Como cada año toca revisión, cada año hay que pedir hora, desvestirse, real e íntegramente. Puedes dejarte puestos los calcetines, pero el resto hay que mostrarlo. Cada año debes pasar por nuestra itv particular. Ir al ginecólogo. Puede ser necesario, mera formalidad, para el médico es su trabajo, en realidad es nuestro confidente, nuestro aliado y nos ven como un cuerpo que deben examinar, no como una mujer en su sentido sexual o erótico. Lo sabes, tu mente racional te dice que no pasa nada.
Pero un desnudo es un desnudo, se mire como se mire, quitarse las bragas es quitarse las bragas y que te toquen los pechos, no quiere decir otra cosa qué que te toquen los pechos. Lo siento. Es así.
Entonces debes hacer un ejercicio de abstracción en tu cabeza, debes ponerla a pensar en cosas triviales, en qué te falta en la nevera, qué temario para el examen del viernes te falta por repasar, o pensar en lo más alejado de esa consulta que pueda imaginar tu mente. ¡Mente en blanco – mente en blanco!
Llega el día, es tu turno, “señorita, adelante!”, te sientas a compartir los cuatro detalles que necesita saber el ginecólogo antes de la inspección, su voz es suave, sus preguntas son muy delicadas, es joven y dudas interiormente si prefieres que sea así, o preferirías otro perfil. No sabes si escuchas, o analizas.
“Muy bien, señorita, pues si no le importa pase al cambiador, se desnuda y se deja la bata verde”
“¡encantada!”…. tu mente: “¿encantada?? ¿Cómo le respondes encantada al ginecólogo que te pide que te desnudes para que te inspeccione? nena, que vale que estés inquieta, pudorosa, nerviosa, pero mide un poquito tus palabras ¡que no es el revisor del tren!” habías pensado en aclarar el malentendido, pero hubiera sido peor.
Estás tan nerviosa, que no sabes qué te estás quitando, qué tapas y qué dejas al descubierto, sales y vas hacia la camilla, pones una pierna en cada pata de la cama, a medio metro de altura, te tapas como puedes y le dices que ya estás. Se acerca a tus pies y lo mires como lo mires él se coloca entre tus piernas levanta la bata verde. Tú miras hacia el techo en un gesto de esto no va conmigo.
“señorita, mejor que se quite las braguitas para poder inspeccionarla bien, si le parece…”
Te quieres morir, notas el ardor en tus mejillas, sudor ¡No tienes 15 años por el amor de Dios! Vuelves volando al cambiador, ¿qué pensabas? Que se hubiera inventado la revisión ginecológica láser… ¡aún no! Cariño. Te ríes de ti misma, tus amigas se mearán cuando se lo cuentes, pero el sofoco que estás pasando no tiene nombre.
Vuelves íntegramente desnuda, para que te inspeccione, vuelves a subir las piernas. Pone su mano en tu vientre y te dice que si te relajas no te hará daño.
Niño, ¡qué delicadeza! “venga, reina, ponte a pensar en peras, que pase ya el tiempo!” tú sigues mirando al techo.
“ahora levante y baje los brazos” los subes y empiezas a imitar a un pájaro cual alas en movimiento. Consigues arrancarle una carcajada a la enfermera y al doctor, tú al final ríes con ellos, aunque no entiendes: “no, señorita, quietos, déjelos quietos en la camilla” ah! Que era para “inspeccionarte” (tocarte) los pechos. Al final os reís los tres. Es mera formalidad.
Se acaba la consulta, “todo está bien, señorita”. ¡Muchas gracias!
Y te preguntas si habrá alguna situación más ridícula en la que te has encontrado.
Qué vergüenza, qué sofoco, qué ida de olla. Esperas que no haya cámaras ocultas en la consulta. Que si no… revientas YouTube.
Ruborizada.
La Suelta.
Basada en una anécdota real.
Que risas…. Me pasa a mi esto y me muero…. Buenísimo…. Ole la suelta…