VIII. ELLOS.  MARIO ES ROJO.

Cada persona somos un color. Somos una sensación. Una vibración. Una frecuencia. Somos una pulsión. Un tono. Un timbre. Cada uno tenemos el nuestro.

Hay personas que todo lo aclaran. Suavizan. Son blanco.

Otras que todo lo tiñen. Son tóxicas. Todo es negativo. En caída. Son negro.

Otros que siempre alegran, colorean. Son amarillo.

Mario era rojo. Era pura pasión, era fuerza. Era impulso. Era vitalidad. Mario era pura vida. Intenso. No dejaba indiferente. Tenía magnetismo. Era misterioso. No tenía cultura. Pero sabía más de la vida que nadie. Te veía venir. Te daba la vuelta y te mostraba tu peor versión. Para salir el siempre ventajoso y victorioso. No lo hacía por maldad, para hacer daño, lo hacía por un afán de competir innato, de salir él indemne. Sin cultura. Todo lo veía. De nadie se fiaba. Era fuerza bruta. Física y psicológica. No lo alcanzabas y con sus ojitos almendrados iba ganándose al público femenino. Con su agudeza psicológica se salía de los peores fregaos y así iba sorteando la vida. En el bíceps un tatuaje enigmático de una serpiente. Bonito. Truculento y hasta femenino. Y esa melenita de cabellos quemados por el sol. Con una piel suave y bronceada que transformaba al golfo en traviesa y apetitosa criatura.

Se creía que podía con todo y si no podía, caía o fallaba, siempre había una explicación, un porqué, argumento. Su autoestima intacta. Sabía salirse. No tenía ambición. No quería hacer grandes cosas. Sólo vivir. Vivir lo mejor posible sin preocupaciones. Sólo sentía adoración por una persona: su abuela. Lo demás, anécdotas sin importancia. Circunstancias de la vida. Vínculos prescindibles. O eso pretendía, pues tuvo un amor no tan lejano, a pocas personas confesado. Un amor que de tan intenso pretendía borrarlo por pura molestia. Un amor no previsto. Auténtico. Inoportuno. Limpio y puro. Un amor como sólo puedes sentir una vez. Lo dejó en la parte trasera de su existencia para que no le descolocara su fachada.

Y ahora le tocaba estar allí poniendo cafés. Acababa a las 17.00. Y después. No sabía, había quedado con Juan. ¿Y mañana? Dios diría. Sin plan. Donde le llevará el viento.

Hoy, ahora y aquí. Aquella muñequita al final de la barra. Aquella pava listilla, con pinta de pija, sabionda y culturilla. Hacía días que la tenía clichada. Debía ser una de esas mamis que llevan a los niños en el colegio de en frente. Y llevaba días que le chuleaba y tonteaba. Pues se iba a enterar. Las iba a pasar canutas… le iba a dar la vuelta y ponerla en evidencia.

Hoy había venido más tarde que de costumbre, era casi la hora de comer. Raro en ella.

Laura se había puesto a leer el periódico al final de la barra. Lo tenía abierto por la página de deportes, esa que nunca leía.

Y en ese instante entra un borracho al bar. La camisa desabrochada. Pelo sucio. Pero con aires de grandeza. Una grandeza subjetiva que sólo da el alcohol. Entra y con pinta de depravado se queda mirando a Laura, se sienta al lado de ella y pide un whisky. Se la mira divertido.

Mario lo ha visto venir desde el minuto cero. Sabe lo que va a suceder. Es de barrio.

Ella se incomoda. Pero no osa moverse. No va a salir corriendo. ¡Que tiene una edad! Pero el borracho se la queda mirando con un descaro y una mirada asquerosa. Quiere desaparecer. Desea evaporarse. Pero respira y pasa página del periódico.

  • ¿Te estás leyendo los deportes monada? ¿Ya sabes cómo se juega al fútbol? Cuando quieras te enseño. – espeta, deduce y ofrece el borracho. A un palmo de Laura, ella puede oler su aliento a alcohol. –

Ella no contesta. De hecho no sabe qué contestar. Se queda helada. Fría. Nunca hubiera imaginado…

  • Como vuelvas a mirártela… O dirigirle la palabra, desearás no haber nacido. ¿lo has entendido? – la voz grave, viril y protectora es de Mario. Se ha acercado a dos palmos del borracho. Suena contundente y con una autoridad incuestionable.-
  • ¡¡Qué mal humor mi niño!! Ni que hubiera hecho nada malo. ¡Anda ponme la cuenta que me largo!
  • Mejor será.

Habían pasado 5 minutos desde que se fuera dando tumbos el borracho.

Cuando Laura susurra:

  • Cóbrame. Por favor.
  • 1€ 20
  • Muchas gracias.
  • ¿Por qué?
  • Ya sabes.
  • Yo no sé nada.

Se lo queda mirando. ¿¡Qué niñato violento y adorable es aquel!?

  • Tu sí sabes. Gracias y hasta mañana.

Mario se queda mirando ese caminar torpe de niña pija. Tiene un buen culo. Porqué será que le ha salido de dentro defenderla. Tendría que haberla dejado vérselas con ese gilipollas.

No podía. Sencilla y simplemente no podía. Debía defenderla.

 

ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS.

La Suelta.

VII. ELLOS.  Ponme un cortado.

Lunes.

Laura estaba triste, apagada, acababa de dejar los nenes en el cole. Miró de soslayo su blusa de seda manchada de colacao. Respira. “No te desesperes Laura, ahora pasas por casa y te cambias la camisa. Sí, pero ¿Cuál? Es importante la imagen.” Llegaba tarde. Pero le daba tiempo a un café.

Se acerca al bar de la esquina. Bar el Rincón. Buen nombre para un bar.

Se acerca a la barra y el nuevo camarero atribulado intenta encontrar los azucarillos, poner un cortado y calentar la leche. Ella se lo queda mirando, estaba tristona, pero verle le distrae. Tiene los hombros anchos, camiseta de tirantes que siempre ha odiado. Ojitos almendrados color miel. Sonrisa pícara. Con sabor a irresistible. ¡Qué divertido ver a un bombonazo equivocarse! Se ríe a carcajadas, con unas carcajadas en desuso, con una risa olvidada. Es el tercer cortado que debe tirar.

Mario se la mira asombrado, aquella pava de camisa blanca con una mancha en el hombro, pelo recogido se está riendo de él… ahora a la que pueda… se encarga de ella. Cuarto cortado hecho un carajo. “¡me cago en todos mis muertos!” pensó.

Jijijijiji. Se oyó a Laura de nuevo.

  • Oye, guapa. ¡Me estás hinchando los cojones! Como no pares de reír así voy a tener que girarte la cara. – qué tierno se le hizo a Laura, juraría que hasta se medio reía enfadado.
  • ¡hay que verlo!. – responde Laura sorprendida de sus propias palabras. Ella nunca hubiera dicho eso. ¿qué pensará de ella?

Martes.

  • Perdón, me pones un cortado de los tuyos. – le susurra atrevida Laura desde la esquina de la barra. –

Misma camiseta de tirantes. Mismos hombros interminables. Misma sonrisa pícara. Juraría que había metido barriga al mirársela. Sería imaginación suya.

Mario se gira, reconoce la voz. Se le ensancha la sonrisa. Y la ignora.

Ella contrariada se lo queda mirando atónita. Pasan dos minutos. Y se acerca Mario altivo y con aire de perdona vidas.

  • Perdona, ¿qué me has pedido? ¿Un cortado? ¿Lo quieres Premium o de Luxe? Porque una ricura como tú seguro que tiene sus manías.
  • Corto de leche. Con dos de azúcar.
  • ¿Qué hace una cosita como tu perdida a estas horas? – su tono seductor le suena ridículo a Laura, su evidencia al seducirle le hace perder encanto. Pero hay algo en él que la divierte. Cuando se lo cuente a Javi se meará de la risa. No le atrae lo más mínimo, pero le resulta familiar, cercano, auténtico. Le aporta una brisa de frescura en tanta negrura. –

Miércoles.

Laura evita entrar en el bar Rincón. No vaya a ser que Mario mal piense.

Jueves.

Laura duda pero entra en el Bar Rincón. Coge un periódico. Se hace la despistada. Mario la ve disimular. Disimula fatal. Espera a ver cuánto tarda en pedir su cortado. Pasan 10 minutos. Mario le deja en el borde de la barra su cortado corto de leche con dos de azúcar. Ella sonríe. Toma su cortado. Y él le acerca la cuenta con una nota escrita al borde: “sonríe. Estás más bonita.” A ella se le tiñen las mejillas, le queman. Se le eriza la piel. Se quiere morir de vergüenza. Pero no puede evitar sonreír. Levanta la mirada. Y lo ve al fondo de la barra a Mario esperando su sonrisa. Y asentir con la cabeza. Y con los labios decirle: “así, mucho mejor”

La sonrisa es intensa, roja y brillante en la carita de Laura. Una sonrisa en desuso. Olvidada. Que sabe a gloria.

Viernes.

Nada más despedir a los nenes en el cole Laura corre al bar el rincón. Y busca a Mario con la mirada. Ella está más alegre que nunca. Mario no está. Hoy no ha venido le dice el dueño del bar. Con sonrisa socarrona.

Pide un cortado. Lo toma lo paga y se va. Apagada. Triste. Contrariada. Enfadada y sin ganas.

Y preguntándose porqué diantres está ofuscada. Se recrimina. Se culpabiliza. Aparta de un guantazo tanta tontería mental y vuelve a su vida.

En realidad de quien tiene ganas es de Javi, su Javi, pero Javi está ausente… hace días.

 

 

ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS.

La Suelta.

VI. ELLOS. pum.pum pum.pum

Pumpum pumpum pumpum…

Se oía latir con fuerza tan minúsculo corazón, empujar con ritmo, arrancarle una sonrisa y hasta la lagrimita a su emocionada mamá. Se oía rítmico, sin dudas, con fuerzas.

Javi seguía asombrado, miraba maravillado a Ana, su valentía, su aplomo. Pero sobre todas las cosas su emoción, su pasión. Su intensidad. ¡Esa sonrisa que aunque quisiera negarlo, seguía encandilándolo! Esa Ana, traviesa y suya. Que le seguía secuestrando el corazón y algo más.

Lo negaría toda la vida.

Seguiría diciendo que ella no era buena opción.

Pero sólo lo decía porque ella no sentía lo que tenía que sentir y eso no era cuestión de cabeza sino de corazón.

Ella le cogía fuertemente de la mano. Se lo miraba con los ojos inundados en lágrimas. Maravillada y agradecida.

“¿Hasta dónde le llevaría esta locura?” Pensó.

 

Hacía tres meses desde que le hubiera dicho en aquel café que estaba embarazada. Ahora estaba aquí acompañándola, ya estaba gordita, cambiada.

 

-¿Cómo se llamará? pregunto el médico

-¿Sabemos qué es? -Pregunto Ana.-

-Sí, una niña.

-Se llamará como su mamá: Ana. -Contestó contundente Javi. –

Los dos se miraron aturdidos.

Ella le apretó la mano y él le devolvió el apretón con más fuerza.

Él tenía tantas ganas de verle la carita a esa criatura que el miedo acarició su espalda.

Volvieron a casa en silencio. Él la llevó en coche hasta su casa. En el trayecto algún semáforo en rojo. Silencio. Y ella se giraba sigilosa a mirarlo. Su carita era la más dulce descripción de la felicidad. Sólo sentía éxtasis. Se lo miraba agradecía. Javi en un gesto de respuesta le acarició la cara. “mi niña bonita”.

 

  • Muchas gracias, Javi. No tienes porqué hacer todo esto. Pero para mí es una ayuda incontestable. Inmensa. No sabré nunca cómo agradecértelo. Nunca podré pagártelo. No sabría a quién pedir ayuda. Nadie podría estar haciendo esto por mí…
  • ¡Quieres hacer el favor de callar y dejar de decir tonterías! La mejor forma de pagármelo es cuidar de esa pequeña Ana, de la mejor manera que sepas. Con esa sensibilidad que sólo tú tienes. Con tu alegría y tus principios. Y si alguna vez te falta algo no dudar ni un segundo en pedírmelo. Todo lo demás son escusas vagas y agradecimientos vacíos. Entre nosotros sobran las palabras. ¿no crees, mi niña? -ante ese discurso, ¿qué decir? Nada. Sentirse más agradecida, de tener ese amigo. Ese trozo de cielo.
  • Sí, Javi. Así lo haré.

 

Él puso la mano en el cambio de marchas. Y ella apoyó la suya sigilosa sobre la de Javi. Ella no hizo el gesto de quitarla y él no movió ni un dedo. Sólo se le erizó discretamente la piel.

Puso el intermitente, giró a la derecha y al final de la calle paró delante del portal de puerta de madera verde, descuajeringada, con tirador oxidado, un apartamento en planta baja suficiente para Ana, escaso para dos Anas.

 

  • ¿Entras a tomar algo? ¿tienes prisa? – preguntó coqueta e irresistible Ana, a pesar de su pancita, seguía siendo Ana, a los ojos de Javi irresistible e inalcanzable, para él era imposible negarle nada. Estaba a su merced. Así se sentía. Pero se impuso Javi. La mente, el deber:
  • No, no puedo. Lo siento. Otro día. – mintió Javi.-

Se hizo un silencio. Se heló el ambiente. A ella le sentó aquel no a rechazo justificado, a respuesta necesaria pero amarga.

  • Lo entiendo. Claro. Buenas noches. Te veo.
  • Cuídate, mi niña. – dijo Javi cuando Ana ya había cerrado la puerta, cuando el sonido de las palabras quedaban sólo para él, cuando la explicación ya sobraba. Había dicho No a Ana, pero si entraba, con los sentimientos a flor de piel, no era dueño de lo que sucediera. No podía cagarla. Intentó no pensar, arrancó el coche y volvió a casa.

 

Chequeó su móvil. Mensaje de Laura:  “los niños ya duermen. No corras. Me voy a dormir. Te quiero tesoro.”

 

Volvió a casa con la mirada perdida.

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.