No sé si te das cuenta
que de un tiempo a esta parte
hablo menos y escucho más.
Para no perderme ni una coma.
Para sorber todo lo que venga de ti.
No sé si ves
que beso más y pienso menos.
Que pienso menos y siento más.
Pues las personas queremos ser como la roca:
inerte, fuerte e impávida que espera a la ola chocar contra su frente.
Pretendemos soportar impertérritos la embestida.
Tú eres mi roca y yo soy tu ola.
Y cual rocoso e imponente acantilado,
fruto de ecos ahogados,
me esperas allí en el borde del mar.
Y piensas que ningún oleaje podrá con tremendo frente.
Piensas que no hay tramontana que te rompa,
ni oleaje que se deshaga.
Pero yo soy el oleaje, el mar y si hace falta el océano
que repite y choca contra aquel,
que embiste y moja al ser inerte.
Y solo el tiempo, la tozudez y mi salitre
convierten al acantilado en dulce playa,
la roca cede y se deshace,
se torna arena que acaricia mis pies.
Y al final de tan tierno gesto.
El oleaje seguirá viniendo a tus pies, entonces arena,
a lamerlos, cuidarlos y mojarlos.
Hasta la eternidad si cabe.
Pues la combinación de tal bravo oleaje y el tiempo
no lo soporta ninguna piedra, roca ni acantilado,
por alto que sea.
Todo tiene una grieta. Por donde entra la luz.
Tenaz.
La Suelta.
Suelta! Te echabamos de menos!
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