V. ELLOS. Quería volver a reír.

El negro era más negro.

El gris se hacía más gris.

Los colores no los distinguía.

Y la música ya no sonaba.

La vida pasó a ser en mute.

No tenía fuerzas.

No sentía alegría.

Sólo una pena tan honda como el océano

Tan intensa como el llanto de un bebé.

No encontraba las ganas de levantarse por la mañana.

Las noches se despedazaban en trocitos, en cachitos de angustia. En insomnio.

No sabía porqué.

Quería volver a reír,

Volver a saltar, cantar y hasta llorar de emoción.

Llenarse de algo. Lo que fuera.

Estaba vacía y buscaba el motivo a tientas. Aullaba por dentro, fingía por fuera.

Seguía el mismo ritual cada mañana. Misma hora, pitaba el despertador y le arrancaba de la cama sin motivación

Ducha. Café. Llanto de un crío. Queja del mayor. Cereales erróneos. Cola cao derramado. Mesa sucia.

Ella arreglada con su mejor camisa para la entrevista de trabajo a las 10:00.

Arrastra al peque a cambiarse, llora desconsolado. Se abraza a su mama, le mancha la camisa. Ella suspira. Piensa que no tiene más camisas limpias, o no tan elegantes como aquella, le consuela, le besa. Se calma el niño, al segundo sonríe. Ya no es nada. Sólo el suelo de la cocina con colacao, ella con una mancha en el hombro… Los niños ríen y a ella la llenan.

 

Ring. Llamada necesaria.

Piensa. Coordina. Resuelve.

 

Le sigue faltando el aire.

Bocadillos. Mochilas. Abrigos.

¡Rápido! ¡No llegamos!

¡Nos cierran!

Salen los niños se hacen la zancadilla. Se tropiezan. Enfadan. Gritan. Les falta la mochila al mayor, el abrigo al pequeño.

No ha respondido correctamente a esa llamada, piensa, mientras chilla: ¡mochiiilas!

Suena el teléfono:

  • Señorita Hernandez le llamamos par una entrevista de trabajo.

¡¡¡¡¡Mama!!!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡Dani me ha pegado!!!!!

  • Sí, soy yo. ¿Para qué oferta me está llamando?

¡¡¡¡Buaaaaaah!!!

  • Veo que la pillo en mal momento, la llamo más tarde si le va bien.
  • Me haría usted un favor muy grande-mira la pantalla: numero oculto, se lo repiensa. Quizás no sea tan buena idea.- bueno mejor si me dice usted donde debería presentarme. Pipipipi ya habían colgado. Sentimiento de rabia, impotencia. No la volverán a llamar.

Colleja al niño inmerecida, injusta, desproporcionada.

El niño se queja, se la mira ofendido. La entiende. ¡Mas no consiente!

Ella le abraza: “lo siento bebé, no ha sido por ti.”

Él la abraza más fuerte, coge con sus bracitos su cuello con fuerza, apreta y susurra en su oido: “yo hasta el infinito, mamá.”

Ella piensa: “me está doblando los pendientes de hojalata, pero… ¡qué tierno!”

Él se separa y la mira orgulloso, de sí mismo. De su mamá.

Coge su mochila y levanta a Dani del suelo.

  • Vamos Dani, que si no queremos que mama explote hemos de ir al colé.

Ella se derrite de ternura, de puro cariño. De deliciosa ricura. Como ha podido hacer ella a esos dos bombonazos.

Todas las madres deben pensar que sus hijos son lo más grande del mundo. ¡¡¡Pero en su caso es verdad!!! ¡¡¡Jajajaja! ¡Que absurdo se le antoja su propio orgullo!

Suena el teléfono.

Lo coge más tarde. Se queda mirando cómo se van al cole de la manita.

Sus tesoros, sus bombones. Esas cositas hechas personas que se quieren con una locura infinita con torpes gestos.

Ring ring.

Mira el teléfono, número oculto.

  • Señorita Hernández. Querríamos citarla para una entrevista de trabajo.

A veces no todo son malas noticias. Laura sonríe aliviada. Necesita un café.

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La  Suelta.

 

IV. ELLOS. ¿Qué haces bicho?

Domingo. 16:15 H. Bip.bip.bip.

JAVI:

Q haces bicho?

 

ANA:

Estaba durmiendo

 

Ups!

 

No t preocupes

 

Te han dado hora para la eco?

 

Sí, NOS han dado hora! Martes 10.00

Te hace ilu?

 

Pues sí. Mucha. Poder estar

 

Tengo mucho sueño

 

Es normal

Debes descansar

 

No va conmigo

Yo soy activa

 

No m digas! No lo sabía!

 

Trasto!

 

Dime

Tengo miedo

 

Xq?

Hay monstruos en tu habitación?

No t dejan dormir?

Vengo a hablarles de ti?

Se irán corriendo!

 

Noooo!

Bicho!

Tengo miedo a q todo salga bien

 

Saldrá

 

Cómo lo sabes?

 

 Yo lo sé todo

 

Ya…

 

Veo el futuro

 

Jajajaja.

Pues dime: niño o niña?

 

Clarísimamente una niña

Dulce y ácida como su madre

Con el pelo lacio y negro como tú

Parlanchina y con ideas de bombero

Alguna pregunta más?

 

para!!!! q me meo!

 

Y ahora t da x culo todo lo q tu m has dado x culo a mi!

 

Ah! Si????

Con q esas llevamos…

 

Hombre! No t pienses q t voy a decir tus lindeces!

Q m tienes frito!

 

No lo consigues!!!

 

El q?

 

Enfadarme!

 

No lo pretendía!

 

Pues q pretendes?

 

Hacert reír y olvidar…

 lo gooorda q t vas a poner!!!

Jajajaja!

 

Eres un ser despreciable!!!!

 

Xq?

X hacerte reír en una tediosa tarde

de domingo!

 

Nooo!

X cuidar d mi cuando menos me lo merezco.

X intentar ser duro y no conseguirlo.

X estar ahí a pesar de todo.

 

Quieres dejar de decir tantas tonterías!!!

M aburres!

 

Despreciable!

M apetece un helado d chocolate de 4 bolas!!!

 

Ves!!! Gorda. Bueno… gordita.

Pero adorable!

 

Ahora t mataría

 

Pero whatsapp aún no da esa posibilidad

 

Con una pistola

 

Mejor mátame de otra manera…

no?

 

Cómo?

 

Dímelo tú?

Q eres la q tiene la cabeza rellenita de grandes ideas…..

 

Se me ocurre una pero no la puedo llevar a cabo contigo…

 

Xq?

 

Ya lo sabes

 

Uf. No t sigo.

 

Lo sé.

Nunca lo has hecho!

 

Asquerosa!

 

Lo sé.

 

T hundiría en la bañera!!!!

 

Eres incapaz d hacerm daño

 

Grrrrr!

 

Q haces mañana?

Un café?

 

M lo tengo q pensar

 

A las 16.00 donde siempre

 

No sé si podré estar

 

Y cómo s q yo sí lo sé…????

 

Xq eres bruja!

Con escoba y d las malas!!

 

No sé xq m quieres tanto…

 

Yo tampoco lo sé…

 

No m lo merezco

 

Ya empezamos a decir tonterías

T veo mañana!

 

Ves como sí puedes!!!!

 

Grrrrrr!

T odio!!

 

Adiós bicho!

 

Cuídate trasto!

 

Se apagó la lucecita del móvil.

Se desconectó.

Y él volvió a la tele con dibujos animados.

Ella siguió echada en la cama.

Cada uno en el otro.

Y ninguno donde debía.

Él quiso adelantar las horas hasta el día siguiente.

Ella cerró los ojos sonriendo.

 

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.

III. ELLOS. Laura lo tenía todo ordenado.

Laura siempre supo lo que tenía que hacer, siempre hizo lo correcto, nunca hizo nada de lo que arrepentirse. Siempre fue de la mano de la responsabilidad, del deber, de lo correcto.

Hizo carrera. Viajó. Aprendió idiomas. Empezó a trabajar, conoció a Javi, buen chico, trabajador, honesto y amigo. Alguien en quien podía confiar. Guapote.

Se colgó de él desde el minuto cero. No dudó. Lo tuvo claro.

La certeza se llamaba Javi.

Javi sólo se había enamorado locamente de una compañera de la universidad con la que no tuvo nada.

Se hicieron novios. Él le pidió para casar a la orilla del mar. Se casaron y se fueron a vivir juntos a un piso cerca de los padres de Laura. Tuvieron dos hijos. Ella hubiera tenido un tercero. Pero él dijo hasta aquí. Todo según el guión.

 

Ningún sobresalto, todo acordado, convenido, sereno, medido, equilibrado.

Los niños dentro del horario infantil, escrupulosos en la educación.

Javi trabajaba de comercial y muchos días llegaba tarde, por cenas con clientes.

Lo mejor de ella se lo llevaban los niños y lo mejor de él se lo quedaban los clientes.

Y ellos quedaban siempre para el mañana.

 

Laura entornaba los dedos en su media melena castaña y colocada. Se detenía en la punta del mechón hecho girones. Volteaba.

Su ceño fruncido. Su mirada perdida a través de la ventana. Hacia el cielo. Hacia la nada más negra.

Miraba sin ver.

Sabía sin saber.

Quería leer «nosotros» pero las letras ya no se sostenían. No se tenían en pie. Cada día debía recolocar alguna en la repisa de la entrada al lado de su foto de casados, aquella donde la ilusión se enmarca pura y suya. Ahora ajena.

Esperaba el final del día.

De cada día repetido, uno tras otro, detrás del colegio de los niños, después del parque, un poco más tarde del bañito de los nenes o al final de la cena.

Esperaba el final del día para sostener su cachito de cariño adquirido, por derecho, por contrato.

Pues al final del día aparecía Javi, cansado de trabajar, siempre, hastiado con el mundo, ¡cómo no! Abatido por el Jefe, las no ventas. Y él ayudaba en lo que podía. Como podía.

Ayudaba con buena intención pero con represalias siempre.

Laura le esperaba, coloreada de cansancio, harta de soledad. Con hastío. A su manera. Pero siempre le esperaba con un anhelo descolocado.

 

A Laura la crisis la dejó sin trabajo, llegó el segundo niño y se acabó quedando en casa. Con niños, con carrera, preparando bocadillos y poniendo lavadoras. Y esperando al final del día un trocito de cariño recordado, pero en desuso. De antaño pero gastado.

Los embarazos le dejaron los kilos y las estrías, los niños las ojeras y los gritos grapados a su manera de hablar.

Y en su tormento confundía a Javi con otro hijo. Con una quinta parte de besos. Con la misma ración de gritos.

Javi lo entendía todo, el desazón, el hastío, la impotencia, su nuevo sentimiento de dependencia de saberse útil y sentirse inútil a la vez.

Le echaba de menos durante el día pero estaba demasiado cansada para hacérselo ver al final del día.

 

Pero en esa última semana los gritos provenían de él. La mirada de él estaba perdida. Ausente. Y el nosotros había perdido todas y cada una de las letras.

Y durante la cena por primera vez Javi gritó a los niños.

Laura supo que algo pasaba.

 

Y al tumbarse en la cama, menos rígida y más tierna preguntó:

  • ¿Hay algo que quieras contarme?.
  • Sí.
  • Ana me ha pedido que la ayude y voy a hacerlo.

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.

II.ELLOS. Ana llevaba a Javi en su corazón.

Ana siempre vio venir a Javi, le miraba de soslayo, desde el rincón de su perspicacia, su agudeza. Le veía venir y le encantaba. Le dejaba cuidarla haciéndose la despistada. Le quería con el corazón, le adoraba con la cabeza y a ratitos con el estómago, ése que despierta el deseo. Observaba su torpe manera de preguntarle si estaba ocupada la silla de al lado en clase. O si le importaba dejarle una goma, cuando podía ver cómo le salía la suya del estuche.

Pero cuando la desarmaba era cuando con cara gris de apatía en medio de la noche se tropezaba con ella al fondo del bar y le iluminaba la cara una ancha sonrisa, de felicidad, de puro gozo de encontrarla.

Le tenía. Lo sabía.

Y le hacía trastadas, una tras otra, para medir hasta qué punto la cuidaba, se hacia la borracha, conducía mal, le daba sustos sobre su integridad. Él siempre estuvo allí.

Nunca le falló.

Ella rogaba al cielo de él enamorarse, pedía sentir, quería desear; aquel chico estaba dispuesto a bajarle la luna, a dejársela a los pies de la cama y no despertarla en mitad de la noche. El podría cuidar de ella, ahuyentaría los demonios y calmaría a sus diablos. Mirar esos ojos intensos, alegres de mirarla, le transmitía paz.

Pero los sentimientos no se encargan, no se piden a la carta, no se programan. No puedes pedirlos por catálogo, ni se hacen a medida.

Los sentimientos te invaden o no.

Te visten a no.

Te llevan o no.

Son.

Lo triste es que ella no quería estar con quien le bajara la luna. Ella quería matar por quien ella estuviera dispuesta a bajarle la luna. Diferente. Masoca. Rebelde.

Y a todo esto Javi siempre estaba allí.

Hasta que le perdió la pista.

 

Siempre le acompañaba en su corazón en su cachito dulce de memoria que guardaba para él, el único caballero que siempre la respetó, el único hombre que había dormido con ella sin tocarla más allá de la palabra respeto.

Guardándose el deseo para él si ella no daba pie. Y nunca le dio.

 

Recordaba aquel día al borde de la madrugada, cuando borracha pero no tanto, loquita pero con vista, le pidió que durmiera con ella, el aceptó, se le abrió el cielo.

A él la imaginación le escribió un cuento.

Y en la cama yacieron abrazados esperando el alba. Ella no paro de acariciarlo, tocarlo en el borde del cariño. Para provocarlo. Allí donde la lujuria se asoma al respeto y le pide paso.

Pero el respeto no le deja. Y se marcha llorona.

Javi aguantó porque la creía indefensa y borracha, gamberra pero suya. En ese alba: el más dulce de sus madrugadas. Se durmieron abrazados.

Él le besó la frente y le olió la piel. Esa piel tan peculiar. Con ese olor personal.

De ella. Ahora suya.

 

Javi solía ser el último pensamiento al encender la luz y el primero al encenderla, aunque hubiera quedado en el espejo retrovisor de su vida.

Cerraba los ojos y allí estaba él descubriéndola al fondo del bar.

Alegrándose. Alborotándose, de ver a su niña, bruja y especial.

Y ese simple gesto de su memoria le reconfortaba.

 

Y ahora años después volvía a necesitar de él.

Le necesitaba más de lo que nunca hubiera imaginado.

 

Llegó al punto de encuentro y ahí lo vio esperando, frotándose las manos, inquieto. Mirando el reloj. Se giró, miró por la calle equivocada. Ella sin pensarlo se le echó a la espalda, le tapó los ojos. Se ríe.

¿Quién soy?

Él adivina: «¡mi trasto!» Nadie más la había llamado así.

Era una sensación como de volver a casa.

 

Se giró él, con ansia.

Le buscó la mirada ella, con miedo.

 

A él el rostro se le iluminó de pura dicha.

A ella La Paz le rellenó el alma como a un chucho de crema. ¡Qué alegría la desborda!

Podrían apagar el mundo mañana y ella dormiría en paz de saber que él seguía mirándola como cuando tenía pelo…

¡Qué ternura de mirada!

Se quedaron mirando un segundo.

Sus labios se elevaron y una gran sonrisa de dicha les iluminó el rostro.

Un abrazo intenso y suyo rubricó la bienvenida. Intenso largo. Hasta donde los pies de ella dejaban de tocar el suelo y la balanceaba a lado y lado. «¡mi niña!». Suspiró…

 

  • ¿Hace mucho que esperas?
  • Una eternidad.

Ellos.

 

Y a la cuenta. Al pago.

Ella le dijo:

  • ¿Te puedo pedir un favor?
  • Por supuesto.
  • Es un favor muy peculiar.
  • Dime.
  • Estoy embarazada.

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.

I. ELLOS. Javi siempre quiso a Ana.

Javi siempre quiso a Ana, siempre. Siempre estuvo enamorado de ella. Le gustaba su pelo alborotado y mal peinado; le gustaba su risa contagiosa y ruidosa, le encantaban sus ojos traviesos y vivarachos, le gustaba esa forma peculiar y torpe de moverse. No podía remediarlo: la quería. Sentía que debía protegerla. Podía intentar ignorarla pero el amor era más fuerte que su voluntad. No podía evitar alborotarse al verla entrar en clase. Sentarse mientras se le caía el lapicero, descolocaba la silla y tiraba algo a su paso. Esa sonrisa dulce y encantadora le desarmaba. Se consolaba con ser su mejor amigo, el mejor amigo entre los amigos. Se quedaba con su último trocito de espalda a la hora de la siesta, se conformaba con el más dulce de los besos en la esquina de los labios. Y fingía no importarle. Hacía ver que ella no iba con él. Él pensaba tontamente que ella no advertía sus miradas, su disposición incondicional, su abrazo intenso. Su suspiro ahogado al despedirse.

Mas ella, traviesa y gamberra, dulce y suya, se le quedaba mirando de soslayo cuando el trasluz le permitía y sabiéndolo suyo sonreía. Desarmándolo aún más si pudiera.

Ana miraba a Javi como a un hermano.

Javi miraba a Ana como a un ángel, una diosa, un imposible que al imaginársela suya sonreía de puro deleite.

Moriría mañana si esa noche hubiera podido hacerla suya.

 

La quería, o quizás sólo la deseaba, la quería o sentía la necesidad de cuidar de ella, no sabía, fuera como fuera siempre la quiso. Aunque se casara con Laura. Con Laura conoció La Paz, la serenidad, el gozo, la dicha, incluso el amor. Sintió abrazar la felicidad.

Incluso tuvo dos hijos. La vida era sosiego.

Laura siempre supo la historia de Ana. Siempre conoció aquel amor imposible que Javi guardaba con cariño en el último cajón de su adolescencia.

 

Ana había quedado en aquellas historias de universidad, historias de aquel entonces.

Y un día Javi recibe un Whatsapp:

“Javi, soy Ana. ¿Haces un café conmigo? Mañana a las 20:00. Si no puedes no probl.”

Javi consulta su agenda. Tiene un compromiso ineludible. Un cliente. Un proyecto por cerrar. Pero se le hace un nudo decirle a Ana que no puede verla. Que no pudiera deshacer el tiempo, desoír al destino. En una esquina de su monotonía.

Deshace la reunión, postpone encuentros. Queda mal. Pero queda con Ana.

No pretende nada. No busca nada. Ni espera nada.

Pero el corazón se le desboca. Se le forma un nudo en la garganta en la espera.

La recuerda. Ya no será, se dice.

Y de pie esperando está cuando dos manos le tapan los ojos. ¿Quién soy? susurra traviesa en la esquina de su oreja. Ese perfume de limón le trae a porrazos el pasado. Inhala. Le coge las manos. Hace ver que la está reconociendo. Pero en realidad la está acariciando como siempre hizo en el pasado, en su memoria y mucho más allá en su imaginación…

Le coge las manos y adivina: ¡mi trasto!

 

¡Lo has adivinado bicho! ¡No has cambiado nada!! Se le abraza, lo empuja, se le tira al cuello. ¡Como un perrito alborotado y feliz de encontrarle! Él la levanta del suelo.

A él el corazón se le desboca.

Ella está igual: irresistible, con el pelo hecho un desastre, la mitad inquieta y la sonrisa más traviesa que pudiera encontrar: ¡su niña!

 

El café da paso a una cerveza.

La tarde abraza un atardecer lento. Y este al inicio de la noche…

 

ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.

La Suelta.