(Post corto de lectura lenta.)
Dicen de las mujeres que somos complicadas, retorcidas, imposibles de comprender.
Una vez un hombre le dijo a una mujer: “yo no podría vivir en el interior de tu cabeza”.
Bueno, los grandes bólidos sólo saben conducirlos los grandes pilotos. Así que, déjamelo a mí, cariño.
Es mejor pensar que somos laberintos escondiendo grandes tesoros.
Es mejor pensar que somos complejas con un sinfín de cajoncitos interiores, a cada cual más rico. Diferentes. Complementarios.
¿Difícil?… ¡Puede!. ¿Interesante? ¡Muchísimo!
O también podríamos pensar que somos como aquel rico plato elaborado de la abuela, que se saborea con ritual delicadeza. Y que para adivinar cada alimento que lo compone, tesoro culinario que lo adorna, hay que concentrarse y dejarse sorprender.
Plato elaborado con varios ingredientes, cada uno en su justo grado de cocción con una elaboración precisa, de buena calidad, sabor y textura, en coordinación perfecta. Complicado.
Pero yo, señores, permítanme quedarme en el asiento de la feminidad, consciente de mi complejidad, dueña de mis misterios; permítanme cederles paso en la bravura y quedarme con la cordura; déjenme decirles que sin ustedes la vida no tendría sal ni complementariedad, pero me quedo en mi mundo lleno de submundos por descubrir, intercomunicados, necesarios los unos de los otros, con mi puntito de histeria e inestabilidad, a veces mal llevada. Con mis interpretaciones y mis miedos.
Me quedo con mis delirios consumistas. Con mis intuiciones.
Con mi «no sé qué ponerme».
Con mi «me lo huelo».
Con mi gps particular para encontrar tus llaves. O las mías.
Con mi coquetería. Y mis chutes hormonales.
Con mi “no me pasa nada, cariño!”
Me quedo con tu sorbito último de la coca cola. Con esa mirada pícara, fugaz, indiscreta, ante mis formas de mujer. Desarmado.
Me quedo con mi mala leche y mis subidones. Mis bajones. Mis curvas pasadas de moda. Mi belleza imperfecta. Femenina. Deseada.
Porque, señores, seguro que en tantos puntos se sienten entendidos, secretamente identificados, a veces envidiosos y siempre calurosos.
Y aunque tantas veces no nos comprendamos, siempre nos necesitamos, complementamos, deseamos y eso es la sal de la vida.
Femeninamente.
La Suelta.
Pd. No pretende esta “oda” criticar, comparar o encasillar; generalizar, uno u otro género. A cual más valioso. Sirva este pequeño rinconcito de mera escritura para la reflexión, para mirarnos en el espejo. Para valorar nuestro asiento, nuestra condición. Cada cual el suyo. Simplemente.
O incluso sacudirnos nosotras de la sana envidia a vuestro pragmatismo, sinceridad brutal mal envuelta. Autenticidad.
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