Reinventemos la vida.

A la mierda las formas.

El cómo lo digo,

La intención que arrastra.

El respeto que tuviera.

¿Qué más da una forma?

Cuando el fondo contiene tanto.

Cuando la intención está teñida de bondad,

Cosida con sueños,

Escrita por propósitos.

 

A la mierda la vida. ­

Aquel nosotros, el “debo”, el “cuánto”.

A la mierda todo lo que pensábamos que alcanzaríamos

y ni siquiera intentamos.

Somos y ya es mucho.

Tanto, hoy en día.

Estoy aquí frente a ti.

El resto no vale nada.

No quiero ser perfecta.

No quiero ser correcta.

Quiero ser feliz, quiero ser honesta.

El mañana lo desconozco.

El ayer se me antoja lejano.

Hoy: regalo presente.

 

A la mierda lo que esperabas de mí.

No quiero saber en qué te defraudé.

Ya nada me vale.

Poco importa.

 

A la mierda lo que soñé de ti

Pues la vida no es un sueño.

No quiero recordar aquello que de ti anhelaba.

Simplemente lastima. Duele.

 

A la mierda…

Mis lamentos serán lecciones.

Para construir nuevas alegrías.

Los errores son la señalética que nos guía

En los nuevos caminos.

En nuevas montañas.

Aquellas que escalaremos.

Juntos o por separado.

Pues el futuro es y seguirá siendo incierto.

Más allá del pasado,

Por encima de las formas.

Tan ligado a las intenciones.

Que morirías por reescribirlas.

 

A la mierda lo aprendido.

Partiendo de prejuicios absurdos.

De maestros ignorantes.

Con resultados erróneos.

Reinventemos la vida,

Las formas, el camino.

En base a nosotros.

 

Partiendo de ti.

Sabiendo a mí.

El pasado ya fue.

Y con este presente

Haremos nuestro el futuro.

Porque nos pertenece.

 

Honesta

La Suelta.

VIII. Blanca y Luis. Blanca…

Y así fue como Blanca en un abrir y cerrar de ojos se encontró viviendo en un piso que le era desconocido, con el amor de su vida, llena de ilusión y de necesidad de agradar.

Y ahí fue donde se equivocó. No debía agradarle a él. Sino estar bien el uno con el otro. Pero era demasiado inocente para poder darse cuenta. Lo arreglaba todo para que a él le gustara. Nunca se cuestionó qué quería ella para estar bien, qué la haría feliz a ella, sólo Víctor. Blanca se olvidó de Blanca y pensó y ordenó su vida por y para Víctor. Oía su vocecita interior, pero no la quería escuchar, no le hacía caso. La obviaba. La ignoraba. Ponía su mute interior. Pero el run run seguía.

Y así, sin pensarlo ni pretenderlo, sin planearlo, le entregó a Victor lo mejor de su vida, le entregó su inocencia, su pureza y su emoción por vivir. Se entregó a Víctor en una sucesión de fotogramas predecibles a cada cual más desteñido.

Víctor la conocía, sabía que tenía sobre sí la mirada permanente de Blanca, sabía que ella no daría un paso sin su consentimiento, la sabía suya, Blanca había abierto los ojos entre sus brazos y eso es muy difícil de ignorar. Blanca era tan suya como quisiera.

Debajo de las sábanas existían unos códigos preestablecidos desde el minuto cero que nadie cambió, ella no había estado con otro chico, todo se lo había enseñado Víctor. A ella le gustaba. Porque había un cachito de su mente que pensaba y presuponía que aquello debía agradarle, otro trocito de su ser se encogía, se preguntaba si aquello era el cielo que tanto había oído hablar. Ella se limitaba a dejarse hacer. Víctor deslizaba una mano debajo de las sábanas, alcanzaba las braguitas de Blanca, con la punta de los dedos la buscaba, la tanteaba y la masturbaba, le besaba la oreja, le susurraba alguna delicia en la esquina de su corazón. Y ella siempre se hablandaba, se entregaba. Y le dejaba hacer. El, unas veces delicadamente, otras con prisas, le bajaba las bragas y se subía encima de ella. Así él controlaba la situación, la posición, el gusto. Su propio placer, ponía la cadencia, la intensidad… Y con las palabras la tenía.

Al acabar siempre le preguntaba: ¿te ha gustado?  “sí, mucho, amor” ella nunca pensó en otra respuesta. Nunca dudó. Era Víctor. El resto humo.

Si él llegaba tarde, ella nunca preguntó. Si él no llegaba a cenar. Tampoco. Ella le permitió todo. Nunca dudó.

Cristina seguía buscándola, respondía. Pero poco más. Estaba. Pero no era Blanca. El resto del mundo lo sabía. Menos ella. Ella era feliz. Pensaba que hacía lo que debía.

Y en el cumpleaños de Luis, Luis le pidió salir de fiesta. Salir los dos solos. Para celebrar que se hacía mayor. Luis la quería para ella, suelta, suya de nuevo.

Blanca quería que Víctor viniera, pero en realidad Víctor no quería ir, puso una sútil escusa que en apariencia Blanca creyó, pero aquella Blanca silenciada sabía la verdad. Y programaron una noche de hermanos, un mano a mano, después se encontrarían con todos en un bar a tomar una copa.

Blanca se arregló para salir, mientras Víctor veía la tele. Se pintó, se perfumó, se puso tan guapa que dolía mirarla, ella era una criatura preciosa, sólo que ella nunca se creyó así, sólo cuando Víctor quería ella se lo podía creer algo, pero de una manera por y para él.

  • ¿así vas a ir? – le espetó Víctor nada más verla. La culpa de Blanca la encogió. La conciencia. Bajó los hombros. Se miró en el espejo y pensó que quizás sí aquella falda era demasiado corta. Se desaprobó a si misma, “parezco una fresca” – y esos morros rojos, nena. ¿Hay algo que deba saber?
  • Bueno…

Blanca volvió al cuarto, cambió la falda por unos pantalones, borró el carmín de sus labios, se dio un discreto brillo. Y se apagó la ilusión en su mirada. Se sintió mal. Quizás le había fallado.

Se acercó a Víctor para darle un beso.

  • No veo la tele, nena. – le puso la mejilla sin apartar la vista de la pantalla. Y refunfuñó: no vuelvas tarde. ¿De acuerdo?
  • Vale, cariño. Volveré pronto.

 

Salió por la puerta al frío de la calle, pero salió y por primera vez la brisa de la noche le supo a caricia, cogió aire. Y apartó sus pensamientos de un manotazo, les rugió que pararan. Que ella quería a aquel hombre. Que no era para tanto. Y salió por Luis, no por ella. Pero salió.

Luis la esperaba donde habían quedado, iba  tan guapo como el era: relleno de esa autoestima y seguridad que a ella le encantaba, cuando la vió se le iluminó la cara. y a Blanca se le coloreó el alma de alegría, el corazón de ternura y reconoció todo lo que quería a aquel gamberro. Su gamberro. Y empezó a tener ganas de pasárselo bien con él. Desde dentro una parte de Blanca decía gracias, gracias, gracias. Por arrastrarme, por venir a buscarme, por obligarme. Por seguir ahí enano. Pero en vez de todo eso, sólo dijo:

  • ¿qué haces sinvergüenza?
  • Aquí, esperando a mi princesa.

Aquella noche pasaron cosas, pero sobre todas, apareció Raquel en sus vidas.

Apareció como aparece la luna llena en pleno agosto, sin poder quitarle la mirada. Porque Raquel era mucha Raquel.

 

BLANCA Y LUIS. LUIS Y BLANCA.

La Suelta.

VII. Blanca y Luis. Blanca… Victor… Luis…

La vida discurría ante sus morros, como discurre el tiempo: líquido inflexible, imposible pararlo, tampoco avanzar. Era. Poco más. Blanca dejó de lado a sus amigas, cada vez la veían menos, después menos. Sólo iba a clase, empezó en aquella época a hacer campanas y se escurría para estar con Víctor, se juraron la luna, se prometieron las estrellas y el tiempo.

Luis lo veía todo y preguntaba, recababa datos. Siempre había una pieza que no cuadraba, un dato. Pero permaneció en silencio, como optan las personas inteligentes. Podía saber, pero no cambiar el rumbo del corazón de Blanca.

Ella dejó de interesarse por los estudios, por su carrera, aprobaba porque no le costaba. La gente más allegada dejó de contar con ella, sólo su mejor amiga, Cristina, la seguía de cerca, seguía llamándola para quedar. Nunca tiró la toalla, si se puede decir así. Sabía que Blanca no era así. Que aquella versión de Blanca no era su Blanca.

Y una tarde de invierno, cuando ya llevaban casi un año, cuando la agenda, el tiempo, los gustos y la ropa de Blanca los marcaba la opinión, el juicio y el criterio de Víctor. Una tarde cualquiera Blanca preguntó:

  • ¿qué haremos el sábado? – súper ilusionada. Pues él la había sorprendido en cada paso, a cada propuesta. Víctor con la mirada ausente, ni la oyó. Ella tuvo que volver a preguntar.
  • ¡Víctor! – alzó la voz. El volvió con ella. La miró con el ceño fruncido, por haberle arrancado de sus pensamientos. – que… ¿qué haremos el sábado? Te he preguntado. – había bajado el tono de voz. Algo en Víctor la extrañó. – cariño…
  • Mira. Yo también quiero salir con mis amigos. – sabía que la hería, pero ese ceño fruncido no desvanecía la duda. La incertidumbre. – he de hacer vida social. ¡lo entiendes! ¿verdad?

Se levantó airoso del banco donde se sentaban, algo le incomodaba.

  • ¿Nos vamos para casa? – era una hora antes de lo habitual. Había algo extraño, que ella no entendía. Había algo… Blanca no entendía qué había hecho mal. Ella había dicho algo que le había incomodado. Estaba segura. Algo. Pero ¿el qué?

La acercó a su casa. Y sabiendo todo, como él sabía. La cogió de la barbilla. Y le miró a los ojos.

  • Nena, no me lo tengas en cuenta. Vale? No me encuentro bien. Eres y serás siempre mi muñeca. No lo olvides. – con esas simples y fáciles palabras ya la volvía a tener a sus pies, suya, confiada, entregada.-
  • Vale, cariño. No te preocupes.

El beso, fue el más seco y escueto beso que le hubiera dado. Apenas un micro segundo. Arrancó la moto y se fue.

A ella se le oprimió el corazón. Buscó y rebuscó entre sus palabras. Cual había sido el fallo.

La semana siguiente tenía exámenes finales. Se decidía mucho. Pero a ella le empezaban a dar igual. Víctor, Víctor. Poco más.

Empezó esa misma noche una idea para entregarse aún más, para darse, para cuidarlo, para hacerle sentir bien. No podía ser ella foco de malestar en Su Víctor. No debía quitarle.

 

Cuando entró en la habitación, Luis, la miró. Se fijó en ella. Y le comentó algo sobre papá y mamá… pero ella no respondió, no opinó, no dijo, no fue Blanca. Otra vez.

  • ¿Todo bien?
  • Sí, todo bien. Luis. ¿sabes qué he pensado?
  • ¿qué?
  • En irme a vivir con Víctor.
  • ¡pero qué dices! ¿BLANCA? Y no vas a seguir estudiando. ¿Qué harás? ¿Te mantendrá?
  • No, me pondré a trabajar, que para eso tengo dos manitas.

A Luis le pareció estar escuchando el final de una peli de miedo, como si un marciano hubiera entrado en el cuerpo y la mente de Blanca y la abdujera, como si hubieran borrado el entusiasmo de su hermana y se la llevaran, lejos, lejos.

Sabía que siempre había querido estudiar, ir a la universidad. Lo sabía, porque era su ilusión de niña. Quería estudiar veterinaria, cuidar animales, tener una granja. Y aparece ese tal Víctor y se lleva su ilusión, su vocación. Luis sentía que habían poseído a su hermana unos marcianos y todo lo que salía de aquella persona lo desconocía. Ella estaba ilusionada, los ojos le brillaban. Pero en realidad, estaba idiotamente enamorada. Estaba cegada. Anulada. No era ella. Aunque en lo más dentro de ella lo sabía.

La Blanca hipnotizada se negaba a permitir opinar a la Blanca mental.

Blanca sólo pensaba por y para Víctor. El resto no existía. Ni ella misma.

Le dio igual quedarse sola en casa un sábado por la noche, no recibió una llamada, un mensaje, hasta medianoche. Un emoticono con un besito. “Duerme bien, nena.”

Y eso la llenó.

La semana siguiente estaban haciendo planes de irse a vivir juntos.

Ella era tan buen plan que él no pudo decir que no. Pero algo chirriaba por los cuatro costados. Sin embargo, una cosa llevó a otra, el primer paso les llevó al segundo. Y cuando has dicho que vas a hacer algo, deshacerlo o desdecirlo, es peor que seguir hacia adelante. Nos lleve hacia donde nos lleve el camino.

Ninguno de los dos sabía. En menos tiempo del que pensaban encontraron un piso. Ella en apenas un mes acababa el bachiller y había apalabrado un trabajo de camarera en un bar del barrio.

Ella seguía ilusionada, los pasos que simplemente la acercaban a Víctor. El resto… nada.

Luis la ayudó en silencio. Pero la ayudó. La única manera de no perder a Blanca en aquella locura era estando a su lado.

Blanca oía su conciencia, la oía, pero no la escuchaba, lo sabía, pero hacía oídos sordos: no es un buen chico, no es un buen plan para ti. Y la Blanca hipnotizada respondía cabreada: le quiero. Le quiero y punto. Es el amor de mi vida.

 

BLANCA Y LUIS. LUIS Y BLANCA.

La Suelta.