De su cigarrillo mal apagado.

Una hora antes ella había recogido la cocina, limpiado los platos, barrido y fregado el suelo. Guardado el hule. Montado la mesa. Casa recogida sin niños. Subió a teñirse el pelo, las uñas pintarse, se duchó, perfumó y maquilló. Se puso el vestido nuevo y se encerró en el baño.

Se ahorcó con una cuerda del trastero. Ring. Pataleaban sus piernas cuando sonó el teléfono. La llamaban de una oferta de trabajo. Había sido seleccionada. Tarde. Sin aviso. La vida ya le había vencido.  Aún olía a tabaco.

 

La Suelta.

Sólo ceniza quedaba en el alfeizar.

Voy a adorarme.

He decidido adorar mi cuerpo. He optado por subirlo al Top One de mis ideales físicos. Mimarlo. Porque voy a estar aquí dentro hasta que me muera. Por feo, banal y mundano que suene.

Voy a pasar de mi culo XL y de mis tetas XS de esta equivocación en el reparto de volúmenes. No lo voy a tener en cuenta y hasta le voy a encontrar el puntito. No voy a ver mi nariz aguileña más imperfecta que la de la Letizia previa a su “necesaria” cirugía. Yo no soy reina consorte. Voy a pensar que toda belleza más mágica cuando es imperfecta.
Y me voy a seguir adulando.
No voy a tener en cuenta la falta de personalidad de mi pelo que no es ni rizo exótico ni liso japonés… más bien diría indefinición latina. Ni chicha ni limonaa…
No hay forma de dominarlo en modo liso ni darle volumen. Él a lo suyo. Pero la gracia le encontraré…
Pues soy la primera cara que veo por la mañana y la última del día.
Porque quererse no viene mal.
Pero adorarse debe ser la bomba.
Y al final mi belleza será imperfecta pero la magia correrá por dentro. Que lo sé.

Porque por mucho que desee otro cuerpo no me lo van a cambiar.
Y ya ni deseo ser la Bundchen ni quiero esos labios suculentos de la Jolie. No voy a pensar que cada noche besan a Brad Pitt…. eso no me importa. No siento nada.
Tampoco tengo lunar indiscreto en la comisura de mis labios a lo Mendes (ésta besa a Ryan Gosling) o como la Crawford icono de décadas pasadas. Yo sigo con mis anodinas formas.
Pero voy a encontrar la manera de adorarme. ¡Hasta de desearme a mí misma!
Porque por mucho que me las mire no me transformo en ellas.
En este caso la visualización, el deseo firme, el objetivo y el trabajo duro no cambia personalidad ni me transforma en una it girl… no hay nada que hacer. Creo…

Así que mañana mismo voy a empezar a quererme con locura.
Ahora mismito voy a cogerme la última Vogue a ver si en un despiste del destino me cambia por Eva Mendes y puedo besar a ese hombre.
¿Quién dice envidia?
A lo mejor el destino se equivocó. Y ando yo aquí en personalidades equivocadas.

Pero si no funciona. Mañana soy mi propio ídolo…

Convincente  ¿O no?

La suelta

 

Nunca deberías…

Nunca debes, deberías… En ese momento de subidón de ay,ay,ay! “Cómo le gusto!” “¡que no me mire así que tiemblo!” “si me vuelve a hacer esa caída de ojos… me lo llevo” nunca deberías irte con él si no te has depilado… porque después pasa lo que pasa, cariño. Empezamos con los besos, los roces, las caricias, el despelote y vamos bajando…

Y en ese momento de pasión desenfrenada, de locura, de deseo, en ese momento en el que tu cuerpo debería dejarse llevar, o llevarte al cielo, disfrutar de lo bueno que tiene la vida… ¡zas! Acude en tu ayuda, el traicionero de tu cerebro, esa parte absurda de nuestra mente embadurnada por los prejuicios y preocupada por los demás… “¿¡qué pensará de mí!?” “¡oh! ¡Dios! ¡No me he depilado!” “¿notará la cantidad de pelos que tengo?”… y ya no puedes disfrutar, saborear, ni mucho menos dejarte llevar. Con lo bien que sienta un orgasmo…

Te sorprendes a ti misma en movimientos escurridizos, para que él no baje la mano de la línea de flotación: la cadera, para que de las braguitas ya te encargues tú y que él se quede en la parte superior… pero entonces! Lo único que pensara es que tienes problemas de movilidad, de flexibilidad, o de inhibición que es peor. Este señor, del que aún no te ha quedado claro el nombre ni a qué se dedicaba, tendrá claro que la señorita a la que intenta descubrir es como una caja fuerte con código de seguridad. O peores apelativos: frígida, sosa, seca, rara…

Por eso te conviene ahorrártelo. Postponer a otra cita estos quehaceres o echarte a la espalda los prejuicios, pensamientos absurdos y convertirte en la leona que tan bien se te da a veces. Pasa a modo ataque y quizá anules el “¿qué le pasa a esta chica?”

Y, ¿te puedo contar un secreto? De corazón y de verdad. De verdad de la buena:

A él le da absolutamente igual, le importa literalmente nada que vayas depilada que que no, no tiene tanta importancia, en ese preciso instante él sí que se deja llevar, pone la mente en blanco y disfruta de lo bueno que tiene la vida. Y si hay algo malo o que no le gusta, lo obvia. No ve si vas maquillada o se te corrió (el maquillaje). No atina a distinguir una cana de un pelo negro. En ese momento lo único que cuenta es la actitud. En ese mano a mano… las apariencias quedaron en la sala de espera, lo que te daba el pase a la grada ya se valoró y el de seguridad te dijo que adelante. Ahora estás ahí en primera fila… pues deja a un lado tus prejuicios, tus tontos pensamientos, no te preocupes de tu peinado, si no de tu melena y suéltala. La vida es corta. Vívela.

Pero si todo esto es muy difícil… hazme caso, nunca debes tener sexo sin haberte depilado.

 

Entre nosotras.

La suelta.

Quiero ser ecosostenible

Me voy a volver  loca tanto reciclaje.

Azul papel. Amarillo plástico. Verde vidrio. Me da miedo… ¡quedan tantos colores por descubrir! Rosa, Rojo, Naranja… uf! Y el mundo de los materiales es tan variado.

Porque en esto del reciclaje a una le invade la conciencia, quiero ser respetuosa con el medioambiente, quiero ser ecosostenible, que no sé qué quiere decir(creo que ni existe), pero debe ser maravilloso. El reciclaje me empieza a apasionar o a inundar mi vida. Estoy en fase de aprendizaje: Bricks, aunque no lo aparentan van al amarillo… latas al amarillo, papeles y revistas… ¡esto es fácil! pero cuando llego a objetos extraños no identificados… me los quedo mirando como si en susurros me tuvieran que decir, en voz bajita: voy al amarillo… y entonces me digo nena ¡que no hablan!. Dudo, ¡bah! Total, lo tiro al amarillo y marramiau. Nadie me dirá nada… entonces te sientes como señalada por tu conciencia interior. Te imaginas la planta de reciclaje… y ves al tío mirando el o.r.n.i (objeto reciclable no identificado) y le oyes desde tu casa rebuznar sobre lo inútil que puede ser la gente, lo ignorante que somos. En ese caso seré yo. Debo admitir al fin que para alguien soy “ese completo inútil!” debo aceptarlo, admitirlo. ¡Pero es que es tan complicado! Esto del reciclaje se ha convertido como en un test donde si adivinas, ganas un punto, pero si fallas te restan cinco. Te sientes lo peor de la sociedad.

Y es que hay objetos que tienen ¡¡tres materiales en uno!!! ¿Cómo puedo hacer!!? Y los potes de vidrio que tienen papel pegadito. O los cartones que tienen partes de plástico… es que hay días de paranoia que te descubres arrancando las partes de diferentes tipos… ¡yaaa! ¡Basta!! ¡Nena!! Que por la salud del medio ambiente te estás llevando tu salud mental por delante.

Luego me miro la bolsa del orgánico… ¡pero la bolsa es de plástico! Quizá la bolsa ésta no sea para meter el orgánico…  me imagino al señor que lo selecciona viniendo a mi casa: ¡señorita, lo ha hecho Ud. Muy mal!

Después dudo de si el pescado va al orgánico… Debería haber una planta especial sólo para el pescado. ¡Apesta!

La vida ya es retorcida. Pero creo que se me está complicando.

Porque entonces acude a tu cabeza la bolsa de basura de la abuela: el pote de vidrio, el cartón y el plástico todo junto… ¡Aix! ¡qué escalofrío! Y el mundo ha seguido adelante… así estamos.

Y todo esto por la maldita conciencia. Digo yo que lo que debo hacer es aprender a callarle la boca. Tanta conciencia. No debe ser bueno.

Reciclar sí, pero las paranoias no deben invadir mi conciencia. Ya no sé si es un post sobre reciclaje, o un post de salud mental.

 

Concienciada.

La Suelta.

Lo he dejado.

Quiero un pitillo, necesito un cigarro. Me muero por un piti. Una caladita, notar su nicotina en mis pulmones. Ese pequeño chute. Mataría por uno. La vida no tiene sentido. No puedo pensar, sólo pienso en sorberlo, darle una calada, cerrar los ojos, sentirlo. He llegado al punto de no saber qué prefiero si un polvo o una maldita caladita.

Llevo una semana. Y no se acaban los días, mis pensamientos son grises, como su delicado humo. Me hablan y no escucho. En mi mente sólo recreo el delicado tacto de su boquilla, chupar su aroma. Sostenerlo entre mis dedos, firme pero suave…

Me escondía en el portalito de la calle, en ese rinconcito escondido de las miradas indiscretas, a fumar un piti y al ratito otro. Y si se terciaba podía encenderme un tercero. “Todo por socializar”, decía, mentía. Escusas sociales. Porque no: En realidad lo necesitaba. Me calmaba, me devolvía un cachito de paz. Me hacía, simplemente, sentir bien. Pero duraba tan poco el sosiego. Que mi instinto animal hurgaba en el bolso  por otra indiscreta dosis. Y si notaba el paquete vacío… se me llevaban los demonios. Me quedaba sin personalidad. Sin emoción. Sin alegría. No me quedaba droga. Porque así me veía: dependiente, miserable, pequeña, marioneta. Mi vida se movía alrededor de y para el tabaco.

Me despertaba y antes de mover un pensamiento encendía un pitillo, desde la cama incluso. Me recreaba en los dibujos de su humo. Y poco a poco amanecía en mi cuerpo. Si me tomaba un café ahí me fumaba un cigarro; si había comida, sacaba cigarrito; si se terciaba un copazo… aquí el cigarro era obligado. Si echaba un polvo, no te cuento si era un polvazo, tocaba cigarrito, compartido mejor. Delicioso. Al llegar al curro llevaba ya un par. No era la peor. Hay de peores, lo sé. Pero tampoco buena. ¿no? Y observaba desde fuera mi dependencia, mi búsqueda continua. Mi mente abducida, mi coco comido. Mi vida subyugada. Las conversaciones no tenían sentido si no tenía un cigarro encendido. Era dependiente. Abnegada. Era como una amante dominada. El tabaco me saciaba a su manera, con sus leyes. Pero para tener más siempre debía pagar, apartarme, a veces esconderme, buscar cómplices… me arrastraba donde fuera por conseguir un pitillo. Ansiaba una simple y mísera calada. Desde fuera me daba asco, repulsión, mi propia actitud. «Nada sirvo, nada soy, si tabaco no tengo. Así me siento.» Pensaba…

Hasta que un día dije basta. Hasta aquí. No sigo más tus pasos. No sigo más tu guión. No te necesito. No dependo de ti. No me tienes. Me salgo. Quiero mi libertad. Prefiero otros vicios. Yo valgo más. Yo puedo hacerlo. Cerraré los ojos y no pensaré en ti, ni en los chutes de calma que me dabas. Desandaré mi dependencia y volveré al principio. Seré yo sin subordinaciones.

Y digo esto. Decido esto sabiendo que los fumadores pueden dejar el tabaco pero siempre seré ex.fumadora. En cualquier momento pasa un cigarrito delante de mí y deberé cerrar los ojos para no sorberte, fuerte e intenso, esa inyección de paz interna que me transfieres.

Maldita seas por cruzarte en mi camino: esa primera calada.

 

Fumándote.

La Suelta.