Sino… ¿para qué?

A mi me encanta vivir.

Y sentir. Y dejar al aire acariciarme la cara.

Permitir a mi pelo despeinarse.

Y a mi mirada llorar como una niña.

A mi me flipa arriesgar.

Apostar.

Y ganar.

O aprender.

Y llevarme tanto aprendizaje que no me quepa en la memoria.

Pero vivir. Vivir intensamente. Vivir a fondo.

Vivir con todo.

Porque… sino ¿para qué?

A mi me encantas tu. Y el nosotr@s.

Y la magia de esta mirada, contenida, mantenida y llena de vida.

De seducción. De deseo o de admiración.

De risas o de amor. Pero de vida.

Nosotr@s.

A mi me apasiona pensar y debatir.

Discutir y rebatir.

Y no llegar a ningún sitio, no buscar conclusiones.

Sino el mero y valioso privilegio de una conversación compartida.

Y es que la vida es eso.

A mi me pone que la vida me brinde, me rete, me busque y me encuentre.

Me gustan las personas. Y las que contienen tesoros… más aún.

Las que entienden de lealtad.

Las valientes que defienden el amor. Con mayúsculas.

Mayúsculas su valentía.

Me pirran las personas divertidas, no fáciles, divertidas. Alegres.

Cómicas, filósofas con patas. Sonrisas con alma. Tesoros que la vida regala.

Muchas veces personas con grietas, por donde emana su luz.

Y me gusta el silencio. Valioso silencio. Mágico silencio. Donde emerge el ser.

La esencia.

El pensamiento solitario, regodeándose con la lógica,

retando al miedo, buscando la ilusión.

Y la vida sube y baja. Y yo la sigo. Persigo. Descubro.

A veces sudas, otras veces bailas. Pero vives.

Porque la vida es eso.

Vamos con todo. Sino ¿para qué?

A mi me pone contenta cumplir años,

porque no se me escapan, los quemo, los vivo, los siento.

¡Y lo que queda!

Llevo un tiempo en mi. Sintiendo… me. Viviendo… me.

Y qué gozada la vida.

¡Porque la vida mola!

Y contigo más.

Espero tanto de ti… Como de mi.

¿Bailamos?

Las estrellas miran, observan, escuchan… las veamos o no. Ahí están.

Yo apuesto por la vida.

Con todo. Sino ¿para qué?

Viva. Más que nunca.

La suelta.

P.D.

Qué gusto sentir como mi escritura matutina os buscaba esta mañana, me arañaba las entrañas, para emerger tan bonitas letras.

Qué gustazo volver. Escribir. Sorprenderos.

Pero sobre todas las cosas… sorprenderme.

Y por encima de todo esto: Ser.

Estar en mi.

Y por un breve espacio darle paso a la suelta…

¡Qué gustazo!

MALTRATO: una forma de amar.

Puede parecer retorcido, obsceno, perverso… y lo es.

Pero el maltratador no piensa que lo es.

Él no se concibe a si mismo malo, cruel o hiriente.

El cree que cuida, protege, ama.

Él quiere pero mal.

(Digo ÉL pero podría decir ELLA, el maltrato tampoco tiene género)

 

Dicen que el amor tiene muchas formas, pues para mi, digo para mi, no digo que este Post sea una verdad universal, es una lectura más de todas las que existen en estos mundos de Dios.

 

Pues para mi el amor tiene una forma que duele, que oprime, que ahoga.

Y le llamo amor para explicarlo.

Porque en realidad hay amor del bueno y amor del malo.

Amor del que suma, alegra, cuida, sustenta, subraya.

Y amor del que oprime, somete, desprecia, maltrata.

Porque trata, pero mal.

 

El maltrato tiene dos formas, dos apariencias, dos sabores.

Una es dulce, es tierna, sabe a miel, es caramelo, te abraza, te mima, te lleva y te sube. Te engancha. La otra, sin previo aviso, siempre culpa tuya, pequeñ@, es feroz, hiriente, amarga, cruel, tóxica. Te señala como culpable, te ignora, te hace el vacío, te desprecia, te subestima.

Y tu, culpable de todo esta tragicomedia te sientes responsable de haberte llevado por delante todo.

Y quieres, ansías, pides la cara A.

Volviendo a someterte.

 

Y por favor olvidaros del cromo usado del maltratador Alfa que somete a la chiquilla indefensa.

Este es uno más de los muchos cromos de maltrato que hay en este puto mundo.

Poned en vuestra mano el cromo de la madre insegura, envidiosa, egocéntrica que hace sentir a su hija inteligente, guapa y valiente una simple colilla. Esto también es maltrato. Y es amor.

Esa madre quiere a su hija (pero la quiere mal) pues la maltrata. La hija se deja, porque se siente culpable, responsable. Tampoco es consciente, pues no ha salido fuera, sólo está dentro. Y esa hija necesita a su madre… hasta que decida no necesitarla. Y decida salirse de ahí.

 

Y os puedo dar más cromos. Porque de víctimas hay de todos los tipos. Y nunca se sienten víctimas, sino culpables, responsables.  

Porque el maltrato no es maltrato todo el rato, en todo momento va cambiando de cara. Y el maltratador nunca se concibe así.

Ni la víctima, víctima.

Pasando a ser todo un alquitrán dulce, del que cuesta horrores zafarse, alejarse, librarse.

 

Pero leerlo de esta manera puede ayudar.

Quererte a ti mismo es una forma de librarte.

Poniéndote por delante. No por detrás.

Leerlo de otra manera es un camino hacia adelante.

Patalear, protestar y permitirle llamarte mal@. Otra.

Porque a la víctima le importa tanto la lectura que el maltratador haga de ella que no encuentra la salida.

Ese amor es su sustento. Su soga.

 

Para ti que lees esto desde fuera te será muy fácil juzgar, opinar, ver la salida. Cuidado con lo que dices, hay víctimas que te estarán leyendo.

 

Pero desde dentro sólo hay alquitrán, pegamento, falta el aire.

Es como si te dieran miel con una soga al cuello.

Tu cuidador te la oprime cuando “te portas mal”.

Y la víctima se siente responsable de todo lo que sucede.

Las lecturas que aportan son importantes.

Los amigos que suman son vitales.

El amor del bueno se selecciona y necesita.

El amor del malo se debe alejar y si no puedes sacarlo como mínimo localizarlo, detectarlo.

Y te diré una cosa: puedes ignorarle e irte.

Puedes.

Porque la única lectura que te debe importar de ti mism@ es la tuya.

La única.

Porque vales un mundo.

Porque puedes empezar por quererte tu a ti mism@.

Y puedes pensar que aquello era amor, pero del malo.

 

Hay personas a las que queremos con toda nuestra alma que mejor que no estén en nuestra vida.

O que estén lejos.

Queriéndonos mucho, pero lejos. ¿Porqué no?

Son amores que duelen. Que parten.

Pero si hoy decides empezar por ti.

Tendrás premio: Tu mism@.

 

Entender el mundo cuesta. Nadie debe decirte como son las cosas.

Empieza por recordarte cada mañana: yo valgo un mundo.

O una galaxia.

 

Y a los que no te quieran bonito, que les den.

 

Libre

 

La Suelta.

Historias cotidianas.

Hacía días que Javi arrastraba agobio, hastío. Mala leche. Y no sabía muy bien el porqué. A media mañana le dijo a Ana que iba a dar una vuelta. Tenía que ir a la ferretería un momento. Ella asintió con la cabeza. Pensaba que no les faltaba nada. No entendió y a la vez lo entendía todo. Y le vio irse inquieto con prisas.

  • Javi, trae pan del bueno. Alguna cosa rica que encuentres. ¿Vale?

Él asintió sin mirarla. Ella leyó en él esa necesidad de coger aire, de marcharse. Esa necesidad de salir. Y volvió a entrar en casa.

Javi entró en la cafetería del día anterior, buscó con la mirada a la camarera. Se miraron y sonrieron. Él ya sabía. Empezó a contar. “1, 2, 3 … 7.”

  • ¿Qué deseas?
  • Un cortado, por favor. – se quedaron mirando. Sonriendo. Dejando fluir los segundos. A ella le gustaba. Pensó Javi. –

Intercambiaron tres frases, tópicas. Incluso sus nombres en un diálogo previsible pero divertido. Él quería comprobar que le atraía. La camarera se marchó a servir a otro cliente. Él se quedó mirándola. Y en ese instante en que Javi empezó a imaginársela desnuda. En ese segundo en el que su mente le desabrochaba el sujetador y la colocaba en la cama… su mente le trajo a Ana. Su mirada se fue al infinito. Se quedó en blanco y su hambre despertó de Ana, le vinieron a la mente sus tórridos momentos compartidos, su complicidad, ese deseo hambriento el uno del otro al acercarse, ese erizarse al sentirse rozado por ella. Esa mirada pícara de su muñeca. Ese anticipar lo que él deseaba incluso antes que sí mismo. Ese deseo. Sencillo. Limpio y suyo.

Volvió a la tierra, endulzó su cortado, buscó a la camarera y la miró. Ana no tenía nada que envidiarle. Y la camarera se le antojaba previsible y vacía. Ana era un mundo llena de recovecos que aún tenía que explorar. Y sintió hambre. Hambre de ella, ganas de besarla. Y contarle… el qué. Nada. Que la deseaba. Como el primer día.

Volvió a casa un par de horas más tarde. Con las manos en los bolsillos.

Ana le vio entrar, ni rastro de la ferretería. Ni rastro del pan. Le miró y leyó en su mirada las ganas, la alegría de encontrarla, el ansia de comérsela. Se le revolvió el alma. Se le llenó el estómago de felicidad.

Silenció el “¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?” y soltó:

  • ¿Sabes qué he estado pensando, cariño? He pensado que podríamos abrir un agujero en el techo de nuestra habitación, poner un vidrio y así de noche veríamos las estrellas. Y con suerte veríamos la Luna. ¿a qué es una gran idea?

Y ¿sabes qué?

  • Te cuento algo.- empezó él.-
  • ¡No! – suplicó Ana. Temiéndose alguna reflexión trascendental.- lo mío es más interesante.
  • ¡Ah! ¿Sí!? ¿Estás segura?- ¿cómo es que esa niñata le seguía pareciendo adorable. Con todo su descaro? Se la quedó mirando como gesticulaba con las manos, los brazos, señalando las supuestas estrellas, repartiendo el espacio. Llevaba unos shorts y una camiseta holgada de tirantes. No llevaba sujetador. Y el pelo alborotado en una coleta.
  • Sí, es más interesante lo mío. Si conseguimos… – seguía ella-

Él dejó de escucharla. A pesar de saber ella que esa mañana se había marchado de casa con agobio, de su vida, incluso de ella. Había vuelto con ganas de comérsela. Y esa manera de ser, que conseguía leerle el pensamiento sin destaparlo. La convertía en “su niña”.

¿Cómo había podido pensar siquiera en fallarle?

Mientras, ella seguía hablando. Se acercó él mirando la tira de la camiseta. Con un dedo lo metió debajo y la deslizó por su hombro, dejó al descubierto su pezón. Ella se lo miró traviesa, divertida pero sin parar de hablar. Gesticulaba, pero no movió el brazo, para no subir la camiseta. Él la miró a los ojos y sus miradas se entendieron.

Se aproximó al pezón, lo besó, lo chupó y lo apretó firmemente con los labios. Con toda la fuerza que pudo hacer. Sabía lo que generaba en ella. Le excitaba directamente el clítoris, cual corriente nerviosa con comunicación directa con ese crucial e íntima parte de su cuerpo. Ella calló, levantó la cabeza al techo. Soltó un gemido y se cogió al cuello de Javi. Él siguió masajeando fuertemente el pezón. Sabía lo que estaba provocando y ella se lo estaba permitiendo. La giró ligeramente sin dejar de chuparle el pezón y con su mano derecha le acarició la tripa, el ombligo y bajó. Le acarició dulcemente la pelvis y siguió bajando. Con un dedo notó su cálida humedad. Su disposición y su calor.

Él estaba. Pero ella estaba más. Molestaba la ropa, temblaban las piernas. Pararon y se miraron ansiosos de placer. Sonrieron con la más gamberra de las miradas. Él la levantó en brazos y la sentó en la mesa, le abrió las piernas. La cogió de debajo de las rodillas y se la acercó con fuerza, con rabia. Con ganas. Muchas ganas. Ella se tumbó, se dejó hacer, alargó los brazos. Era suya. Enteramente. Y la penetró. Al principio muy despacio. La miró a los ojos. En cada embestida, la corriente de placer le arqueaba la espalda. La traía y llevaba. Las mentes en blanco. Puro éxtasis. Levantó sus piernas, se las apoyó en sus hombros. Y masajeó su clítoris. Ella se dejaba hacer en sus sabias manos.

Y paró. Silencio. Una mirada. Ya sabían. La cogió en volandas y la llevó a la cama. Se colocaron de la manera más tierna que sabían, sin mediar palabra y el orgasmo se los llevó de la mano en un subir y bajar paralelo e intenso. El grito ahogado del otro en la esquina de la oreja. Jadearon, el aliento descolocaba su melena, se abrazaron y llegó el silencio. El dulce silencio. Qué parada deliciosa. Se acurrucaron ella de lado y él por detrás la abrazó, le besó el cuello. Le apartó el pelo. Y quiso que ese momento no se acabara nunca. No se desdibujara. No se difuminara.

Las cosas se acaban, pero no por ello dejan de existir. Los sentimientos evolucionarán, pero este ahora. Era suyo.

¡Qué a gusto se estaba entre esos brazos!

 

Imaginativa.

La Suelta.

Mi tesoro.

Eres mi tesoro, mi mundo, mi vida…

Me abriste en canal las entrañas,

asomándote al mundo en mí.

Me llenaste de vida.

Experiencia brutal.

Me abraza la magia.

Te comería a besos. Eternamente.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Tu olor a ternura me embriaga.

Tu suavidad me derrite.

Me subyace.

Tu indefensión me alerta.

Me despierta.

Tu llanto me desarma.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Tocar tu carita de ángel.

Coger tus minúsculos dedos.

Que se pare el tiempo.

Esto es la eternidad.

Mi éxtasis. El cielo.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

El dolor ya no duele.

La angustia se borró cual tiza de la pizarra.

Se recuerda, mas ya no duele.

Quedas tú. Ser indefenso.

Ternura indescriptible con olor a paz.

Dependiente de mi piel.

Orgasmo de sentimientos.

Emborrachada como estoy.

Que apaguen las luces.

Por mi la vida ya es.

Concentrada en un segundo.

Y no puedo dejar de mirarte

 

Que nadie ose acercarse. Llevarte.

Que muero. Mato. No soy.

Aparto la imaginación. El miedo.

Se me encoge el alma.

Y te abrazo. Te miro.

Te beso. Te beso.

Y el tiempo no tiene medida.

Quizá inmensidad.

Sólo tú, yo y el alba.

Acariciando tu rostro.

Tu piel de melocotón.

Te molesta la luz.

Abres un ojo, me miras sin ver.

Y no puedo dejar de mirarte.

 

Me deshago. Me fundo. No existe el tiempo.

Líquido insalvable.

Sólo tú. Y quizás yo.

¿Qué más da mi vida si tú no estás en ella?

 

Te necesito. Qué osadía. Qué miedo.

Cuanta ternura. Qué palabra.

Y me quedaré aquí mirándote.

 

Tuya

La Suelta.

 

Mi pequeño homenaje a la maternidad.

Por el día de la Madre.

Prométemelo.

– Prométeme que serás feliz sin mí.

– Te lo prometo.

– Prométeme que vendrás a buscarme si quieres estar conmigo.

– Te lo prometo. Pero esta historia debe acabarse aquí, princesa.

– No quiero. ¿Por qué? yo te quiero.

– No puede ser. Tu vida está aquí. Tu trabajo está aquí. No puedes dejarlo. Eres lo más.Y mi vida está allí. A 7.000km, a 8 horas de avión, a medio día de vuelo, a un imposible de distancia.

– No hay imposibles. Hay falta de creatividad. Vengo contigo.

– No debes, mi niña. No tires tu vida por mí, encontrarás a alguien que te adore, que te mime como mereces, encontrarás la felicidad. Tú vales mucho.

– Mi felicidad se irá contigo, te llevarás mi magia, mi risa. Sólo te quiero a ti.

– No me digas eso. No cambies, tesoro. Confía en ti. Cree en ti.

– ¡¡Tú no lo entiendes!! Yo mataría por ti.

– ¿Qué quieres decir?

– Que mataría por ti. –acariciándole la cara, la mejilla, como si en ese gesto pudiera retener un cachito de él para ella sola-

– Ha sido una historia bonita. No quiero verte llorar. Me rompes. Haría lo que fuera por no verte llorar.

– Quédate conmigo.

– No puede ser. Nuestras vidas están a una distancia insalvable.

– No hay nada que el amor no pueda cambiar.

– No es así, solete. No es así. La vida no es color de rosa.

 

Su mirada se inundó de tristeza. Él la abrazó fuertemente, ella quiso que la vida se cerrara. Nada tendría sentido. El mundo ponía el stop. Le dolía el pecho. El la abrazó más fuerte. Le besó la frente.

Y la miró a los ojos. Sus ojos mojados de tristeza, de impotencia. Por no saber desviar al destino de rumbo, menguar la distancia. Cambiar un sentido.

– No tiembles, no tengas miedo, eres fuerte. Podrás con esto. Tu vida cambiará, mejorará. Serás feliz sin mí. Tienes motivos. Tu trabajo. Tus amigos.

– Pero no estarás TÚ conmigo.

Y se para el tiempo, se hiela. Se contiene, teme tan solo avanzar, para no separarlos, para poder mantenerlos cerca.

– ¿Me recordarás?

– Yo nunca te olvidaré, no deberé recordarte. Siempre te llevaré conmigo. Te estaré esperando. Siempre.

Eres mi certeza más intensa y más inoportuna.

– Yo la guardaré en mi corazón.

Los minutos no pasaron, cayeron.

El tiempo no avanzó, la tristeza se hizo gris y el mundo quedó en silencio. Ya no giraba, ya no reía.

El abrazo descorrió el amanecer.

Y llegó ese momento en que él tuvo que marchar, tenía que coger un avión, rumbo al deber. A ninguna parte. Y en el rellano de la puerta. Le rogó:

– Sonríeme, no me digas adiós con lágrimas en los ojos. Ha sido la historia de amor más bonita que he vivido.

– Yo no desharía ni uno sólo de mis pasos. Te esperaré siempre, amor.

Y cerró la puerta.

 

Triste.

La suelta.

Hacían P.4… continuación.

Volvió a casa llorando, las lágrimas brotaban de sus ojos, recorrían sus mejillas y caían. La tristeza más honda, más pesada, más gris, inundó su cuerpo. No tenía fuerzas. Sólo quería que el mundo apagara las luces. Pero sobre todo quería no sentirse colgada de aquel chico que no la deseaba. Que no se fijaba en ella.

Y pasaron las novias, ella aprendió a mirar y callar, a escuchar las historias de él, a darle consejo incluso, mientras el corazón se le encogía. Le seguía preparando la copia de los apuntes, nada podía hacer. Su amor era mucho más grande que su dolor y resentimiento. Él nunca le prometió nada, nunca le mintió, ¿por qué debería odiarlo? No podía odiarlo. Sólo tenía un sentimiento de querer cuidarle, quería que él fuera feliz. Lo demás le importaba poco. Ella le seguía teniendo presente en cada uno de sus actos. Sin poderlo evitar él ocupaba todos sus pensamientos, sus intenciones. Se sentía vencida y dependiente. Pero ya no luchaba contra ello.

Y llegó la fiesta de final de curso. De COU.

 

Después de bailar, beber, reír y hacer el burro, juntos. Él no se separó de ella en toda la noche, estuvo pendiente y la miraba cuando reía, embelesado. Ella iba muy guapa, con aquel vestido, con el pelo suelto y un no sabía qué que le tenía flipado, no podía dejar de mirarla, aquella risa le hacía sentir bien.

Ella pensó que si la felicidad existía era lo más parecido a esa sensación.

Y una esquina antes de cerrar la fiesta, encender las luces, irse todos a desayunar… él la miró a los ojos y después detuvo su mirada en aquellos labios, que se le antojaron sexys. Deseó besarla. Y la volvió a mirar a los ojos. Ella lo miraba expectante, con los ojos abiertos como platos, las mejillas hirviendo y las pupilas dilatadas. El corazón sintió que se le iba a salir del pecho. Se quedó quieta y le vio lentamente acercarse a sus labios. Él se detuvo un centímetro antes de tocarla. Con sus dos manos la cogió tiernamente del cuello, levantó su barbilla hacia él. Y acto seguido la besó. Tan delicada y suavemente. Con tal elegancia. Que ella supo que no besaría a nadie más en su vida. La certeza se convirtió en mayúsculas, cerró los ojos y se dejó llevar.

Sus lenguas se conocieron, al principio lentamente, después la premura, el deseo, las hormonas y el descubrirse hicieron el resto.

El la cogió de la mano y se la llevó de la fiesta, se la llevó para quedársela, para nunca más separarse de ella, para seguir mirándola y mimándola toda su vida. Para conseguir su felicidad. Y ella con su risa hacía el resto.

Empezaron a caminar juntos en aquella fiesta de COU. Y nunca más se soltaron de la mano.

No comieron perdices, pero tuvieron dos hijos. Hoy los puedes ver serenos y tranquilos, con el sosiego que te da haber encontrado el amor de tu vida, haberlo reconocido y poderlo abrazar hasta que la vida se reescriba.

Ella siempre podrá decir que se dejó besar por la felicidad. Que su niña saboreó el cielo. Y allí se quedó.

 

Con cariño.

La suelta.

Hacían P.4

Hacían P.4 cuando sus miradas se encontraron por primera vez. A ella aquel niño gamberro y descarado le secuestró la mirada, no pudo mirar a nadie más, hasta el día de hoy.

Descorrieron la infancia, aprendieron las letras, los números y los colores, uno muy cerquita del otro. Sus pupitres se tocaban. Él, un niño vivaracho, inquieto, tremendo. Auténtico. Ella dócil, tranquila, paciente, enamorada.

Él a sus cosas, con sus amigos, mirando la próxima travesura.

Ella a sus cosas, con sus amigas, mirándole a él, irremediablemente.

Fueron creciendo, los números pasaron a ser ecuaciones, las letras oraciones, vinieron los exámenes.

Ella tenía pulcramente sus apuntes colocados, ordenados, subrayados por colores, con la misma letra de principio a fin. Él a veces hacía campanas, otras no los había cogido bien, siempre acababa pidiéndole los apuntes, a última hora del día anterior.

Era un día previo a un examen de 8 E.G.B. 20.00pm, en casa de ella, sonó el teléfono, a ella le dio una punzada el estómago y un respingo en la silla, “¿por qué?” pensó.

Su madre asomó en su cuarto: es para ti, ¿adivina quién es?? Le dijo con rintintín.

Cuando oyó su voz al otro lado del teléfono inventándose una historia ya sabía lo que le iba acabar pidiendo. “¿me dejarías los apuntes?”. “Sí, pero tendrás que venir a buscarlos”. “Ahora vengo”. Colgó el teléfono a la vez que sonaba el timbre del portal. Ella corrió a su cuarto a coger la copia de apuntes que le había preparado.

No podía remediarlo, pensaba en él constantemente, lo llevaba con ella a todas partes, se vestía pensando en él, empezaron instituto, BUP. Y llegó la primera novia, de él. A veces los tortazos los recibes sin previo aviso, sin haber hecho nada, o incluso siendo buena gente, haciendo las cosas bien, siendo la mejor versión de ti mismo, en ese preciso momento te puede caer la mayor hostia de tu vida. La vida es así, injusta y cabrona. Es lo que tiene.

Y ese día al salir de clase ella le vio con su carita de pillo, al fondo del pasillo, apoyándose con una mano en la pared y una chica mirándoselo con ojitos de alucinada a dos dedos de su carita, se miraban atontados. Les veía entre el gentío, él se acercó y la besó en los labios, después salió con ella de la mano.

Sintió que el mundo se paraba, el suelo se abría y ella caía al fondo para llevársela. Su vida ya no tenía sentido. No había motivo para seguir. Sus apuntes ya no tenían dueño. Y ella le siguió con la mirada, como cuando miras todos los títulos de una película con final triste a ver si cuando acaban cambia algo. Pasó por su lado y él la sonrió como diciéndole a un amigo: ¡mira qué guay!. Mirada de amigo, de cómplice. Ella fingió y sonrió.

To be continued.

La semana que viene…

 

 

¡Feliz San Valentín! A todos esos corazones secuestrados, obsesionados, trastocados, hechizados, llenos de magia, inundados. Enamorados al fin y al cabo.

Ese loco y delicioso sentimiento.

Ese viaje donde su presencia te acelera, las yemas de tus dedos acarician el cielo y su mirada te parece el clímax.

Hoy es vuestro día, tortolitos. Embriagaros y dejaros llevar. La vida es corta, a veces fugaz.

Es un simple juego donde gana el que más siente.

 

La Suelta.

¿qué es un beso?

A veces me pides un beso.

Sin nombrarlo. Con tus ojos.

Me lo pides o lo suplicas, en silencio.

Y yo me acerco a regalártelo, ofrecértelo,

brindártelo, embriagarte o cubrirte con él.

 

Otras veces simplemente los espero,

los anhelo,

los deseo como miel de dulzura,

código de un deseo indomable.

Necesidad animal.

Te miro cuando no miras.

Te hago ojitos en la penumbra.

Tú me adivinas, o no.

Me besas, o no.

Yo sigo anhelando.

 

Y en un mágico instante

se encuentran las miradas.

Se entienden, sonreímos.

Y suena un beso.

Largo, intenso y nuestro.

 

Porque… al fin y al cabo…

¿qué es un beso?

Es el simple chasquido de unos labios.

De mis labios con los tuyos.

Es el deseo no escrito.

El encuentro de dos anhelos.

El ansia calmada.

El sosiego del alma.

Es el punto de unión de las dignidades.

Donde se impone el silencio y se corroe la lujuria.

Es el sorbo de un Gin Tonic. Compartido.

Nada puede decir un beso

y todo lo dice el beso.

Es la esencia de la expresión.

 

Es la mejor manera de iniciar un encuentro

y la inmejorable para sellarlo.

Es la paz. El cariño concentrado. Honesto.

El “¡te sigo queriendo!”. El “¡qué ganas de verte!”.

 

Nada puedo hacer con mis besos

más que dejártelos, delicados,

en la esquina de tu boca.

Para descifrarlos. Leerlos. Quedártelos.

Usarlos o tirarlos. Son tuyos.

 

O quizás, probablemente, a lo mejor…

Cumpliendo mi deseo:

Devolvérmelos, con pasión o ternura;

con delicadeza o bravura,

con lengua o sin lengua.

¡Qué más me da!.

Pero ¡devuelve! ¡Respóndeme!

 

¡Bésame!

Por lo que más quieras.

O vete al diablo, amor mío.

 

Zalamera.

La Suelta.

Mi amigo. Fiel jardinero.

Yo tenía un amigo. Suelto. Vivaracho. Mochilero. Trompetista. Inventor. Payaso.

Me reía en la distancia con él y de él, con su permiso.
Sorbíamos la vida, la desmontábamos y la volvíamos a montar, a nuestra manera.

Con sólo mirar mis ojos sabía qué estaba pensando. Su mirada era mi abrigo.

Era divertido, presente, soñador, viajero, políglota. Callejero. Sin horarios. Sin medidas.

Fiel. Leal. Honesto. Amigo. Inmenso.
Este amigo un día se enamora. Se vuelve loco de amor. Se arrodilla. Se tuerce al sentimiento. Se le dilatan las pupilas. Se entremezcla inquietud con sentimiento. Se vence ante la vida.
Yo me alegro, sonrío, me enorgullezco del amor. Del imposible y del puede ser.

Pero…

Tantas cosas buenas en la vida traen de la mano un “pero”.
Pero cambia. No a mejor. No a peor. Distinto. Cambia. Gira. Diverge. No por ser un sitio diferente es peor. Diferente.
Se calma. Se retrae. Cambia de tema, de discurso, de color. Deja la mochila. Lee y estudia. Analiza. Conversa.
Se acabó el payaso.
Ya no está presente. Ya no me mira a los ojos.
Anda feliz. Sosegado. Sonriente. Me alegro por él. Extraño el nosotros. Donde está el «¿Dónde quedamos, princesa?»  «¿¡Unas cañas!?»  «¡Tengo que hablar contigo!» «¡Eres mi mejor amiga!» «Estoy abajo. ¡Necesito salir contigo!». «¡Vamos a perder la conciencia!».
Ahora sobra la conciencia. La coherencia. El discurso y la reflexión.
Habla de monovolúmenes, trabajos fijos. Sueldos. Ascensos. Proyecto de familia.

Y me alegro. Pero…

¿Dónde está el niño? ¿La locura? ¿Nuestras risas?
Y una punzadita de celos recorre mi autoestima: ¿y yo? ¿Ya no recuerda? ¿Ya no le importo?
Jo.
Se queda mi alma con carita de niño frustrado.

Acepto. Pero triste. Entiendo. Pero añoro.

Jo.

Aquí me quedo: al lado del teléfono, esperando:
Un bajón del pasado.
Un giro del mañana.
O un simple equilibrio de los tiempos.
De las salidas con los refugios.
Simplemente un cachito de locura a medias coloreada.
Simplemente.

 

Te espero.

La Suelta.

 

Pero él nunca llama, aunque yo siga esperando.

La espera no tiene final. No termina. No renuncias.

Aceptas. Entiendes. Te frustras.

Mas sigues esperando. Porque la melancolía acecha y nos sacude el niño de antaño, nos grita, pide, aulla: que le saques a la calle, que te rías, te diviertas, te distraigas, te despeines, no pienses, no analices. Seas tú. El de siempre, el de antes. El mochilero, el golfo, el descarado, el trompetista, el actor, mi fiel jardinero. Y en esa esquinita de nostalgia estaré yo, para callejear contigo, para filosofar y viajar, para todo o para nada. Para lo bueno o para lo malo. Porque como dijiste una vez:

– por ti, hasta el final.

– ¿Cuándo es el final?

– Cuando ya no queda nada.

 

LA IRA.

machismo

Ella agachó la cabeza, miro al suelo sin ver y esbozó un ahogado: “es que… creo que no estoy enamorada…”

Él se giró con violencia, la miró con los ojos inyectados en rabia, en ira, en inseguridad desmedida. Se plantó ante ella, la agarró del cuello la embistió contra la pared y a un centímetro de su cara gruñó: «¿con quién te crees que estás hablando?»

El deseo de días atrás se escurrió por el sumidero, el miedo inundó su cuerpo, unas suaves cosquillitas recorrieron su espina dorsal, pero… ¿qué curioso? Estas cosquillas no le hicieron reír, relajarse… era pánico. No osó moverse, le miró aturdida, ¡a qué ogro había dejado paso! Notaba la fuerza de sus dedos en su garganta, en su nuez, apretar con fuerza, no quiso respirar siquiera. Contuvo. Aguantó la mirada.

Pasaron unos segundos que se tiñeron de eternidad.

Él la sacudió con fuerza contra la pared, le golpeó la cabeza y la soltó con desdén. Ella no notó el golpe. Afuera existirían las leyes, la protección a la mujer, los derechos, la justicia. Pero entre aquellas paredes sólo se oían dos alientos. Uno fiero, otro apenas un hilo.

–          No he querido decir eso. – Sugirió ella. –

–          Pues ¿qué has dicho? Mi niña. Porque las palabras las he oído bien claritas.

–          Que todavía no estoy. ¡Pero lo estaré! ¡Por supuesto! ¡Te lo prometo!

–          Tú eres la que haces que me ponga así. Tú tienes la culpa. Si me dejas, te lo digo: te busco y te encuentro. Lo sabes. No juegues.

Distrajeron la tarde, despistaron el atardecer, pero nada pudieron hacer con la noche. Su lecho era el mismo. Sus sábanas cubrían ambos cuerpos. Ella deseó no sentir sueño. Deseó cambiar de nombre, de apellido y hasta de edad. Deseó dejar de existir. No quería sentir, para no poder sufrir.

Se apagó la luz. Se cerró la puerta. Entró la noche. No había caído el sueño. Ella estaba inmóvil. De cara a la pared, inmóvil para hacerle creer que dormía. Y él hurgó bajo las sábanas. La atrajo hacia sí. No le importaba si dormía. No quería su amor, su respeto. Necesitaba su inferioridad, su dependencia que nunca había conseguido. A él la inseguridad le mataba. Sin que ella pudiera hacer nada.

Le bajó las bragas y la empujó, la embistió y la contuvo. Se la puso de frente. Ella le besó. Todo lo amorosa que pudo fingir. Así lo calmaba. Lo abrazó y le permitió hacer. Él acabó. Ella no sintió. Se quedó dormido en la esquina del alba. Ella espero a sentir sus ronquidos inconfundibles.

Se arrastró por debajo de las sábanas. Cogió sus cosas. Oyó un gemido, él soñaba. Le dejó una escueta nota en la mesita de la cocina:

“cuídate, cariño, te deseo lo mejor!”

Y salió a la frescura de aquella callejuela, llena de aire fresco, cogió el primer bus a ninguna parte y nunca jamás miró atrás. Llegó tan lejos como pudo.

Reescribió su nombre. Ocultó su apellido. Reinventó su edad. Redefinió la palabra felicidad. Pero en el retrovisor nunca pudo borrar la palabra angustia.

 

Rabiosa

La Suelta.

 

Le he escrito el final que ella siempre quiso. El que nunca tuvo.

Todos sabemos el final de esta historia. Triste. Macabra. Injusta. Porque no puede cambiar su nombre, ocultar un apellido, ni reinventar su edad. Pero desde aquí le diría: sí que puedes reescribir tu felicidad, conseguirla, luchar por ella, reinventar tu persona. Cuidar tu valor. Hacerte valer.

Y a él le diría que se mire al espejo, que su gallardía está teñida de inseguridad, de miedo, de inferioridad. Que su bravura está sobredimensionada. Que los excesos se convierten en defectos. Y que descubra el significado del respeto. Porque su machismo adornado de celos, sus desprecios, sus insultos, sus hostias, sólo llevan a destrozar a las personas que le aprecian. Incluso a sí mismo. Triste.