Hacía tanto que no notabas cosquillas en el estómago, que no te probabas todo el armario antes de salir a la calle, o te mirabas cinco veces en el espejo antes de estar lista, que te maquillabas y te desmaquillabas antes de salir, que te vestías cañera y después cambiabas a modosita. Que hasta la añoranza se te hace lejana. Tu coquetería se advierte mustia, parecía guardada en el armario, quizá demasiado tiempo.
Los pendientes aguardan en el cajón de los viejos tesoros, testigos de gestas propias y ajenas, de momentos estelares, de noches eternas; esa ropa íntima para momentos especiales en el último rincón de la cajonera y tus botas moteras salen hoy para acariciar de nuevo el asfalto.
Y todo te sabe a propio, pero tú te sientes ajena.
Rastreas en tu armario, pero no te sientes cómoda, cotidiana. Y te sorprendes a ti misma que algún día todos estos abalorios los hubieras paseado, vestido, interiorizado. Cual tatuaje de aquel exnovio, ya lejano.
Pero hoy tienes la excusa perfecta, el argumento. Hoy has quedado con un hombre… después de tanto tiempo.
Quedáis en esa esquina tan cotidiana, que en tu día a día frecuentas, pero en esta hora especialmente te sientes cual niña de 16 años, inocente y tonta que hubiera quedado con su primer novio, te sientas a esperar en el escalón del portal. No quieres parecer fría, te levantas, te apoyas en la pared con el pie en la pared… desdoblas, tantas veces le habrás dicho a los niños que no se apoyen en las paredes. Y no desconectas, tu mundo sigue en la recámara.
Llega de golpe, sin previo aviso, dos besos torpes, en la mejilla, tropezones, pudorosos. Pasa la velada, sin apenas darte cuenta, fluyen las palabras, los silencios, te ruborizas, a ratos te amuerma, “¡que cambie el ritmo!”, te cuenta historias, tu desconectas, miras sus manos, la imaginación vuela, observas su piel, te dejas imaginar con fachada de atención al gran monólogo, en otros ratos consigue captar tu atención, te sorprendes a ti misma en plena carcajada. Se acaba la cena, la cuenta, el pago, el abrigo, a la calle…
Y surge la pregunta, incómoda, pero no tanto: ¿en tu casa o en la mía?
Nunca te lo habían preguntado, adviertes: siempre había un coche, un rincón, una esquina, un portal, casa de algún amigo, nunca nombrado, entre los dos pactado.
Hoy es diferente, sabe diferente. Tienes conciencia, tienes hambre, ganas, sed, curiosidad, melancolía.
Hoy hace mucho, todo te sabe a guardado.
Hacía mucho que no estabas con un hombre. En una cita, formal, antaño salíais del bar, inconscientes, embriagados, o no. Simplemente inocentes.
Abres la puerta de casa, quieres encender las luces, no encuentras tu propio interruptor, “¿te enseño la casa?” te suenas a torpe, quieres morir, saber qué se hace, qué hay que hacer en estos casos. Te observas a ti misma, interiormente te ríes.
Y en el pasillo de las habitaciones te embiste contra la pared, te quiere besar arrebatadoramente, quizá como en las películas de Clark Gable, o pretende ser Marlon Brando. No lo consigue. Te sientes torpe. Las lenguas no se encuentran, las narices tropiezan. Te quita la ropa sin despegar en ningún momento los labios de ti, no sea cosa que se deban pronunciar palabras y éstas no estén armoniosamente estructuradas o no sean políticamente correctas.
Desnudos acabáis en la cama, en posición horizontal. Obviamente. A veces pienso que los previos se deberían llevar a cabo en posición vertical que es la que dominamos y somos. En posición horizontal sólo luchamos contra la fuerza de la gravedad. Obvio. Y el pelo, su peso, las gafas, las tetas, los previos en vertical… ahí lo dejo. Mi imaginación también fluye.
Y tan torpemente empieza, como con cariño lo endulza, sus palabras son escasas, pero podemos aceptar barco, tú no articulas ni palabras ni grandes gestos, lo ves todo, pero no lo acabas de sentir. Recordabas otras visiones del sexo, otras sensaciones.
Hay una parte de ti que se tiene virgen usada, otra parte a princesa rescatada y en tu razón más cotidiana albergas la posibilidad de otro polvo.
Él se queda dormido, obvio. Tu mente femenina guardaba la esperanza de unas cariñosas palabras.
Y en silencio programas la alarma: 7.30h. Mañana no tienes nada por hacer.
7.30h. suena la alarma, el tipo despierta sobresaltado y tú con cara angustiada, dormida, apesadumbrada, miente: “lo siento! No recordé decirte que he de ir a buscar a mi madre”.
Traviesa.
La suelta.
Uala!!!! Que buena eres Suelta!!!