La vida. Cabrona.

La vida continúa. No para. No tiene pausa. No hay anuncios. No descansa. No da respiro. Continua. Pase lo que pase. Te guste o te disguste. A veces parece ir más lenta. Óptica caprichosa.
Pues la vida sigue. Aunque a veces te de un zarpazo y te deje inconsciente, vapuleado, sin ganas o deprimido. A lo suyo.
Ya puedes estar tu triste, sin energías, sediento, sin ánimo. Ella rueda. Camina, sin paradas.

No hay fuerzas, no hay motivo, no hay risa compartida.

No hay alegría al final del día.

La tristeza inunda, moja, embriaga. No la querrías. Pero allí está.

No la llamaste, llegó sin previo aviso.
El banco no llama: «no sufra amigo, este mes no cobramos»
La vida… tan amiga. O Tan poco.
Te impone. Te ordena. No pares tu sigue.
Cada día amanece. Sin tregua.
Y te vence.
A impulsos te dejas: «lo dejo. No sigo. No quiero. No puedo. Que paren, me apeo»
Pasa de ti. Altiva, distante.
Apartas la locura: «¿Qué digo? ¡loca!»

O no. ¿Para qué, a veces, la vida?
Nadie responde, si es que hay alguien que escucha.
Sin respuestas. Pero preguntas… tantas.
Injusticia, presente.
Y a ratos cuestionas «¿será esto una broma de mal gusto? Simplemente…»
La vida, otra vez, te exige. Te pide.
Llora, te grita.
No te conoce. O te sabe tanto.
Y te cae un periódico. Un titular, sabiamente hilado. Un corrupto. Un crack.

Una noticia que sabe a ultracosmos. Lejana. Injusta. Ajena.
La vida, dispar. Desequilibrada. Suya. Impuesta.
Cierras el periódico por el peligro real de convertirte en terrorista, sicario, poseída.
El tortazo de la injusticia. ¡qué amargo!. Cruel. Impuesto.
Consejos. Guías de instrucciones. Recomendaciones. No valen para nada.

Llevadme, que no puedo.
La vida me vence. Me ha vencido, ya no soy.

Como el cenicero atiborrado de colillas, de ceniza y porquería en el último rincón del bar.
Sucia. Pringosa. Miserable. Olvidada.

Tu vida. O la mía.

Hoy triste, ¿por qué no?

 

La Suelta.

Bachata…

Me doy cuenta hoy mismo que mi vida sexual es penosa desde hace meses. No me como un rosco. En el sentido estricto se la palabra. Salgo y busco la oportunidad pero será que mi listón ha subido a cotas inalcanzables, mi nivel de embriaguez no lo baja o todos los de mi rango me parecen calamidades inservibles a altas horas de la madrugada. Pero entre pitos y flores… la menda hace meses que no se acuesta con un hombre. Que no me tocan, acarician, ni toco, ni chupo, ni naaa de naaa.

Así de confesional estoy hoy.

Y así de claro puedo decirlo.

Porque las verdades por su nombre.

Y ¿qué sucede? Pues que llega un punto que empiezo a ver a todo hombre que se me cruza en mi camino como un mero trozo de carne parlante. He perdido el sentido del respeto y la capacidad de escuchar. ¡Por Dios que esto no debe de ser sano!

Es feo. Lo sé. Me voy apañando… Dignamente.

Y en estas estaba cuando una amiga me ofrece acompañarle a clases de bachata. ¿Qué es eso? Pregunto. Un baile salsero lento. ¡Ah! Suena bien.

Y me planto en mi clase de bachata. Clases serias y gente educada.

No vayáis a malpensar.

El grupo 5 chicas y 5 chicos que van rotando cambiando de pareja en cada figura que el profe enseña. Profe dominicano, está bueno, para qué negarlo.

Música lentorra, molona y salsera.

Y en el primer acercamiento el chico se arrima mucho más allá de mi espacio vital. Y en mi estado nada recomendable. Déjate llevar me susurra. Educadamente. Pero con esas palabras al fin y al cabo.

Déjate llevar es déjate llevar. Ni más ni menos. El chico no está mal. Tampoco para tirar cohetes. Se acaba la figura.

Cambio de pareja.

Me toca un señor mayor. Que me arrima como si fuera su esposa. Baila bien, me sorprende. Aquí la mayor torpe soy yo. Acaba la figura. Hasta el señor este se me antoja interesante.

El profesor explica la figura llamada seducción. ¡Toma ya!

Me toca un mozo bastante guapo por Dios. Voy a acabar enferma.

Este nivel de hormonas alteradas va acabar conmigo.

Como se mueve por Dios. Me coge de la cintura me lleva, me gira y me tumba… ¡Uuuf!!

Y me viene esa frase a la cabeza: quien sabe bailar bien sabe follar de vicio.

Nena: ¡prohibidos estos pensamientos, cariño!!

Me suelta. Siguiente.

Me toca un tiparraco bajito y con una sonrisa de oreja a oreja al ver que le toca conmigo. No puede disimular, se arrima. Me embriaga su olor a colonia. Uf!

Dentro de mi pienso: has venido a bailar, pues baila. Déjate llevar. Y me lo empiezo a pasar bien. Paso de lo que debo parecer desde fuera. De lo que diría la yaya con este intercambio físico de parejas…

Y bailo, arrimados, porque así es el baile. Y la música empieza a mojarme, sus letras seducen y cierro los ojos.

Al final de la clase hasta me parece que sé bailar.

 

Será que no. Pero salimos riéndonos. ¿De qué? ¿De nada?

De nosotras, por encima de todo.

 

No he follado. Mi vida sexual sigue siendo miserable, un punto más cachonda (mentalmente) sí estoy.

Así que podríamos decir que hasta he empeorado…

Pero más alegre seguro.

 

Alegre.

La suelta.

Queridos Reyes Magos de Oriente.

Os escribo mi carta de reyes ya digo que sin ninguna esperanza…

Pero si ni la escribo. Siempre podréis decir que no os lo pedí.

Y a mí me cuesta un suspiro escribir.

 

Os adelanto que intenté portarme todo lo bien que la teoría me decía…

Pero llevarlo a la práctica se me ha hecho directamente imposible.

Intenté enfadarme menos, es mi punto negativo. Lo confieso.

Intenté no gritar, que no se me llevaran los demonios, intenté dejar el tabaco, adelgazar algo, ponerme en forma, aprender algo. Todo fueron meros pensamientos.

Quizás intentos el 1 de enero. Pero he acabado el año catalogada como mala-mujer.

Pues no he logrado acostarme sólo con conocidos, amigos o alguien con nombre.

El término “desconocido” me pone.

Otra confesión.

Pero para que no sea esto un confesionario

¡¡Voy al grano!!

 

Voy a concentrar mis energías, y las vuestras, en ello:

os pido una relación seria, formal, educada.

Con un hombre que me inspire, me enamore, me reconforte.

Me suba y me haga sentir bien. Que con él sea mi versión más auténtica. Más pura.

Que me entienda, que no intente resolver mis conflictos, problemas en los que me meto yo solita. Sólo que sepa escucharme.

Que me deje solita cuando necesite.

Que domine mi carácter. Sin sentirme sumisa.

Saber que soy su todo independientemente del resto.

Que me haga reír, como no río con otros. Reírme de todo hasta de mi misma. Vital.

Que en sus besos me funda y en la esquina de un suspiro me deshaga.

Pero sobre todo: que no me aburra con egocentrismos desmedidos. Que el “yo he hecho, yo soy. Yo...” Me cansa, no puedo evitarlo.

¿Seré mala?

 

Quiero un hombre entero. Y para eso deberá entenderme…

Y como Reyes Magos, muy magos pero hombres, al fin y al cabo, que sois.

(No se lea esto como una misandria encubierta. ¡¡Nada de eso!!)

Os voy a transcribir en poquitas palabras que significa eso…

 

Quiero un hombre que sea suficientemente bueno para llevarme al altar, pero sabrosamente golfo como para dominarme en la cama.

 

¿es tan difícil mi deseo?

 

Quizás debería habéroslo pedido antes. Para que os diera tiempo a buscarlo.

O tal vez, probablemente, en realidad no quiero que lo encontréis.

Por algo soy La Suelta.

 

Dispuesta.

 

La Suelta.