar que cada noche besan a Brad Pitt…. eso no me importa. No siento nada.
Tampoco tengo lunar indiscreto en la comisura de mis labios a lo Mendes (ésta besa a Ryan Gosling) o como la Crawford icono de décadas pasadas. Yo sigo con mis anodinas formas.
Pero voy a encontrar la manera de adorarme. ¡Hasta de desearme a mí misma!
Porque por mucho que me las mire no me transformo en ellas.
En este caso la visualización, el deseo firme, el objetivo y el trabajo duro no cambia personalidad ni me transforma en una it girl… no hay nada que hacer. Creo…

Así que mañana mismo voy a empezar a quererme con locura.
Ahora mismito voy a cogerme la última Vogue a ver si en un despiste del destino me cambia por Eva Mendes y puedo besar a ese hombre.
¿Quién dice envidia?
A lo mejor el destino se equivocó. Y ando yo aquí en personalidades equivocadas.

Pero si no funciona. Mañana soy mi propio ídolo…

Convincente  ¿O no?

La suelta