Prométemelo.

– Prométeme que serás feliz sin mí.

– Te lo prometo.

– Prométeme que vendrás a buscarme si quieres estar conmigo.

– Te lo prometo. Pero esta historia debe acabarse aquí, princesa.

– No quiero. ¿Por qué? yo te quiero.

– No puede ser. Tu vida está aquí. Tu trabajo está aquí. No puedes dejarlo. Eres lo más.Y mi vida está allí. A 7.000km, a 8 horas de avión, a medio día de vuelo, a un imposible de distancia.

– No hay imposibles. Hay falta de creatividad. Vengo contigo.

– No debes, mi niña. No tires tu vida por mí, encontrarás a alguien que te adore, que te mime como mereces, encontrarás la felicidad. Tú vales mucho.

– Mi felicidad se irá contigo, te llevarás mi magia, mi risa. Sólo te quiero a ti.

– No me digas eso. No cambies, tesoro. Confía en ti. Cree en ti.

– ¡¡Tú no lo entiendes!! Yo mataría por ti.

– ¿Qué quieres decir?

– Que mataría por ti. –acariciándole la cara, la mejilla, como si en ese gesto pudiera retener un cachito de él para ella sola-

– Ha sido una historia bonita. No quiero verte llorar. Me rompes. Haría lo que fuera por no verte llorar.

– Quédate conmigo.

– No puede ser. Nuestras vidas están a una distancia insalvable.

– No hay nada que el amor no pueda cambiar.

– No es así, solete. No es así. La vida no es color de rosa.

 

Su mirada se inundó de tristeza. Él la abrazó fuertemente, ella quiso que la vida se cerrara. Nada tendría sentido. El mundo ponía el stop. Le dolía el pecho. El la abrazó más fuerte. Le besó la frente.

Y la miró a los ojos. Sus ojos mojados de tristeza, de impotencia. Por no saber desviar al destino de rumbo, menguar la distancia. Cambiar un sentido.

– No tiembles, no tengas miedo, eres fuerte. Podrás con esto. Tu vida cambiará, mejorará. Serás feliz sin mí. Tienes motivos. Tu trabajo. Tus amigos.

– Pero no estarás TÚ conmigo.

Y se para el tiempo, se hiela. Se contiene, teme tan solo avanzar, para no separarlos, para poder mantenerlos cerca.

– ¿Me recordarás?

– Yo nunca te olvidaré, no deberé recordarte. Siempre te llevaré conmigo. Te estaré esperando. Siempre.

Eres mi certeza más intensa y más inoportuna.

– Yo la guardaré en mi corazón.

Los minutos no pasaron, cayeron.

El tiempo no avanzó, la tristeza se hizo gris y el mundo quedó en silencio. Ya no giraba, ya no reía.

El abrazo descorrió el amanecer.

Y llegó ese momento en que él tuvo que marchar, tenía que coger un avión, rumbo al deber. A ninguna parte. Y en el rellano de la puerta. Le rogó:

– Sonríeme, no me digas adiós con lágrimas en los ojos. Ha sido la historia de amor más bonita que he vivido.

– Yo no desharía ni uno sólo de mis pasos. Te esperaré siempre, amor.

Y cerró la puerta.

 

Triste.

La suelta.

Mi Super Plus Premium Inox.

Me encargan un trabajo urgente para entregar en dos días, pillo la gripe, me baja la regla y en ese justo, preciso y oportuno día. Se muere la nevera. Certifico que existen las manos negras. La vida a veces se vuelve mierdosa. Simplemente.

Le pido a mi chico que vaya él. Que elija él una nevera, que no me haga perder el tiempo. Que no me encuentro bien y encima no quiero perder toda una tarde en ir a buscar un electrodoméstico.

Además de que tenemos la peculiar diferencia que yo compraría el objeto más caro y chulo de la lista, sin mirar el precio y él el más económico, práctico y funcional. Él sí consultando precios. Por suerte somos complementarios. Porque dos como yo seríamos la bomba, no sé en qué sentido…

En fin. Que siendo tan diferentes me dice que he de ir, que no compra una nevera sin mi opinión… ok. Voy. A regañadientes. Lo reconozco.

Estamos en la sección de frigoríficos y la chica, muy amable, solícita y encantadora, nos explica las bonanzas de los diferentes modelos, marcas… yo ya voy con una idea fija, he visto la Súper Plus Premium Inox… la he visto y no le quito ojo. Mi chico empieza por lo obvio: el AA+ más barato, «¿Qué te parece?»  “no me gusta nada!” respondo seca.

He de reconocer que una nevera es una nevera, cuadrada, con un asa, mayoritariamente blanca y que refrigera la comida. Pero cuando te llevan en contra de tu voluntad a comprar aunque sea un elemento indispensable para el día a día… tus prioridades suben enteros exponencialmente.

Y ahí estoy yo delante de la Super Plus Premium… accede, solícito, consultamos el precio: “no, princesa, esta no toca. Por nada del mundo toca esta.”

Hago morros, me enfurruño, casi me cruzo de brazos, cual niñata consentida. Y me dice que ok al super plus Premium, pero no el inox. Lo compramos en blanco.

Le digo: – ¡si compramos el inox, me haces feliz!

  • No, no toca. – aquí mi mente vuela: ¿qué es lo que no toca? ¿hacerme feliz?-
  • Pues entonces tendrás 15 años de morros de la niña.
  • No toca y punto.

Mi interior dice: “¡AH! OK!…………..”

Acabamos comprando el blanco. Lo encarga, nos lo entregan en dos días.

Me voy a casa, no contenta, mucho menos satisfecha, con la inmensa sensación de haber perdido mi valioso tiempo para comprar una nevera blanca que va a estar en la cocina de casa todo su tiempo útil recordándome que no era a ella a quien quise. Que me enamoré de su hermana no de ella. No sé si podré soportarlo. Es que es mucho tiempo…

Para eso, yo me pregunto. ¿No podría haber ido él?

Birrita con amigas, para airear. ¡¡No podría haber cogido la inox… no!!!

Y una suelta: «pues vas y la cambias.»

La idea suena en tu cabeza, como una locura, como un “me va a matar” en el fondo me da igual. Y ¿qué si se enfada? ¿Qué pasa? La próxima vez irá él. ¿No?

Al día siguiente. Cojo la factura y me planto en la tienda de neveras. Busco a la chica, me ve llegar. Me pone cara de alucinada, de flipada. De ¿qué pasó?

  • Vengo a cambiar la nevera. Quiero la Inox. Él no sabe que estoy aquí. – su cara es un poema, se queda parada, dubitativa, temerosa. ¡¡Es buenísima, la situación!!!
  • ¿No se enfadará?
  • Y ¿qué pasa si enfada? – sus ojos se abren más si cabe. Está realmente flipando conmigo. ¿Qué pasa que nadie se repiensa la compra de un electrodoméstico y del grado de felicidad, frustración que la compra de un bien material tan voluminoso puede retornarle a lo largo de su vida útil? ¿Por qué pensamos que Apple vende tanto? No es porque sus ordenadores hagan cosas diferentes o estratosféricamente diversas que los pc’s. es simplemente porque son CHULOS. PUNTO. Hay veces que compras cosas porque te gustan. Punto. Porque. No lo sabes. Pero te gustan. Es la esencia última del consumismo.

Me lo cambia. Y se asegura muy mucho de cogerse, apuntarse y marcar cual es de los dos teléfonos el mío. Porque por nada del mundo quiere llamarle a él. Y antes de irme y pagar la diferencia. No tanta. Creo yo. Para mi chico es muchísima.

Me vuelve a preguntar: “¿no se enfadará?”  “no lo sé”

Llego a casa y le digo: «¡Ah! La nevera tardará una semana en llegar, el Inox tardan más en entregarlo.»

Mi chico se me queda mirando:

  • ¿la has cambiado? – abre los ojos-
  • Sí. No me gustaba en blanco.

Creo que hasta no le extraña. Me conoce demasiado.

La nevera queda chulísima en la cocina.

 

Consumista

La Suelta.

Sabroso despertar.

Se oyen allí fuera las últimas gotas de lluvia, las que cierran la noche y descorren el alba. Lloran en la ventana. Se acerca el viernes.

Se anticipa la luz, caen los minutos, se acerca el sonido del despertador, apenas 30minutos, me giro y le busco, ronroneo, me hago un ovillo, le molesto y consigo despertarle, gruñe, se acurruca, cariñoso me mete su mano debajo de la tela, recorre mi piel que se eriza y se alegra de encontrarle a esas horas. Tibio, suave, delicado, mío.

Algo se acelera, el ritmo, la causa, la cercanía de la agenda laboral. Me besa, se despierta, se acelera al ritmo, busco su boca, su lengua.

En un cálculo rápido del tiempo y de las posibilidades que nos brindan las hormonas y esos últimos 30 minutos de “noche”, de cama…

Caen los pijamas al suelo, el edredón aún nos cubre, el alba se acerca. El sol despunta.

Él se sumerge entre el edredón y mi cuerpo, bucea y baja… y baja… mmm.

Yo no he abierto ni los ojos.  Pero mi cuerpo está despierto, diría que deseoso. Hasta se me antoja hambriento. Qué delicia el tenerte…

En un gesto de sana curiosidad, aparto el edredón, levanto mi cabeza y miro:

Se ha adentrado en ese pequeño gran universo que esconden mis dos piernas, que abrazan mis ingles, que se intuye pero no se abarca.

Ha metido su cabeza entre mis piernas, masajea mi clítoris con su lengua, de manera aventajada, sabia, sin dudar. Cambia de ritmo. Suaviza. Se separa, me mira rabioso y voraz.

Con su dedo índice me toca la esquina de mis labios, los inferiores, mientras me mira.

Yo subo, subo y subo. Sigo subiendo. Irremediablemente.

Se para. Y me indigno, suplico, pido: ¡más! ¡No pares ahora!

Sonríe. Lo sabía. Pone sus manos en mis rodillas y acaricia mis muslos, se acerca a mi entrepierna. Vuelve a lamerme, chuparme, elevarme. Sin dejar de hacerlo mete un dedo con la yema hacia arriba, lo mete hasta el fondo y presiona, acaricia, a la vez que su lengua baila con mi clítoris. Puro éxtasis.

Subo y subo. Y sigo subiendo.

Me levanta, me sostiene, me mueve, me oye jadear.

Y en ese mismo punto de placer sublime, acelera, cambia el ritmo, cual baile ardiente, rítmico y armónico y sin parar ni un instante, consigue que me alcance el orgasmo en mayúsculas, intenso, largo, profundo. Me recorre el cuerpo se arquea mi espalda. Me sacude.

Se separa, dejándome el dedo. Me sonríe y me besa en la tripa. Lentamente saca el dedo, cuidadoso, sensible, delicado.  Ni me muevo, apenas una sonrisa, aspiro, expiro. Me tapa. Me besa. Me deja. Se aleja.

Silencio. Sueño profundo. ¿Qué más pedirle al amanecer?

Dormida.

La suelta.

¡Buenos días de Viernes!